Por Juan Cameron.
Autor de una extensa obra, Omar Lara entregó en enero reciente, por las prensas de la Universidad de Concepción, La Nueva Frontera, un texto de madurez en el que intenta dar respuesta a una serie de dudas ontológicas a través de imágenes vinculadas al tiempo y al espacio vividos y postulando a la vez que es el amor la única herramienta de la ética.
Omar Lara acaba de adjudicarse la décimo tercera versión del Concurso Literario Fernando Santiván, convocado este año en poesía, por la Corporación Cultural Municipal de la sureña ciudad de Valdivia. Los motivos para celebrar son muchos. Valdivia fue cuna del mítico grupo Trilce, que libera la Promoción Universitaria del 65 en Chile, gestado es las aulas de la Universidad Austral, en el campus de Isla Teja; y la ciudad, durante la anterior semana, celebraba su independencia administrativa de Puerto Montt -injustamente reubicada allí por la dictadura que desarmó el país, hace ya treinta años- al ser declarada capital de la nueva Región de Los Ríos. Este resultado simboliza entonces, en cierta medida, la restauración de valores permanentes y muy queridos tanto para el poeta como para la ciudad.
La revista Trilce, creación de Omar Lara a estas alturas, continúa apareciendo, ahora en su tercera época, después de cuatro décadas de su primera edición. Esta labor ha llevado a varios poetas del continente a proponer, en distintas instancias, un reconocimiento mayor hacia su persona. Es más, el porteño Eduardo Embry, quien vive en Inglaterra, rendirá un homenaje a este autor con motivo de una próxima conmemoración de la obra vallejiana en el continente europeo.
Un buen año se le augura, además. A su destacada participación en México en febrero pasado (y que le significa un nuevo libro entregado en Villahermosa por estos días, a cargo del ingeniero y editor chileno Juan Carlos Díaz Verdugo) se agrega la aparición de su poemario La Nueva Frontera, presentado en enero de este año bajo el sello de la Editorial Universidad de Concepción en su colección El Mirador de los Ángeles.
El libro aporta, a manera de prólogo, con un acabado ensayo de Gilberto Triviños, académico de esa casa universitaria, con el título de No tan pronto, al menos. Y como bien anota (y se nos adelanta) Triviños, lo que en Omar Lara sorprende y atrae, en una primera lectura, es la dulzura y la ternura transmitidas al receptor por la selección de las palabras utilizadas. Un magnífico ejemplo de este recurso lo es -por supuesto- su citado y recitado (sic) texto Jugada maestra que comienza con los versos "Ya ni te pido que descanses, pequeñisma/ impostergable mujer mía". Pero aquel es de Los buenos días y ya puede considerarse un asunto resuelto.
Porque la escritura de Omar Lara se va desarrollando a través de varias etapas y puede, como lo hacen quienes dominan el oficio, versificar de maneras diversas o volver, cuando desee, a formas anteriores en su poesía.
Espacio y tiempo confluyen es estas páginas o traspasan aquellos "pretzels" (saltos espaciales y temporales descubiertos por la física contemporánea) mencionados ha poco por el mexicano Mario Bojórquez. Dice, Lara, "Este rostro que vemos no es el nuestro/ Nos persigue de siempte pero miente" y también "El tiempo no tardó, simplemente no estuvo/ En el momento justo, en el tiempo del tiempo". Todo pasa; o más bien, nos vamos poniendo viejos, quién sabe. Sin embargo existe un planteamiento unitario y destacable a través de toda su obra, nacido en el campo de la ética. Según éste el amor, sea ya de pareja, fraternal o de cualquier otra especie, es el único elemento que puede separar al bien del mal. En La Nueva Frontera se expresa con claridad: "Esa pregunta ciega ese llanto de límite/ Esa mano que busca sin embargo/ esa mano" (en El tiempo ¿dónde estuvo), o "Han tirado las cartas y han dicho de nosotros/ Nueve en el quinto significa/ Seres unidos en la solidaridad" (en Destinos). Y también: "La tierra y sus cráteres secretos/ Como árboles que engullen sentimientos/ y sollozan después" (en Se va como un hueco en el estómago).
Ya sea que este amor aflore desde la persona amada, desde lo mágico o desde el mundo exterior, aparece en el texto a través de símbolos cuya gramática debe ser necesariamente el lenguaje de la naturaleza. La palabra designa por cierto a un ente -afuera- y lo evoca así un caleidoscopio en la mente del lector. Pero, más allá del término en sí, el objeto mismo en la naturaleza tiene una significación (una "simbolización") que el autor intenta leer, descifrar para su propia satisfacción. Luna, niebla, mármol son, además de sustantivos, entidades que vibran para los sentidos de aquel en el mundo exterior: "No es el mar/ No el aroma de eucaliptus (...) No, no, en fin, la vida/ De otra nueva frontera/ Exigiendo sus fervorosos códigos" (en El mar, mañana con eucaliptus).
Poesía de madurez pareciera ser esta, la de La Nueva Frontera. Hay un reencuentro con el tiempo que el poeta nos describe desde varios lugares y circunstancias, pero a partir del único punto posible, su Portocaliu.
Omar Lara nació en Nueva Imperial, Chile, en 1941. Ha publicado los poemarios Argumento del día (1964), Los enemigos (1967), Los buenos días (1972), Serpientes (1974), Oh Buenas Maneras (1975), Crónicas del Reyno de Chile (1976), El viajero imperfecto (1979), Islas flotantes (1980), Fugar con juego (1984), Serpientes, habitantes y otros bichos (1987), Memoria (antología, 1988), Cuaderno de Soyda (1991), Fuego de Mayo (1997), Jugada Maestra (1998), Vida Probable (antología, 1999), Bienvenidas calles del Perú (2001), Voces de Portocaliu (2003), además del reciente La Nueva Frontera (2007), de una serie de antologías y de los cuentos infantiles Historias de Micutza (2004 y 2006).
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