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Los hechizados del siglo XXI |
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escribe Carlos Catania Hace aproximadamente quince años, publiqué en un diario porteño un artículo comprimido, apuntes previos del ensayo que más adelante sellé con el título de Testamento del Niño. Comenzaba sosteniendo que sólo se necesita pensar (desatornillando láminas aceradas adheridas al cerebro por costumbre, educación y prejuicios), para caer en la cuenta de que el mundo de los humanos es una Gran Mentira cuya perversidad nos rige. Tal pensamiento, aparentemente terrorista, expuesto desde hace siglos por filósofos, poetas y grandes novelistas, no tiene, en consecuencia, nada de original. No obstante vale la pena, hoy más que nunca, tenerlo constantemente presente. Sólo un indigente intelectual, lo que comúnmente llamamos un mediocre, sería capaz de negar esta verdad, ocupado como está en lamer el trasero, como eficiente esclavo, a quienes se regocijan manipulando los hilos del Error. Carlos Morales, uno de los periodistas más auténticos que he conocido, profundo y leal a los principios humanistas que deberían regir su profesión, pone al descubierto las mentiras, ambigüedades y reporterismo corrongo, cometido, justamente así sea en Costa Rica o en otras latitudes, por quienes lucran y juguetean con la candorosidad de las personas, banalizando la condición humana, simplificándola, denigrándola. Las aspiraciones ético-sociales, su sueño de que los periodistas fueran hombres culturalmente integrados y al servicio de los ciudadanos, sufrieron un revés al parecer irremediable. Con dolorosa sinceridad, Morales apunta: Casi ninguno de mis ambiciones o pronósticos, para lo que sería el periodismo del futuro, encontró asidero en la realidad y, por el contrario, aquellos reporteros que se iniciaban en los 70 y que iban a ser -según mi juicio y anhelo- los sacerdotes, los hacedores, los hechiceros del siglo XX, terminaron disminuídos, amordazados y casi en silencio, como los hechizados del siglo XXI. A continuación formula una serie de interrogantes: Qué fue lo que ocurrió en el intervalo? ¿Qué factores influyeron para que una profesión en ascenso, otrora respetada y prestigiosa, acabara prosternada en las lindes de lo servil y de lo ridículo? ¿Cuáles eran las perspectivas del periodismo en los años 70, y cuáles son las realidades en el 2006? ¿Qué objetivos fueron alcanzados y cuáles se perdieron? ¿Por qué los logros y por qué los fracasos? ¿Qué fuerzas inexorables le dieron vuelta a todos aquellos sueños que compartí con miles de colegas en este y otros países de América? ¿Por qué se volvieron pesadilla?. Las respuestas a estos interrogantes, constituyen el sólido contenido de su ensayo. La claridad con que expone, la acertada selección de fuentes y, sobre todo, la pasión que dispensa a su profesión, quizás logre abrir puertas a dominios insospechados, en mentes pervertidas por lo light y las consecuentes tareas de indiferencias, propias de la frivolidad en ascenso. La letra de Cambalache, de Discepolín, resume en dos palabras esta inmersión en la estupidez: &todo es igual, nada es mejor. Particularmente interesantes resultan los criterios de Morales para cualificar la noticia, en cuyo lugar a menudo suelen insertarse gruesos elementos de distracción, notas obsoletas, crónicas sociales. Este fenómeno delusorio (no solo presente en lo mediático, sino en política, en comercio, etcétera), se produce, dice Morales, en medio de un mundo que revuelca las ideologías, que está al borde de la guerra, que mata diariamente a 40.000 niños, que se descalabra en su economía, que se auto-extermina ecológicamente. Al leer Los hechizados del siglo XXI, confirmo lo que pienso de la llamada postmodernidad, término inventado por algún sociólogo que no halló un nombre que definiera la característica esencial de la época más descalabrada de la historia. (¿Se bautizarán los siguientes períodos con una seguidilla de post- post?). La verdad es que en todo tiempo y lugar, ya se trate de globalización, consumismo, presiones imperialistas y otras yerbas, el éxito de la mediocridad parece haberle procurado un trono vitalicio. De ahí que, por extensión, el libro de Carlos Morales, traspase con creces los límites del periodismo y demás medios, abarcando problemas universales que desfiguran a las instituciones y a los hombres. El autor no vacila en poner sobre el tapete lo que mucha gente intuye, calla y actúa como si no lo supiera. Habla por quienes no pueden o temen hablar, cumpliendo así una de las consignas básicas de todo escritor; despierta las conciencias, o al menos las incomoda, de los esclavos satisfechos que se arrastran como perros detrás del amo y se creen libres. En el fin de una civilización, caracterizada por el Exterminio, la Corrupción, el Miedo, el Hedonismo Neurótico, la Tecnología y otros encantos, la palabra de Morales se revela, felizmente, como un acto antagónico de la realidad que pretenden hacernos tragar. Los hechizados del siglo XXI, rescata estos climas y se inscribe, como se acostumbra a decir, en la galería de los libros imperdibles, cuyas connotaciones no admiten réplicas. Y si las hubiera, servirían, en todo caso, para enriquecer aun más el contenido de la obra. Los hechizados del siglo XXI |
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