|
||||||
La democracia secuestrada |
||||||
Desde Grecia antigua pasando por la Revolución Francesa hasta los finales de los setenta, la definición de democracia como modelo de organización de la sociedad, además de haber incluido la separación de los tres poderes del estado, se asoció inseparablemente al imperativo de crear la mayor justicia posible entre todos los ciudadanos. A partir de la brutal reversión ideológica y política que trajo la disolución de los países europeos del llamado socialismo real y la imposición por parte de Estados Unidos y las grandes oligoempresas capitalistas del modelo único neoliberal, la democracia comenzó a asociarse con la libertad de la economía de mercado, y democráticos todos aquellos políticos y países que permitieran el libre albedrío capitalista. En los vocabularios de los publicistas de Washington y Londres la idea de luchar por alcanzar la mayor justicia posible fue borrada, esfumándose también de la misma agenda de las Naciones Unidas donde nunca más se habló del nuevo orden internacional ni tampoco de otras subversivas utopías como autodeterminación o descolonización. Mucho menos de que a algún loco se le ocurriera llegar a decir allí, que su país era o buscaba llegar a tener una economía socialista. Las usinas de propaganda de la nueva inquisición se preocuparon de demostrar la naturalidad histórica del capitalismo por los siglos de los siglos, el fracaso rotundo del socialismo que se había demostrado en la ex-Unión Soviética y otros países y la necesidad de conformarse para siempre con un mundo tal cual es. Todo esto es conocido y los resultados están a la vista. Hasta el cansancio nos han machacado que la mayor democracia posible es la que existe en Estados Unidos. No hay otra, ni siquiera hay espacio para aquella que intentaron los socialdemócratas escandinavos con su famoso Estado de Bienestar. No importa que la democracia estadounidense haga agua por los cuatro costados y que la exclusión social tenga como consecuencia que millones de ciudadanos ni siquiera voten. El ex-presidente Al Gore que conoce muy bien el sistema electoral de Estados Unidos, hoy se manifiesta decepcionado con la política en su país y está asombrado con el nivel que ha alcanzado la danza de los millones de dólares que necesitan los candidatos presidenciales para sus campañas electorales. Esta semana se hablaba de que el candidato demócrata Barack Obama aventajaba a su rival Hillary Clinton al haber recaudado 32 millones de dólares para su campaña. Porque para hacer política hay que tener dinero, y el dinero en Estados Unidos lo suministran las grandes empresas para poder así contar en el Ejecutivo con un buen socio. Lo que explica que un energúmeno como George W. Bush haya podido llegar a la Casa Blanca con los millones de su padre y amigos, más el expediente final de un mafioso fraude. Y como el modelo norteamericano de democracia tiene seguidores en el mundo, lo sucedido recientemente en el municipio vasco de Lizartza de unos 600 habitantes es un buen ejemplo. Como prohibieron en las recientes elecciones la participación de toda la izquierda que tradicionalmente gobernó junto a los nacionalistas vascos en ese municipio, 186 votos aparecieron como nulos y 142 fueron blancos. Sin embargo el derechista Partido Popular de Aznar y Rajoy ¡se quedó al frente del gobierno con sólo 27 votos! No se trató de un retiro voluntario de la izquierda vasca de las elecciones, sino fueron ilegalizados por los organismos electorales, por ello la ciudadanía expresó su repudio a esta decisión al votar en nulo o en blanco. Estados Unidos masacra diariamente en nombre de la libertad y la democracia en Irak y Afganistán y no menos con el modelo económico que impone a millones y millones de seres humanos en el planeta. Sin embargo un celoso defensor de la democracia en el mundo y América Latina como es Mario Vargas Llosa mira para el costado, y se muestra gravemente preocupado por el peligro que entraña la presencia de la izquierda tradicional, autoritaria, antidemocrática, que es la izquierda de Fidel Castro, de su discípulo Hugo Chávez, del discípulo Evo Morales. A Varguitas, como le llamaban sus amigos en Perú, no le interesa ver que la pseudo-democracia que existe es sólo la que se promueve para que la política siga estando secuestrada por las grandes empresas en su beneficio, mientras a los pobres con suerte se les invita a que voten, pero sin derecho a ejercer realmente el viejo principio de gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. |
||||||
|
||||||
|