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Coral Bracho, una destacada poeta mexicana |
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escribe Juan Cameron Una de las más altas voces femeninas en nuestro continente es la de poeta mexicana Coral Bracho. Su intensa y sensual poesía la ha llevado a destacarse desde sus primeros libros, y las antologías que recogen su temprana producción, hasta las más recientes colecciones La voluntad del ámbar y Ese espacio, ese jardín. En mayo pasado, junto a su colega y amiga Guadalupe Elizalde, participó en el IV Encuentro Internacional de Poesía «El turno del ofendido», en El Salvador. El lector que por primera vez se enfrenta a la poesía de Coral Bracho puede imaginarse a una alta y poderosa morena decidida a imponer su voz en el auditorio. Sus versos, cargados de sensualidad y erotismo, contribuyen a esta imagen. Pero la artista es una dama frágil, leve y distinguida, bastante quitada de bulla por lo demás, cuyo oficio en esta existencia ha sido el construir un verso que represente lo mejor de su expresión. Y de allí el equívoco. Aunque en algo acierta tal descuidado lector: su poesía posee una fuerza extraordinaria. Es que Bracho delinea las sensaciones, las dibuja en el texto y, con una marcada capacidad de análisis, las disecciona y describe en detalle. Lo que para algunos pudiera parecer una forma tangecial de su palabra, es en verdad el denotado relato de algo que en verdad ocurre o le ocurre a ella en cuanto protagonista: «Lo que de pronto nos hace ver es siempre nuevo. Viene,/ quizás, desde muy lejos, desde otro tiempo,/ pero se inicia ahí. Lo abordamos con gozo, con calidez» (en sección IV de Ese espacio, ese jardín). De tal modo, para Evodio Escalante, quien la antologa en Poetas de una generación 1950-1959 (Ediciones Premia y UNAM, México, 1988), Coral Bracho, ella «somete el lenguaje a una violenta trizadura cuyos efectos se advierten en dos planos: el del significante y el del significado. Al mismo tiempo se moleculariza el verso, descomponiéndolo en células rítmicas de trisílabos, tetrasílabos y pentasílabos...». La sensualidad lograda a través de su peculiar estilo aparece con una vibración en crescendo, como un jadeo que imita la mecánica del amar. Y, en consecuencia, a partir de un paisaje supuestamente nebuloso e intocado por la experiencia humana, nos vamos adentrando en una escena de profunda comunión y entrega: «Sé de tu cuerpo: los arrecifes,/ las desbandadas,/ la luz inquieta y deseable (en tus muslos candentes la lluvia incita),/ de su oleaje:/ Sé tus umbrales como dejarme al borde de esta holgada, murmurante/ mezquita tibia» (ver: En esta oscura mezquita tibia). Pasión que repite en, quizás, uno de sus mejores libros, La voluntad del ámbar, el que aporta con numerosos ejemplos. Este dibujar de sensaciones lo explica muy bien, y como fundamento teórico, en el discurso de recepción del Premio Xavier Villaurrutia: «Si la poesía tiene una función social, no es sin duda la de imponer maneras de ver, de pensar o de comunicar, sino la de abrir canales a la sensibilidad y a la comunicación, posibilidades a la articulación del pensamiento, matices a la expresión de la emotividad y perspectivas para replantearnos nuestro estar en el mundo (...) Y de la inagotable capacidad de sugerencia que encierra, de sus profundas y casi inaprensibles sutilezas, la poesía extrae sus filos y desentraña su poder y su fuerza». Para el poeta argentino Néstor Perlongher, en la antología Caribe transplatino, Coral Bracho es uno de los ejemplos de la más reciente poesía neobarroca latinoamericana. La voluntad del ámbar aporta varios elementos al respecto. Una permanente eufonía sostenida muchas veces en torno a una consonante, como la licual l («desde esta luz que incide, con delicada/ flama») puede trocarse en una fricción, a vía de ejemplo la ripiosa r («Juegan los dos con una piedra/ que emana luz. Acarician/ su tersura,/ su densidad sobre la arena blanca. La contemplan,/ la cubren...») y cierto gozo en el lenguaje, no exento de ambigüedad. Así queda manifestado en textos como El amor es su entornada sustancia, cuando no en el uso de anacronismos o términos de densa pronunciación -como inextricable- que ella suaviza a través de su armónica fluidez. Ese espacio, ese jardín, una coproducción de los sellos Era, de México, y LOM, de Santiago de Chile, la más reciente producción de Bracho, reúne la síntesis de su ya conocida poética. Tal como se anuncia en la contratapa, «repliegue del discurso y de una fragmentariedad que se vincula con la transfiguración erótica, con las pulsaciones animales, como un discurso sin una territorialidad precisa». Aunque dicha territorialidad se ubique, precisamente, en esa oscura mezquita tibia. Coral Bracho nació en Ciudad de México, en 1951. Su apellido la sindica a una familia de artistas e intelectuales que han dado brillo a su tierra. Profesora de Lengua y Literatura en la Universidad Nacional Autónoma de México, trabajó en la elaboración de un diccionario del español hablado en su país y e integró el consejo de redacción de la revista La Mesa Llena. En poesía ha publicado Peces de piel fugaz (1977), El ser que va a morir (1982), Bajo el destello líquido (1988), Tierra de extraña ardiente (1992), Huellas de luz (1994), La voluntad del ámbar (1998) y Ese espacio, ese jardín (2003 y 2004). Obtuvo el prestigiado Premio Aguascalientes, en 1981, y el Premio Xavier Villaurrutia al mejor libro del año, el año 2003. Pertenece en su país al Sistema Nacional de Creadores de Arte y obtuvo, también, la Beca Guggenheim. Ha traducido, entre otras obras, Rizoma, de Gilles Deleuze y Félix Guattari, y Apuntes angloafricanos, de Doris Lessing. De las numerosas antologías que han recogido su obra podemos citar la ya mencionada Poetas de una Generación/ 1950-1959, de Evodio escalante (1988), Diez de Ultramar/ joven poesía latinoamericana, de Ramón Cote Baraibar (Colección Visor de Poesía, Madrid, 1992) y Todo es puerta/ Antología de poesía mexicana, de Víctor Manuel Mendiola (Ed. Costa Rica, San José, 2004). |
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