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Ante el fallecimiento de Monica Högström |
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escribe Enrique Durán Mi amiga Monica Högström acaba de morir, a la edad de 63 años. La conocí cuando ella trabajaba intensamente en labores de solidaridad con Chile. Monica fué una de las personas más dedicadas y abnegadas en los comienzos de la OPRECH, la Oficina por los Presos Políticos de Chile. Activa, laboriosa, responsable; fué para mí una de las figuras más notables en el trabajo de solidaridad con Chile y con los países del Cono Sur afectados por las dictaduras militares. Fueron los tiempos más difíciles. En Chile, el aparato policial de Pinochet destrozaba nuestras organizaciones políticas y sindicales. Cientos de compañeros morían, algunos en combate, otros bajo la tortura. Los sobrevivientes eran enviados a campos de concentración como CuatroAlamos, Puchuncaví o campamentos salitreros abandonados en el Norte del país. Era miles los compañeros y compañeras que estaban desaparecidos o en prisión. Fué entonces cuando el movimiento de solidaridad en Suecia hizo ese fantástico trabajo de hormiga. Presionar, agitar a la izquierda y a los partidos políticos. Juntar dinero y enviarlo a Chile. Contactar a las familias de los presos y desaparecidos, iniciar campañas de liberación . Movilizar a la Cruz Roja Internacional. Ir a Chile y visitar a los presos políticos. Hoy día, la gente se olvida fácilmente de esta historia, de esta historia que es nuestra y que nos duele. Monica fué una hormiguita más en ese gigantesco trabajo de solidaridad. Pero, ¡qué hormiga! En esos años difíciles, Monica conoció a Pedro. El Chico Claudio como lo llamábamos cariñosamente por su chapa en Chile. Fueron pareja y tuvieron hijos. Mónica siguió trabajando en la solidaridad, ya no tan a menudo, porque adquirió otras obligaciones. Pero cuando José Benado, nuestro querido hippie Benado, cayó preso de la dictadura en su retorno clandestino a Chile, Monica volvió a ser esa hormiga que sacrifica todo por sus convicciones y sus lealtades. Pero yo no quiero recordarla sólo como la luchadora ejemplar que fué. Quiero recordarla como persona, como ese ser humano cálido y siempre solidario con todos. Vecinos o personas que recién conocía. Porque Monica se jugaba entera. Cuando la mamá de Pedro, enferma de un cáncer incurable, quiso volver a Chile y morir allí, Monica la acompañó en ese viaje difícil, doloroso. Para Pedro no era posible. Le habían prohibido la entrada al país. Y de haber entrado lo hubieron asesinado. Pedro fué uno de los pocos que burló a la DINA y escapó de sus garras. Monica se fue a Chile con la madre de su compañero y estuvo con ella, acompañándola hasta el último momento. Y Monica estaba esperando a su segundo vástago: Paulina. Una noche de Año Nuevo yo me sentía solo, angustiado, apunto de reventar o de matarme. De algún modo, Monica se enteró. Me contactó y me invitó a pasar el Año Nuevo con ella, con Pedro y los niños. Fueron muchas las veces que me dió su apoyo. Me prestó su ayuda para traducir documentos al idioma sueco; a orientarme en un trabajo que yo solicitaba en el Social Styrelse y que obtuve gracias al apoyo y los consejos que ella me dió. No sólo eso. Todos los veranos Monica y Pedro arrendaban alguna de las cabañas comunales en Dalarö. Y allí ibamos a parar todos los jóvenes y los menos jóvenes de esa época. Con guitarras y sacos de dormir, con las canciones de la Violeta y del Pato Mans. Fogatas en la noche. Excursiones de pesca. Cosecha de lingon bajo la supervisión de Monica. Asados a la parrilla con la experta conducción de Pedro y ¡cuántas cosas más! Monica nos enseñó a sacarnos de la piel a esas malditos parásitos llamados fästingar y a curarnos las heridas. Fue amiga, hermana, mamá para algunos, siempre alegre, bromeando, haciendo jugarretas y tomándose la vida tremendamente en serio. Son pocas las personas a las que yo pudiera aplicar el concepto de Erich Fromm sobre el ser humano. A Monica le sobraban méritos para esa calificación. Porque Monica era eso. ¡Es eso! Una persona plena de humanismo, sin egoísmos ni ambiciones mezquinas, entregada por entero a una generosidad que le brotaba de adentro, espontáneamente. Era hija de campesinos. Siempre se sintió orgullosa de su origen y condición de clase. Y ésto se refleja en todos los aspectos de su vida. Su sencillez, su falta de convencionalismos, sus manos ocupadas siempre en cosas útiles y bellas. Recuerdo que su casa en Bondegatan estaba llena de plantas y de flores. Cuando ella, Pedro y Pedrito Antonio se mudaron a un departamente más amplio, en Dalen, no quería, no podía abandonar sus flores y sus plantas. Y tenía de todo. Hasta una buganvilia y un gomero gigante. Yo tenía un auto viejo, un cacharro, pero con caja maleta amplia. Gran espacio. Sin embargo, para cumplir los deseos de mi amiga Monica hubo que hacer 5 o más viajes, lleno el auto hasta las narices del chofer con plantitas y con flores. La cara de felicidad de Monica cuando vió su nueva casa habitada por el jardín que ella había creado con sus manos fue suficiente recompensa. Sus ojos brillaban y todo su rostro florecía. Monica está en mi recuerdo y estará siempre como ese ser lleno de raíces, de anhelos, de tareas concretas por hacer, fiel a su tierra, a sus amores y a todos sus amigos. Gracias, Monica, por tu vida tan digna, tan llena de alegría y amor a los demás. Fué un privilegio conocerte y tenerte como amiga. Un beso. |
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