inicio | opinión | notas | cartelera | miscelanea sueca | suplementos | enlaces 13-Julio-2007

El Códice de la Libertad, de Alejandro Poniachik
Las dos caras de la palabra

 

escribe Juan Cameron

El Códice de la Libertad, de Alejandro Poniachik, fue presentado en Santiago por Bravo y Allende Editores. Un nutrido grupo de poetas concurrió al acto que tuvo lugar el miércoles 4 de julio reciente.

Alejandro Poniachik se formó en ese campo de la Filosofía en la Universidad de Concepción y luego en la de Frankfurt av Main, y la exploración de sus ideas se reflejan, en cuanto poesías, a partir del análisis y la digestión de un mundo exterior al que él le impone ciertas normas de aceptación. Pero, a pesar de sus estudios y de su actividad académica, muy pronto opta por el ejercicio de la poesía. Al hacerlo, se ve enfrentado a un doble juego ante el lenguaje, como es el de la necesidad de rescatarlo desde posiciones absolutamente opuestas: la Filosofía, que insiste en precisarlo en el más amplio espectro de las connotaciones, y la poesía, que juega con ellas para libre beneficio del lector.

De allí que a partir del título mismo el problema encierre un verdadero oxímoron. Por supuesto, se entiende que el término códice no es sinónimo de código; por que su rigidez inicial es verdaderamente significante (parte de sus tablillas o de sus inflexibles hojas); y en el código la rigidez se refiere a la norma social y coactiva contenida en su estricto significado.Pero, en ambos casos, la oposición entre ambos términos es casi una cuestión de principios. Hablamos de lo que no es, de lo que nos hace falta, de lo que intentamos robar a los dioses a través del vulgar artilugio del lenguaje. Hablamos por repetir el mundo entre y para nosotros -como tan bien sostiene el citado y recitado por el autor, Walter Benjamin- y además por invocarlo desde la realidad, ejercicio que los poetas reconocen como un imposible. Invocamos la libertad porque esta no existe.

Lo hacemos tal como repetimos las palabras democracia, soberanía, instituciones y otras. El recientemente fallecido Jean Baudrillard, en La ilusión del fin, dice: Si algo no existe, no crea más remedio que creer en ello. La creencia no es el reflejo de la existencia, hace la existencia, exactamente igual que el lenguaje no es reflejo del sentido, hace las veces del sentido). Y esto es lo que nos propone Poniachik: las tablillas de la libertad como rescate frente al oscurantismo que nos rige.

Y la otra cuestión que sorprende respecto al título es el evidente enfrentamiento entre la norma jurídica, propia de un código (si llevamos el códice hasta ese extremo) y en discurso poético. La norma es, o pretende ser al menos, absolutamente denotativa: cuando el sentido de la ley es claro -advierte el venezolano Andrés Bello en el Código Civil chileno- no se desatenderá su tenor literal a pretexto de consultar su espíritu. Pero la poesía es un campo que nada a la perfección en las tormentosas cascadas de las connotaciones.

En sus 46 textos o anotaciones al pasar (no olvidemos que el primer libro de Poniachik se titula precisamente Anotaciones Poéticas) el autor habla de las dos grandes travesías que el individuo realiza durante su existencia: la del desplazamiento sobre la superficie terrestre y la del conocimiento como fuente de interpretación del mundo. Al parecer, ambas están enfocadas hacia una respuesta de carácter ontológico. Esa es la cuestión que el poeta se formula al iniciar el libro. El paisaje le resulta un espejo de palabras, un reloj que abre los ojos hacia el sur, lugar que en las antiguas escrituras señalan la estación solar. Pasado y presente o complejo binario que nos guiará hacia la solución dialéctica. Madrid, Santiago o Estocolmo son algunos de los lugares; como lo son también Ciudad del Cabo, Amsterdam o Chillán. En definitiva, como sostiene en uno de sus últimos textos, se trata de un paisaje destruido que a la vez es metáfora del universo.

El conocimiento, por su parte, no es en sí una solución a la gran pregunta; es apenas un medio para llegar a la sabiduría. Y se llega a ella de la mano de los héroes. Chomsky, Einstein, Pascal, Brecht y Mahler, junto a Maiakovsky y Wittgenstein, entre tantos otros, son los cómplices que iluminan tal camino. Desde la poesía a la filosofía, porque las paralelas se unen en el infinito, surgen estas sombras que legislan sobre la cuestión más tácita e inasible del humanismo: el concepto de libertad.

Y aun más allá de las artes, plástica y cinematografía incluidas, el sentimiento de la amistad fraterna también se postula por el autor como algo enriquece y hace libre al individuo. En las páginas de Poniachik están los amigos esparcidos sobre la faz de la tierra. Italo Nocetti es uno de ellos: «tan real como la luz de Einstein/ atrapado por los libros/ en época de magazines/ que hechizan consciencias». Ese Nocetti que debe andar por Japón o por cualquier lugar del mundo cazando los fonemas del alemán en las traducciones de cualquiera, o repitiendo cábala y gramática, como sostiene el poeta, es parte indudable de toda formación sentimental. Y también tal fraternidad se encuentra en la cita a Jorge Teillier, quien partió hace ya una década y continúa sentado en su mesa, en la Unión Chica, en Santiago de Chile.

Por último, es necesario hacer una observación referida a la forma de su escritura. Cada verso en Poniachik se presenta como un enunciado. Tal vez manifieste así, en tal personal estilo, una suerte de perseverancia o desviación profesional. El primer acento ingresa rápidamente en la oración y la hace activa, ya sea como jadeo o como contenida respiración. Recuerda en cierta manera la poesía de los 60s y 70s de José Manuel Caballero Bonald, sobre todo en Pliegos de Cordel y en Descrédito del Héroe. Pero más allá de los vasos comunicantes, la función de la poesía es la de transitar sobre el origen de las cosas que las palabras dibujan. Por tal destino suele evocar los lugares conocidos, los santos de nuestra devoción y la amistad, que tanto bien hace para sostener este.

Alejandro Poniachik Teller nació en Arica, al extremo norte del país, en 1953. Reside en Santiago y este es su segundo libro de poesías.



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