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La ilusión del fin, de Jean Baudrillard |
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escribe Juan Cameron La ilusión del fin, que fuera reeditada hace pocos meses en España, contiene en sus páginas varios de los principales conceptos sostenidos por Jean Baudrillard. El desaparecido filósofo y pensador francés fue un ácido crítico de nuestra particular forma de existencia contemporánea y un irónico intelectual que disfrutaba desarmando el insostenible aparataje de la banalidad, del consumismo y de la desinformación. «El simulacro no es lo que oculta la verdad. Es la verdad la que oculta que no hay verdad. El simulacro es verdadero», decía Jean Baudrillard, fallecido recientemente en marzo de este año. Su partida -¡por qué no!- convocó a sus inteligentes lectores a jugar con los principios del maestro. Y así se dijo (en el mundo virtual, como corresponde) que la muerte de Baudrillard no había ocurrido, que él no había ocurrido, que nunca existió, que sólo le sobrevive su simulacro. Para todos, se trata de un pensador fundamental en el espectro contemporáneo, a la altura de Walter Benjamin y de Noam Chomsky entre los más a mano. Crítico del American Way of Life, sostuvo que esta mercantilización global de la cultura nos impuso un sistema de consumismo fetichista basado en la pronta obsolescencia de los productos y en la pornografía de la información, la que reemplazó el mundo real y mágico por la fría cantidad de la imagen y de la hipertrofia informativa. Varios de estos principios los expone en La ilusión del fin, editado en París en 1992 y recientemente reeditado por Anagrama en su Colección Argumentos. Al respecto, y para obtener una visión general de su pensamiento, se recomienda buscar las notas (¡también en Internet!) del profesor Adolfo Vásquez Rocca, de la Universidad Católica de Valparaíso, quien es además Doctor en Filosofía por dicha institución y ha cursado estudios de postgrado en la Universidad Complutense de Madrid. Hay un hecho cierto: al acumular los signos dejamos de leerlos u olvidamos de hacerlo y nos convertimos en analfabetos. «Nuestra única extrañeza -sostiene el francés- consiste en no haber sabido preverlos, y nuestro único lamento, en no haber sabido extraer las consecuencias». Por eso la historia fue llenándose de vacío. Siguiendo a la sabia patafísica, el filósofo francés afirma que la ley de la caída de los cuerpos fue reemplazada por «la ascensión del vacío hacia la perisferia». El obvio resultado que nos indicaría la ley física es, en este caso, el de la entropía: un hoyo negro rodeado de un frágil vacío que conformaría el todo; o nuestra sociedad actual. Todo ello provoca la farsa o puesta en escena que determina el mundo en el que vivimos. Todo es pantalla, simulación, intento de robar el fuego a la realidad. Aquella falsa fe, explica nuestro filósofo (aunque en este punto se descontextualiza la creencia en Dios, a la que expresamente allí se refiere): «no es el reflejo de la existencia, hace de existencia, exactamente igual que el lenguaje no es el reflejo del sentido, hace las veces de sentido». La simple acumulación capitalista nos condujo, en definitiva, a una especie de potlach (forma de gasto improductivo, de disfrute inmediato y de prodigalidad) muy diferente a la búsqueda del legítimo goce. La inutilidad, en este caso, se sostiene en ciertos mecanismos ingeniosos, los gadgets, que determinar la conducta en base a la necesidad autocreada. Un MP3, un celular con TV y comunicación múltiple, a vía de ejemplos, son gadgets. El «aparatito» reemplaza nuestro sentido, suple la función original y crea un universo distinto, virtual, que « hace las veces» de la existencia; el mundo virtual reemplaza al mundo real, la imagen a la cosa, etc. Los métodos para obtener esta situación -si acaso hubiere sido planificada como lo fue la destrucción de nuestras economías por el FMI y otras instituciones, se anota al pasar- han sido muchos; como la persuasión, la disolución y la eliminación de los tránsfugas, por citar los más próximos. La persuasión (o disuación en ciertos casos) es una acción emprendida para que algo no ocurra. El poder, ya sea por vía de amenaza, intervención o promesa de retribución, aplasta el espacio destinado a la existencia del hecho. Y aquel, como mero concepto en su profunda inexistencia, se traslada al vacío circundante. La disolución tiene que ver con el arrepentimiento y el olvido. El arrepentido es un converso que anula su creencia y deslegitimiza toda anterior producción. La nulidad resultante traslada los hechos al olvido. Nos hemos «liberado» del pasado porque ese (ya) no existe. Lo reemplazamos por lo ilusorio y lo virtual: «la ilusión democrática es universal, ligada al grado cero de la energía civil. De la libertad, ya sólo queda la ilusión publicitaria, es decir, el grado cero de la Idea, y ella es lo que regula nuestro régimen liberal de los Derechos del hombre». Y en cuanto a la eliminación de los «tránsfugas» (los disidentes, por un lado, los opositores, por el otro) se trata de un producto de la concertación (¡véase Chile!) o unificación occidental. Baudrillard, con su ironía e inteligencia conocidas, cita la famosa frase que Solzhenitsin formulara en contra de Sajarov: «Qué puede salir de dos sociedades aquejadas de vicios tan redhibitorios cuando se aproximan y se transforman con el contacto mutuo? Una sociedad dos veces más inmoral». La consecuencia de todo ésto es la involución o la transmutación evolutiva (es decir, la Historia al revés). Llegaremos en un estado similar al del Imperio Romano Germánico, sostiene (y el vaticano regreso del latín a la misa católica así parece probarlo). Es mejor citar al maestro: «En algún momento de la década de los ochenta del siglo XX, la historia ha tomado una curva girando en dirección opuesta. Una vez superado el apogeo del tiempo, la cumbre de la curva de la evolución, el solsticio de la historia, empieza el declive de los acontecimientos, el desarrollo en sentido inverso. Como en el caso del espacio cósmico, existiría una curvatura del espacio-tiempo histórico». Tan claro y directo como este postulado resulta el estilo del filósofo y sociólogo francés. Su lenguaje, ágil y digerible, es motivo también de placer no sólo intelectual, sino que también estético. Su lectura está al alcance de cualquier interesado. Jean Baudrillard nació en Reims, el 20 de junio de 1929. Fue profesor de liceo y luego obtuvo el doctorado en Sociología en la Universidad París Nanterre, de la que fue académico a partir de 1966. Posteriormente ingresa al CNRS, el Centro Nacional de Investigación Científica. Su bibliografía cuenta con las obras El sistema de los objetos (1968), La sociedad de consumo (1970), Critica de la economía política del signo (1974), A la sombra de las mayorías silenciosas (1978), Cultura y Simulacro (1978), Estrategias fatales (1983), La izquierda divina (1985), América (1987), Otro por sí mismo (1987), La transparencia del mal (1990), De la seducción (1990), La guerra del Golfo no ha tenido lugar (1991), La ilusión del fin (1992), La Ilusión del Fin (1993), El Crimen Perfecto (1996), La ilusión y la desilusión estéticas (1998), El otro por sí mismo (1998), El paroxista indiferente (1998), La ilusión vital (2002), Las estrategias fatales (2002) y Contraseñas (2002). Falleció en París, el 6 de marzo de 2007. |
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