inicio | opinión | notas | cartelera | miscelanea sueca | suplementos | enlaces 1-Junio-2007

Ramón Cote Baraibar, poeta colombiano
Los oficios y las letras

 

escribe Juan Cameron

Botella papel, el más reciente poemario de Ramón Cote, reivindica lo lárico en la poesía colombiana y continúa una línea insinuada y referida a partir de su primer poemario. Productivo y estudioso, el poeta cucuteño es uno de los valores destacados en la promoción de los 80 en su país.

Poco dice Juan Gustavo Cobo Borda, en su Historia de la Poesía Colombiana Siglo XX, de Cote Baraibar. Recién en la página 526 lo nombra en el siguiente párrafo: «Pero entre las poetas feministas y los chamanes indígenas que exhalan conjuros sigue faltando lo esencial: el poema simple y llano. El que construye Álvaro Rodríguez (1948) o Ramón Cote (1963)». Con seguridad se debe a la juventud del poeta; puesto que el subtítulo del estudio es preciso: «De José Asunción Silva a Raúl Gómez Jattin». Algo es algo; y este reconocimiento lo sitúa con merecimiento en la tradición literaria de su país.

Nota aparte, la crítica de Cobo Borda bien podría referirse a nuestra magra poesía chilena. Y es preciso aclarar que, a Cote, le hará justicia, mucho después en una nota respetuosa, acertada y muy amable.

Miembro de una promoción todavía no muy conocida a nivel continental, el nombre de Ramón Cote puede vincularse a los de Jorge García Usta (1960), Ana Milena Puerta (1961), Hugo Chaparro Valderrama (1961), Carlos Alberto Troncoso (1962), Jorge Mario Echeverry (1963), Martín Salas Ávila (1964), John Jairo Guzmán (1967) y Margarita Vélez Verbel (1968) entre muchos otros en plena formación. Pero el tiempo dirá quienes fueron sus autores.

El confuso trazado de las fundaciones, su tercer libro de poemas, es una producción de madurez. Aunque ya su anterior publicación había provocado la famosa exclamación de Darío Jaramillo Agudelo: «¡Aleluya, en Cúcuta ha nacido un poeta!». En su trazado, Cote deja que las palabras fluyan con plena libertad entregándoles el puro beneficio de la descripción: «Por primera vez escribo tu nombre,/ Abdera,/ y surge la curvatura de una ciudad/ de adobe y casas bajas/ y hombres que ven el mundo/ en el tránsito de una rosa».

El establecimiento del escenario es un simple hecho como lo son, también, el anuncio de cierta empatía o la codificación de los términos en tanto símbolos o personales connotaciones. Más que ante una confusión, estamos ante un misterio que el autor anuncia sin resolver, porque tal función corresponde solamente al lector, si acaso no a la misma palabra: «Para verificar lo que por fuera/ nos parecía un designio solitario/ se entra, y sólo entonces la soledad/ pasa desapercibida entre sus arcos». La solución del enigma pareciera, en estos versos, yacer en el territorio de lo iniciático.

Ciertas reminiscencias láricas de este poemario, como los temas de la infancia, el territorio y la escuela -también insinuados en su primera producción- se manifiestan con intensidad en Botella papel (reeditado durante el reciente 2006). La imagen de un Bogotá ya ido, aunque muy presente en sus primeros años, se reconstruye aquí a partir de fragmentos urbanos de fuerte contenido valórico (más bien axiológico) y sentimental. Los oficios del hombre y las funciones del paisaje se convocan en páginas que rebosan placer, tanto de escritura como de lectura. El goce estético, o la multiplicidad de significaciones en asuntos de apariencia monótonos, se intensifica y cobra fuerza. El lector reconoce en estos textos la estructura de una imagen que le es propia y común pero que, además, reúne una serie de significaciones connotativas artibuibles al conocimiento y recuerdo del objeto descrito por la palabra.

Esta nostalgia, a la vez exaltación de un estado natural ya perdido en la memoria del hombre (y característica esencial de la poesía lárica), es aplicada acá por Cote de una manera muy especial a los términos fugados en el tiempo. El sustantivo alcándara, o percha porta estandarte, tan del Poema de Mio Cid («Alcándaras vazías sin pielles e sin mantos», verso 4 del libro) cobra aquí gran belleza al rememorar a los desaparecidos vendedores de corbatas: «Nadie hablaba ya de las alcándaras. Nadie recordaba su nombre legendario, amplísimo, repleto de alas. Hacía mucho tiempo que nadie pronunciaba sus sílabas poseídas por el rumor del encantamiento». Magia que se alcanza, además, por el viejo truco de la repetición.

Botella papel no sólo canta a los viejos oficios. El carbonero, el zapatero, el afilador, el arreglador de ollas y tantos otros desfilan como sobre una pantalla de fondo para recordarnos ese pasado inmediato. Pero el efecto mayor se obtiene por la escritura de una oración dedicada a cada uno de ellos a continuación del párrafo específico. Esta consagración otorga a cada imagen una condición patrimonial indiscutible y lo fija, con carácter sacro, en el imaginario colectivo.

Más allá de la palabra de estudiosos y críticos, la lectura de Ramón Cote lo destaca en el amplio espectro de la actual poesía colombiana, escenario que desde ya nos brinda cantidad de autores y calidad de obra.

Ramón Cote Baraibar nació en Cúcuta, Colombia, el 19 de mayo de 1963. Es graduado en Historia del Arte por la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado Poemas para una fosa común (1984), Género de medallas (1986), Informe sobre el estado de los trenes en la antigua estación de Delicias (1991), El confuso trazado de las fundaciones (1992), Botella papel (1998 y 2006) y Colección privada (2003). Es además autor de Diez de Ultramar (1992), antología de joven poesía de nuestro continente, de las narraciones Páginas de enmedio (2002) y del libro Goya, el pincel de la sombra (2005). Obtuvo el Premio Casa de América, de Madrid en 1993.



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