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La más reciente novela de Patricio Manns |
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escribe Juan Cameron Olvidada en los recuentos del año literario en nuestra región, tal vez por su aguardada presentación en la Feria del Libro de Viña del Mar, el próximo 14 de enero, la más reciente novela de Patricio Manns se postula entre las mayores expresiones del género. Diversos instantes del reino, editada por Alfaguara en julio pasado, reúne una serie de elementos de significación en una narración muy simple, limpia de recursos efectistas y, al mismo tiempo, cargada de guiños y de gestos que evocan pasajes de nuestro acontecer latinoamericano. En el capítulo Escuetas precisiones el autor ubica la ciudadela en el escenario señalado: «Muerteputa, nuestra aldea de piedra pulida y pródigo silencio, se halla incrustada en un seno cóncavo de la cordillera, frente a las Cuevas del Águila que Sueña, afirmándose justo en una extensa saliente rocosa que cuelga encima de un pequeño valle». Ese lugar inaccesible es, ciertamente, una clara representación de nuestros valores y principios. Al no separarnos de aquellos, postula Manns, no podemos ser ni vencidos ni exterminados. Y desde tal atalaya, como todo se observa para nuestra propia realización, la memoria es un arma primordial. Del mismo modo -y así ocurre entre nosotros- el olvido ha sido artillería del enemigo. Sin embargo el novelista rehúye a todo cuanto esté determinado por normas y cifras establecidas de antemano. En una suerte de defensa del Derecho Natural, nos indica que más bien son los principios quienes deben regular la gramática social en pro de la paz y de lo verdadero. De tal manera, en Ciertos movimientos, algunas conjeturas, el lector debe optar, tal como uno de los protagonistas, por un sendero en la bifurcación de los caminos. En un sentido o en otro, siempre habrá una alta y boscosa pared con un camino y un destino también polivalentes, al que debemos acceder. La linealidad de los personajes, su presunta ahistoricidad y los despojos de armaduras, uniformes y estandartes de épocas pretéritas dibujados a trazos sobre la página, llevan al lector a un escenario parecido al de un cómic. Los juegos de luces y de sombras, los arroyos entre una espesa vegetación, la perspectiva de las voces y los ecos propenden a esta sensación. Es más, los diversos planos que se entrelazan sirven como topografía a escenas distintas. Tal es el caso de el Almacrabra de los enemigos, cementerio donde yacen esparcidos y tirados sobre la superficie los restos de quienes, alguna vez, osaron romper ese lugar de la Utopía. En dicha toma yace la advertencia; y quien no sepa leerla será vencido sin piedad ni perdón. Manns es explícito en este punto: «Cuando Caxicóndor estaba parado en mitad de la nube de polvo, desembarcando recién de su viaje paradigmático, llegó el Desertor. Venía tal vez a mezclar su historieta con nuestra historia. Venía con su fusil, venía con el cantarillo». Otro dato a considerar es el posible paralelismo de cada capítulo con una movida de ajedrez. El Desertor, un mal jugador, no prevé las posibles variantes; se encuentra en un plano de inferioridad y lo único que él cree poseer es una cierta capacidad de ataque que sustenta en su experiencia, su oficio de guerrero y su arma (tal vez un fusil semiautomático). Su potencial efectivo corresponde al de un simple alfil de rey que, lanzado en picada contra el peón siete alfil del monarca enemigo, no sólo será sacrificado inútilmente, sino también arrastrará con ello la definitiva pérdida de su partida. Caxicóndor, por otro lado, conocedor de la superioridad que le otorga una estructura cerrada, es un monarca magnánimo que no duda en ofrecer tablas a su envalentonado enemigo. Pero la soberbia y la estupidez del primero hará cumplirse la tragedia tal como fue diseñada por el autor. Es evidente la equivalencia ético que encierra esta oposición necio magnánimo. Un «se le dijo, se le advirtió, se le repitió reiteradamente» queda resonando hacia el final de la novela. Pero el necio es necio y morirá como tal. El bien triunfa sobre el mal, esa es la norma ha de cumplirse porque, en definitiva «no es el arma lo que importa. Lo que importa es lo que defiendes con ella. No hay un arma mejor que otra: sucede que hay causas mejores que otras causas». La posición de corte romántico por la que definitivamente el autor toma partido, queda señalada también como una utopía; la historia se ha encargado de señalarlo así. Patricio Manns nació en la provincia de BioBío, en 1937. Compositor, cantante y escritor. Ha publicado De noche sobre el rastro (1967, Premio Alerce de la Sociedad de Escritores de Chile y de la Universidad de Chile), Los terremotos chilenos y Las grandes masacres (ambos cuadernillos de la colección Nosotros los chilenos, Editorial Quimantú, 1972), Buenas noches los pastores (1973, Premio Municipal de Literatura en Santiago), Actas de Marusia (1974), Actas del alto BioBío (1985), Actas de Muerteputa (1988), De repente los lugares desaparecen (1991), El corazón a contraluz ( Cavalier Seúl, Francia, Phébeus y Emecé, 1996), Memorial de la noche (Sudamericana, 1998), Chile, una dictadura militar permanente (1811-1999) (Sudamericana, 1999), El desorden en un cuerno de niebla (Emecé, 1999) y La revolución de la Escuadra (Ediciones B, 2001), Memorial de Bonampak (poesías, 1995, 2004). El año 2001 obtiene el Premio del Consejo Nacional del Libro y la Lectura en la categoría de inéditos, obra publicada por Ramdom House-Mondadori y Editorial Sudamericana bajo el título de La tumba del zambullidor. Como dramaturgo, su obra La lámpara en la tierra representó a Francia en el Festival de Teatro de Berlín del año 2000. En 1973, después del golpe de Estado, se exilia en Francia, para regresar, años después, a establecerse en Con-Cón, en la región de Valparaíso. Además de otros reconocimientos obtiene, en 1988, la beca Guggenheim. |
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