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Entrevista con el escritor cubano René Vázquez Díaz,
autor de «Un amor que se nos va»

La revolución colocó la biblioteca en el centro del pueblo y de nuestras conciencias

 

escribe Carlos Pino. Revista Quimera

Nació en una isla, pero hace treinta años decidió trasladare a otra: la del exilio en un país remoto y frío. Por si fuera poco, lejos de comulgar con posiciones radicalmente condenatorias o ciegamente complacientes con la Revolución, la suya es una actitud independiente basada en la observación y el sentido común. Esta triple insularidad es tal vez lo que hace de René Vázquez Díaz uno de los escritores más interesantes de la literatura del exilio cubano. Un amor que se nos va (Montesinos, 2006) es su última novela.

Se ha dicho que Un amor que se nos va, La era imaginaria y La isla del Cundeamor forman una trilogía sobre la Cuba profunda. ¿Qué ha pretendido mostrar con este proyecto y qué lugar ocupa en su trayectoria como escritor?
El verdadero tema de mis novelas es el amor. El amor filial, el amor erótico, el amor a Cuba. Al tratar el tema del amor como posibilidad infinita y como destrucción, surge inmediatamente la sombra de otra obsesión mía: el desamor. A diferencia de otros escritores de mi generación, mis ficciones no se desarrollan en La Habana sino en los pueblos polvorientos del olvido cubano. A menudo se comete el error de confundir a Cuba entera con su capital. Cuba no es La Habana. En las guardarrayas del campo; en los caseríos de callejuelas tortuosas y viviendas llenas de penumbra y misterio, y en las barriadas junto al mar donde todo el mundo sabe cuándo se producirá la próxima salida ilegal del país, he encontrado yo personajes de una fuerza evocativa tremenda que dan vida a mis novelas. Sus miedos y sus esperanzas, sus disparates y sus trampas conforman, en mi trilogía, una imagen de la Cuba oculta, recalcitrante y chismosa sin la cual la isla seria incomprensible. Desde esa perspectiva he querido investigar algunos traumas de mi generación: la división de las familias (los que se van del país y los que se quedan; los que defienden a la Revolución y quienes la repudian); los que han ejercido el poder revolucionario y los que han sufrido ese poder; los beneficiados por la Historia y los que sucumbieron bajo su peso. Miami, en tanto que sueño americano soñado por los cubanos, es el telón de fondo de La isla del cundeamor. Y en La era imaginaria ya había planteado todos los elementos narrativos que desarrollé luego en Un amor que se nos va. Cada libro es un universo novelesco independiente, pero juntos configuran un fresco de la vida profunda de la nación.

La locura juega un papel fundamental en Un amor que se nos va, y no únicamente por el estado mental del protagonista. En el libro encontramos, por ejemplo, afirmaciones como estas: Cada país tiene los locos que se merece. o Comprendí amargamente (&) que mi cordura era incompatible con el reino de la moralidad socialista. ¿Qué hay tras la locura en Un amor que se nos va?
Orapronobis padece de una locura tan lúcida, que odia y ama y sufre como si estuviera cuerdo. No se puede soñar con amar a todas las mujeres, ni planear constantemente un parricidio, sin ser al mismo tiempo el resultado de unas condiciones de existencia muy peculiares: tiene un padre al que aborrece con una intensidad muy parecida al cariño frustrado. Su padre es un mujeriego y, además, un hombre de poder, un policía importante que, siendo un héroe de la revolución, es también un padre irresponsable. Ese drama puede ocurrir en cualquier parte; en su caso, detrás de su locura palpitan las obsesiones que surgen de una sociedad socialista sitiada y en constante transformación.

En la novela aparecen explícita e implícitamente citados dos autores significativos de la literatura española: Cervantes y ValleInclán, cuya huella es significativa, incluso estilísticamente. ¿Podría hablar de éstas y otras fuentes literarias de las que bebe su obra?
Mi abuelo paterno tenía una pequeña imprenta y era un gran encuadernador de libros. Cuando yo era un niño, la burguesía de provincias mandaba encuadernar los libros, no para leerlos, sino para embellecer sus estanterías. Cuando le llegaban libros nuevos, mi abuelo gritaba: ¡René, llegó Valle Inclán! ¡René, llegó Balzac! Yo leía aquellas maravillas que no entendía. Luego la revolución colocó la biblioteca en el centro del pueblo y de nuestras conciencias, ofreciendo posibilidades de lecturas que antes no existían en Cuba. Desde muy joven leí a Valle Inclán como a un maestro que le hablaba directamente a mi corazón. Hay en él un tratamiento de las posibilidades ridiculizantes e irónicas del castellano que han llegado a formar parte de mi concepción del arte de contar. Cervantes es la fuente infinita.

