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13-Setiembre-2002

 

Volodia Teitelboim, Premio Nacional de Literatura de Chile 2002
Neruda vuelve a Suecia

 

Cuando el pasado año se conmemoró el 30 aniversario de que a Pablo Neruda le fuera conferido el Nobel de Literatura, Volodia Teitelboim, amigo y biógrafo del poeta, invitado por la universidad de Estocolmo ofreció una conferencia el 20 de setiembre en el Aula Magna de dicha institución. Ahora pocas semanas atrás Teitelboim, recibió muy merecidamente el Premio Nacional de Literatura de Chile como reconocimiento a su extensa y valiosa obra. Liberación Especial quiere sumarse a la alegría por el galardón del escritor y político chileno, publicando sus palabras en Estocolmo sobre la vida y obra de Pablo Neruda.

Ahora tengo un nuevo sueño.

Quisiera que este acto tan hermoso, realizado en el Aula Magna de la Universidad de Estocolmo, esta fiesta del espíritu, tan honda, ¡tan solidaria!, pudiera ser vista y conocida por todo el pueblo de Chile. Al fin y al cabo nosotros tenemos una inmensa deuda con aquellos que acogieron a nuestros compatriotas desterrados. En la época trágica de la dictadura fueron forzados a abandonar su patria. Muchos estaban amenazados por peligros de muerte. Emprendieron el camino del mundo no sabiendo bien en el primer momento si éste les daría refugio. Así, un millón se repartió por el planeta. Gente del sur del globo terrestre, que vivía cerca de la Antártica, llegó al país más extremo del norte. Así la aurora boreal saludó fraternal a la Cruz del Sur. Los suecos abrieron sus fronteras para dar un lugar a tanta mujer, a tanto niño, a tanto hombre perseguido por ser fiel a nobles ideales. Pesaba sobre ellos el cargo de ser compañeros de Salvador Allende y de Pablo Neruda.

Agradecemos las palabras de Johan Falk, compartiendo su afirmación de que los extremos se tocan. Los extremos se tocan cuando hay corazones que aman la Paz y respetan al ser humano. Me alegra saber que aquí está presente Eva Zetterberg, Vicepresidenta del Parlamento sueco. Evoca esos tiempos a partir de septiembre del 73 cuando virtualmente toda la sociedad sueca, estremecida por lo que había sucedido en nuestra tierra, abrió los brazos y permitió a tanto chileno venir a reconstituir aquí sus vidas.

Quiero celebrar la riqueza y la afinidad de los espíritus. Ésta no es una reunión formal, en el sentido elitista, pues está abierta a todo el ancho mundo del exilio. Nos alegra la concurrencia de los nuestros, de todos aquellos que siguen soñando y trabajando por el restablecimiento pleno de la democracia en ese extremo sur del globo. Y también decir la alabanza de la cultura, como unificadora de los seres humanos. Lo confirman las palabras de Anders Cullhed. También ese dúo espléndido de lectores de poesía nerudiana, formado por la gran actriz Elin Klinga y nuestro compatriota Igor Cantillana.

El Embajador de Chile, Pepe Auth, introdujo de súbito un elemento coloquial, un recuerdo familiar. Porque así son las cosas de la vida. Y quién iba a pensar hace treinta, cuarenta años, que a ese niño que yo veía revolotear por la casa de su tía Flor Auth, donde vivían por ese tiempo Pablo Neruda y Matilde Urrutia, lo encontraría un día en la otra punta del planeta, que él sería el Embajador de Chile y evocaría aquí escenas de aquellos tiempos que fueron más felices, entrañables y permanecen frescos en la memoria.

Quiero también referirme a la Oda a la Solidaridad, leída por la actriz Elin Klinga y al Cuándo de Chile. Representan el sentimiento profundo de todos los que emigraron. No pueden caminar sin llevar adentro dos grandes cordilleras, el mar de Chile, la imagen de sus muchos volcanes, de las zonas quebradas, que en alguna forma se asemejan a la geografía de Suecia.

El recuerdo de los jardines de la Araucanía.

Pablo Neruda conoció en este país días dichosos. Exactamente hace treinta años en el Ayuntamiento de Estocolmo, agradeció a nombre de todos los laureados el Premio Nobel de aquel año.

Tengo, perdón, que irme lejos de aquí; perdón, volver a mi tierra, perderme una vez más en la noche y en el amanecer de mi patria. Vuelvo a las calles de mi infancia, al invierno del sur de América, a los jardines de lilas de la Araucanía, a la primera María que tuve en mis brazos, al barro de las calles que no conocían el pavimento, a los indios enlutados que nos dejó la conquista, a un país, a un continente oscuro que buscaba la claridad. Y si este resplandor se prolonga desde esta sala de fiesta y llega a través de tierra y mar a iluminar mi pasado, está iluminando también el futuro de nuestro pueblo americano, que defiende su derecho a la dignidad, a la libertad y a la vida.

