Escribe Juan Cameron.
Más que el apacible paisaje o la telúrica visión de un pueblo, son los hombres y su historia lo que el poeta paraguayo Jacobo Rauskin retrata en sus versos. Su poesía clara, ajena a la declamación o al grito, se presenta hoy día como una de las mayores expresiones de la Generación Universitaria del 65 (Promoción del 60 en Paraguay) y es un serio candidato a obtener el mayor galardón que su país otorga en el campo de las letras.
"Así era el pueblo y hoy es un poco de historia./ Yo sólo sé nombrar personas,/ cosas, la historia se hace sola", sostiene el poeta Jacobo Rauskin en último texto de su Poesía Reunida, obra de la que leyera al culminar el III Encuentro Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer Cámara, en la ciudad de Villahermosa, capital del estado mexicano de Tabasco. Más que una justificación ante el lector, esta declaración de principios señala sus intereses como cantor y, además, una postura de enfrentamiento ante el trágico devenir de su patria, el que debe soportar durante buena parte de su desarrollo; y que continúa.
Tal vez al comenzar su escritura el poeta hubiera preferido cantar al paisaje, a lo permanente de la naturaleza, al símbolo señero determinado por la geografía. Pero esta visión idílica, a la vez conservadora, se interrumpe y contamina por la acción del hombre, la ambición del poder y la explotación extrema. Sobre la rojiza tierra y el boscaje aplastado -que el poeta parece señalarnos en sus versos- se estira la siesta: "Señora, no tengo ganas/ de ser o no ser nada.// Cuando la tarde viene/ en el fondo de la casa,/ señora, no tengo ganas".
En esta primera etapa, que el poeta bautiza en su recopilación bajo los nombres de Casa perdida y otros versos, Algunos de los poemas que el autor juntó en Naufragios y Jardín de la pereza, fechados entre 1964 y 1987, prima una poesía de carácter lárico o amoroso, como si el recuerdo del lar materno se estableciera en su memoria incorruptiblemente perfecto. "Recuerdo el camino, lejos.// Lejos de la ciudad/ y, si ahora lo pienso mejor,/ aún más lejos del campo" cita con esa inevitable nostalgia por lo perdido. Y es válido resaltar también, en Susana, estos primeros versos: "Yo sé que sus ángeles no fueron/ la compasión absurda de unos días (...) Y entonces, qué importa el resto". Esta provisión de permanencia pareciera quedar asegurada en su Elogio de un atardecer, texto señero de una época incólume, ahistórica, detenida como la imagen fotográfica: "Que no muera la tarde./ No, que no muera,/ que se quede". La calle de ese pueblo, el cine antiguo y sus felices finales, el jarrón de la pereza y la tormenta serán prontas imágenes de un pasado; los hechos determinan otros caminos.
Porque se está, después de todo, ante una toma velada que apenas oculta las grandes tragedias nacionales: la Guerra contra la Triple Alianza (1864-1870), la Guerra del Chaco (1932-1935), la Revolución de 1947, la dictadura de Stroessner (1955-1989). Algo vibra en el aire y en la historia; la silenciada violencia, la censura y la autocensura van moldeando las páginas y este destino tampoco le es ajeno a Jacobo Rauskin; tempranamente conocerá de la represión y del exilio. "Yunque del sol herrador,/ esa barcaza refleja/ un haz de rayos bestiales en la siesta", le advierte ya su propia poesía.
Para Giuseppe Bellini, en su Historia de la Literatura Hispanoamericana (1985), la literatura paraguaya se nutre más de las obras publicadas en el exilio que en la producción nacional. Sin embargo esta visión es la permitida por la dictadura; puesto que la poesía paraguaya -más allá de las obras de Herib Campos Cervera y Elvio Romero- persiste en la Promoción Universitaria del 65, en las producciones de Esteban Cabañas, Miguel Angel Fernández, Francisco Pérez Maricevich y Roque Vallejos, principalmente, quienes escriben un tipo de literatura comprometida en lo social y en lo político. Pero a la par de ellos hay otro grupo importante de poetas quienes se manejan en el delicado tema de la protesta y el enfrentamiento con un verso llano, sencillo, ajeno a la retórica y el grito y, de suerte, sumamente eficaz en lo literario y en el ánimo del lector. Allí ubicamos, junto a muchos, a Rudi Torga, Juan Andrés Cardozo y, con un fuerte y personal estilo, a Jacobo Rauskin. Si bien Bellini -quien a los ochenta y más de su edad vive hoy cerca de la frontera suizo italiana- nos muestra la realidad del género continental hace un par de décadas, no pudo escarbar más allá de lo oscurecido por el nefasto régimen de la época. Valga en disculpa del maestro la condena histórica aún sufrida por el territorio guaraní, ya sea por Francia, por la dictadura o por el actual imperio de las líneas aéreas internacionales.
Rauskin sabe que la poesía no es la partera de la historia. Y en verdad hoy en día nadie lee poesía o -como se ha dicho ya por varios- "la poesía no se vende porque no se vende". Un poema en especial señala esta cuestión, La historia maestra de nadie. En estos versos ("el fuego dormía fuera de las casas/ y la gente dormía fuera de su propio sueño./ Al pie del sueño, pólvora./ Sofocada la rebelión, destierro./ Unos años después, amnistía") prima el desencanto y la visión de quien sabe y ya viene de vuelta, sino a la propia patria, as la realidad que tanto conoce y soporta.
Jacobo Rauskin nació en Villa Rica, Paraguay, en 1941. Miembro de la correspondiente Academia de la Lengua, se le considera un serio candidato al premio Nacional de Literatura. Ha publicado Oda (1974), Linceo (1975), Casa perdida (1981), Naufragios (1984), Jardín de la pereza (1987), La noche del viaje (1988), La canción andariega (1991), Alegría de un hombre que vuelve (1992), Fogata y dormidero de caminantes (1994), La calle del violín allá lejos (1996), Adiós a la cigarra (1997), Pitogué (1999), Poesía 1991-1999 (2000), Poemas viejos (2001), Andamio para distraídos (2001), El dibujante callejero (2002), Doña Ilusión (2003), Poesía Reunida (2004) y Espantadiablos (2005).
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