inicio | opinión | notas | cartelera | miscelanea sueca | suplementos | enlaces 26-Enero-2007

Los más recientes libros de Edgar Morisoli
Las leguas que viví miden mi canto

 

escribe Juan Cameron

Morisoli es sin duda alguna el poeta de la Pampa argentina. Norteño de nacimiento y por más de medio siglo afincado en Santa Rosa, el respetado escritor nos entrega sus dos recientes producciones. Última rosa, última trinchera y Un largo sortilegio. Una docena de obras comprenden la singular épica de este autor, iniciada en 1957 con Salmo Bagual.

Edgar Morisoli es, junto a Olga Orozco, uno de los pilares fundamentales de la lírica pampeana y una figura ineludible al referirse a tal provincia argentina (y en especial a Santa Rosa y la vecina Toay). Escondidos en aquel laberinto sin fronteras los nombres de los poetas locales pasan, a veces, injustamente olvidados para la gran poesía nacional (Sergio Di Matteo y Dora Battiston a vía de ejemplo). Pero quizás el nombre de este Morisoli ocupe muy prontamente el sitial que se merece y el justo reconocimiento al que naturalmente acceden los mayores.

La última noticia que de él habíamos tenido era la aparición de La lección de la diuca,del año 2003, libro que como casi todos los volúmenes de este autor son de buen tamaño, 28,5 x 20,5 centímetros. Se trataba, entonces, de una hermosa edición ilustrada con diversos grabados de artistas de nuestros países. Hoy, gracias a los vasos comunicantes de la más viva poesía, nos llegan sus más recientes producciones: Última rosa, última trinchera, del año 2005, y Un largo sortilegio, del año recién pasado, ambas entregadas bajo el sello de Ediciones Pitanguá, y con el mismo formado elegido por el autor para su obra.

Ambas producciones continúan la épica civil diseñada por Morisoli para su canto. De allí la envergadura del continente elegido para su canto singular. La conquista del territorio por el individuo, la heroicidad del aventurero que hace propio el nuevo mundo descubierto, la sumisión a la naturaleza responden a la épica morisoliana que se manifiesta en forma directa o transversal, cualquiera sea el motivo de este cantar provinciano. «Primero fueron los carros. Después, algún sufrido/ forcito 36, de mercanchifles (...) Eran campos abiertos. A lo sumo/ cercos de rama, tranqueritas de alambre con manea/ o pura travesía (...) derrotero del río,/ derrotero de los astros del río,/ derrotero del viento de los astros del hechizo del río». La repetición del sonido y del sentido, y su paulatino aumento, señalan la monotonía y la extensión desértica que crece y crece a medida que el hombre penetra en el paisaje; allí subyace la fortaleza semántica de su escritura.

Un fuerte ritmo y reconocible atraviesa también su obra: «Me duele y enamora la piel desmesurada/ de mi patria; el sonido/ rebelde de su amor y de su pena;/ la dignidad invicta de su anhelo,/ su llaga de hermosura,/ su abandono.// Las leguas que viví miden mi canto,/ el jubiloso pan de los amigos». Pero en él no es la pura forma cuanto determina su verso; más allá de aquello existe una postura ideológica (o filosófica si se quiere) también muy propia al autor. El hombre es a la vez un ser solitario y solidario. Solitario no por sostenerse en cuando individuo, sino por imposición geográfica; su territorio es un mapa, su caminar un encuentro. En él los héroes son cartógrafos, comerciantes, maestros itinerantes que recorren la inhóspita superficie de la tierra. Y el medio en el que se desenvuelve este andar, geografía y poder, los determina y persigue como el destino.

Última rosa contiene también cuadernillos con canciones, memorias y fragmentos, y está ilustrado con grabados de nuestra querida Marta Arangoa y de Dini Calderón, un dibujo de Alfredo Olivo, un óleo de Osmar Sombra, un collag de Cristina Prado y una fotografía de Juan Pablo Morisoli.

Publicado el reciente 2006, Un largo sortilegio contiene 26 poemas, un testimonio (La hora grande) y cinco canciones. Su escenario central es la estepa y su gran viento, los puestos, la persecución de la Utopía, la tribu (junto a su Margarita Monges uno solo, y a sus hijos) y el camino, tan extenso e inexplicable como el universo.

«Y al fin de cuentas, -se pregunta el poeta - ¿qué es la poesía? (...) Ella acompaña al hombre (cita) desde el alba del mundo». En este caso se trata también de un arma para comprender la soledad y acompañar el infinito. La geografía, una vez más, determina el mundo morisoliano.

Edgar Morisoli, épico y civil, nació en Acebal, Provincia de Santa Fe, en 1930. A partir de 1956 reside en La Pampa. Si bien no podemos calificarlo de poeta telúrico, o lárico, o folklórico, en tanto ha construido una estética propia y muy particular, el lector tiende a compararlo con el argentino J.L Ortíz o el chileno Jorge Teillier. Tal vez represente, en lo meramente antropológico, aquella figuración tutelar; pero nada más. Su singular obra comprende los volúmenes Salmo Bagual (1957 y 1959), Solar del viento (1966), Al sur crece tu nombre (1974), Obra callada (1974-1986) (1994), Cancionero del Alto Colorado (1997, Tercer Premio Nacional de Poesía 2004), Bordona del otoño/ palabra de interperie (1998), Hasta aquí la canción (1999), Cuadernos del rumbeador (2001) y La lección de la diuca (2003), y los ya citados Última rosa, última trinchera (2005) y Un largo sortilegio (2006).



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