¿Qué extrae su novela de la literatura cubana? ¿Y qué considera que aporta, dada su condición de escritor extraterritorial?
De la literatura cubana creo que extrae el descubrimiento de Lezama Lima de que la imagen es la causa secreta de la Historia. Para Lezama, una era imaginaria es una época en la que el hombre vive poseído por una imagen. Combatiéndola o defendiéndola, los cubanos vivimos poseídos por la imagen de la revolución. En mis libros se mueve una cantidad considerable de cubanía no solamente atribuible al arte literario: yo trabajo con tradiciones gastronómicas y de oralidad popular; con la música y con elementos históricos precisos que ofrecen una imagen compleja de la herencia cultural cubana. Ignoro lo que mi obra aporta. Quizás el planteamiento de asuntos de vida o muerte tratados desde una perspectiva amorosa. Los cubanos de los dos bandos viven dentro de una trinchera. Y para el que vive dentro de una trinchera, todo el que se mueve fuera es un enemigo. Yo llevo una isla dentro de mí. Soy un escritor-isla. Por eso yo me aíslo. En Suecia, a veces siento una gran melancolía. Entonces me siento como una palma real cubierta de escarcha. Tal vez eso se note en mi obra.

¿Cómo fue su llegada a ese país?
Yo nunca he salido de Cuba. El que nace en una isla siempre la lleva dentro. Yo soy isleño por partida triple: porque nací en Cuba, porque mi abuelo materno -cuya personalidad influyó mucho en mi infancia- nació en Tenerife, y además, como te digo, yo me aíslo. Aislarse es mucho más importante para un escritor que asilarse. En Polonia, en 1974, me enfrenté a una situación insostenible con todas las autoridades imaginables, las polacas, las cubanas y las universitarias, y me escapé. Eran los días más gélidos de la guerra fría. La Suecia de Olof Palme, equidistante del capitalismo imperialista y del comunismo maniqueo, me ofrecía tranquilidad y aislamiento para escribir y observar minuciosamente la realidad. Pero mi llegada al país fue dramática, como corresponde a un joven escritor en ciernes. Llegué el 24 de diciembre de ese año. Solo. Sin dinero y sin conocer a nadie. Dos años más tarde ya era intérprete y traductor. Yo elegí no pertenecer a los grupos de cubanos que viven en Madrid, México, Miami o París. Ninguna presión social, económica o política me obligará a decir algo en lo que no creo. Participar en los proyectos norteamericanos contra la Revolución, como la revista Encuentro o el frente mediático propagandístico financiado por Estados Unidos (Radio Martí, Cubanet, etc.) me parece indigno. Yo me apego a mi insularidad descarriada, pero irreductible.

Y va a Cuba frecuentemente....
Porque en Cuba está la esencia de mi escritura. En eso no estoy solo. Miles de exiliados de Miami, por cierto, iban a Cuba con mucha más frecuencia que yo. Ahora no pueden. Bush ha dado a conocer un plan de reconquista de Cuba según el cual los exilados residentes en EE.UU pueden visitar Cuba sólo cada tres años. Yo voy a Cuba porque soy partidario del diálogo y de los encuentros a todos los niveles, y porque amo y admiro a ese pueblo que ha luchado y sufrido. La imagen de una Cuba totalitaria y de un exilio democrático es falsa. El exilio cubano carece de un proyecto de futuro. La Revolución es democratizable, pero los exiliados que viven parasitariamente de los dineros yanquis no son desamericanizables.

¿Cómo ve el panorama actual de la literatura cubana bajo el régimen de Fidel Castro?
La literatura cubana muestra un desarrollo imponente, dentro y fuera de la Revolución. Carpentier y Lezama escribieron dentro de Cuba. Todos los que nos fuimos y creamos nuestra obra fuera, somos también un resultado del progreso inaudito que, para alegría de unos y tormento de otros, introdujo el proceso revolucionario en un país en el que no había editoriales ni hábitos de lectura y que estaba plagado de analfabetos, tanto pobres como opulentos.

¿Cree que después de Castro cambiará el panorama literario cubano?
La propaganda nos ha inculcado que después de Castro cambiará el color del cielo de Cuba, los cundeamores se convertirán en muérdagos y todo el ron de las botellas se volverá vinagre. La creación de literatura tiene una dinámica que no se amolda a las fluctuaciones de la política. Los novelistas cubanos seguirán produciendo libros admirables. Sin embargo, si Cuba vuelve a ser una colonia norteamericana me temo que otra vez los nuevos ricos miamizados encuadernen a Cervantes y a Lezama para embellecer sus estantes.



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