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El Caso Bildt |
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escribe Cándido La comidilla mediática de las últimas semanas en Suecia ha tenido como figura central al Ministro de Asuntos Exteriores del gobierno conservador de Fredrik Reinfeltd, Carl Bildt. Con una buena dosis de hipocresía y, puede presumirse, por motivos no explícitos de «resentimientos anteriores» o diferencias de «línea», algunos editorialistas comenzaron a cuestionar la compatibilidad entre el cargo de responsable de la política exterior del país y su participación como integrante del directorio y accionista, de algunas empresas trasnacionales, concretamente la rusa Vostok Nafta y la de Putin, Gazprom, además de intereses en la petrolera Lundin. Como es característico de la manada periodística, sus integrantes rivalizaron en la tarea de hincar los colmillos sobre la nueva presa. El instinto natural pudo más que su habitual parsimonia cuando se trata de enfrentarse al poder, político o financiero, dos funciones que cada vez más en los gobiernos de las democracias neocon, coinciden, al punto de fundirse en una misma persona. Desde que la globalización neoliberal instituyó al mercado como eje del sistema e introdujo la noción de que su discrecionalidad es condición sine qua non para la existencia de la democracia, con tal persistencia que hasta muchos ex »socialistas» se lo creyeron, la ética pasó a ser un «artículo de lujo» en las sociedades capitalistas contemporáneas. Junto al egoísmo y el culto al individualismo insolidario, se propagandeó la noción de que los ricos lo son por ser inteligentes y los pobres son pobres por ser tontos y «carentes de iniciativas». O, según una variante más en boga, porque «el Estado de bienestar castró su capacidad de iniciativa». En este marco resulta irrelevante cuántas acciones vendió o dejó de vender el ministro de Asuntos Exteriores del gobierno conservador, Carl Bildt. Lo incuestionable es la flagrante contradicción en poseer intereses financieros personales, en empresas sobre las que el gobierno y. como es este el caso, la cartera de Exteriores deba adoptar decisiones en las que esos intereses personales entren colisión con los del país. Aún admitiendo que el sujeto en cuestión, en este caso Bildt, otorgue preferencia a los intereses de «la patria», hay que recordar aquello de que «la mujer del César no sólo debe ser honesta sino también parecerlo». Ni Reinfeldt debió haber nombrado a Bildt ministro de Exteriores ni Bildt debió haber aceptado. Al menos sin antes haber puestos todos, todos, los «papeles sobre la mesa». Como se le exige ahora por parte de la Comisión de Constitución. Bildt nació y creció en un entorno capitalista, y por tanto burgués y conservador. Ha sido fiel a esos valores. Como militante juvenil y luego líder del Partido Conservador, (que inicialmente se llamó Partido de Derecha) se enfrentó a Olof Palme, que encarnaba las posiciones opuestas, pese a que éste prefería discutir con el entonces suegro, Gösta Bohman, un conservador que se jugaba por lo suyo. Es natural que Bildt se formara en el anticomunismo visceral y por tanto irracional, que inhibe la facultad de pensar, que ha hermanado a Ronald Reagan con Margaret Thachter y Augusto Pinochet. No es extraño que esta última haya sido una excepción al rendirle un homenaje póstumo al tirano en su muerte reciente. (Otros no se atrevieron). Consecuentemente ha sido Bildt, también un «proamericano» visceral. Su modelo es Henry Kissinger. Esperemos que sólo lo sea en su amor por el dinero. Porque Kissinger ha hecho méritos más que suficientes como para estar ante un tribunal internacional, por sus crímenes. Estos son los «nuevos gobernantes» del escenario neocon. Los que el sistema naturalmente necesita y produce. A menor escala financiera muchos «representantes del pueblo» en el Parlamento están en directorios de empresas, públicas o privadas, donde cobran un sueldo y son «asesorados» por los lobbys a la hora de votar leyes. Una corruptela incompatible con la democracia. Será por eso que está tan desprestigiada. |
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