Yo soy -agregó - un representante de aquel tiempo y de las actuales luchas que pueblan mi poesía. Perdón por haber extendido mi reconocimiento a todos los míos, hacia los olvidados de la tierra, que en esta ocasión feliz de mi vida, me parecen más verdaderos que mi expresión, más altos que mis cordilleras, más anchos que el océano. Yo pertenezco con orgullo a la multitud humana. No a pocos, sino a unos muchos y aquí estoy rodeado por su presencia... por su presencia invisible. En nombre de todos ellos y en el mío propio, doy gracias a la Academia Sueca (como hoy nosotros debemos las gracias a la Universidad de Estocolmo) doy gracias a este país de inmensos bosques y profundas nieves, cuyo sentido de igualdad y cuyo amor a la paz -y esta es una palabra hoy día más importante que nunca, el amor a la paz- cuyo equilibrio y cuya generosidad -se está refiriendo a Suecia- impresionan al mundo. Doy las gracias y vuelvo a mis trabajos, a la página blanca que espera cada día a los poetas, para que la llenemos con nuestra sangre y nuestra sombra, porque con sangre y sombra se escribe, se debe escribir, la poesía. Con sangre y sombra se escribe la vida, se escribe la historia. Con sangre y sombra.

La paz y las Torres Gemelas.

Y hoy hay de nuevo en el mundo sangre y sombra.

Ya Suecia había premiado, veintiséis años antes, a una maestra primaria que nació en la penúltima de las treinta y tres aldeas del Valle de Elqui, en el Norte Chico de Chile. Nació con un padre andariego, que pronto se ausenta. La niña parecía destinada a vegetar en la soledad de esos lugares recónditos adonde nadie parecía llegar. Hasta era difícil contemplar el cielo, porque rodean el poblado cerros altísimos. Ella debía levantar mucho la mirada para ver las estrellas aunque llevaba una estrella en la frente, que nadie veía; tampoco ella. Sin embargo un día llegó hasta Estocolmo. Recibió de parte de la Academia Sueca y del Rey el primer Premio Nóbel de literatura concedido a un latinoamericano. Nuestra Gabriela Mistral abrió el camino a otros escritores del subcontinente lejano.

Los chilenos están orgullosos de estos laureles. Consideran que el nombre de Chile se asocia en el mundo más a la poesía que a la economía. Más a los valores de la cultura que a las noticias del mercado y del consumo.

Esta reunión no se prosterna ante la idolatría de las trasnacionales y el neoliberalismo, donde no reinan la literatura, la poesía, el espíritu, sino el dinero. El hombre no es una mercancía, una moneda. Esta reunión nos confirma que el espíritu no se vende en el mercado, que la poesía impondrá siempre su derecho a existir, incluso en las épocas más sombrías y pragmáticas.

Al comienzo de esta reunión un periodista me comunicó que se ha hecho el anuncio alarmante de que hoy acaba de comenzar la gran guerra del siglo XXI a raíz de la destrucción de las Torres Gemelas en Nueva York. Noticia catastrófica. Habría horrorizado al poeta, a la humanidad a aquel que escribió Que Despierte el Leñador. Exaltó la figura del presidente norteamericano Abraham Lincoln, el paladín de la liberación de los esclavos. Neruda abogó por la paz, por la paz para todas las aguas, para todos los ríos, para todos los montes, ¡para todos los países!, ¡Paz para el hermano! -dijo- ¡Paz para el que no conozco!

La paz ahora está al borde del abismo. Hay que pensar que la palabra Paz iluminó el camino de ese primer Premio Nóbel latinoamericano, de Gabriela Mistral, en los tiempos duros en que ésta aparecía amenazada. Luego vendría la Segunda Guerra Mundial. Escribió La palabra maldita. Sabía que pronunciar entonces la palabra paz la convertía en sospechosa. Hay que hacer de nuevo -propuso- la gran militancia de la Paz, unir a todos los hombres en torno a ella. Hay que impedir horrores como aquel que descargó hace nueve días en Nueva York, cuando aviones suicidas, piloteados por kamikases se lanzaron sobre las Torres Gemelas. ¿Índice de descontento? ¿O también locura temeraria? Rechazamos el terrorismo. Tampoco creemos que la respuesta sea declarar una guerra de diez años, como lo ha dicho el Presidente Bush. El mundo ha conocido guerras de treinta años, de cien años. Han sido inmensas multitudes de seres humanos inocentes los que han pagado el precio de guerras innumerables. Invoquemos los nombres de Gabriela Mistral y de Pablo Neruda y pongámonos de pie para decir junto a un mundo racional que la guerra puede inmolar de nuevo a millones de seres humanos y convertir la Tierra en un Apocalipsis.

La búsqueda de la madre

En algún día distante Neruda me invitó a hacer un viaje en automóvil, junto con su esposa, Matilde Urrutia, porque quería ir a Parral, su pueblo natal que él conocía muy poco. Quería saber algo más de su madre, a quien él nunca vio, porque ella murió pocas semanas después de darlo a luz.

La casa estaba castigada por los terremotos, pero aún subsistía. Allí encontró a una vecina amiga de su madre. Le trajo una fotografía, la primera de ella que él veía. Reconoció rasgos suyos en esa mujer alta, aguileña, de rostro severo, que murió devorada por la tuberculosis. Era maestra primaria. Según el testimonio de la vecina tenía un espíritu soñador, leía novelas y poesía en el patio. Viajaba con la imaginación hacia países distantes, hacia una vida más feliz.

Neruda siempre sintió su condición de huérfano de madre. Algunos dicen que a través de su vida estuvo buscándola. Tal vez sea la interpretación de un sicoanalista. Creo que había un fondo de verdad en ello. Él siempre fue un niño grande a quien la madre le faltaba.

Lo llevaron muy pequeño a una ciudad recién nacida, Temuco. Acababan de cesar los estruendos de la ofensiva del ejército de Chile contra los mapuches. Fue la guerra más larga de América. Con pausas duró virtualmente tres siglos. Llevó a decir en la Península que Chile era el cementerio de los españoles. Allí se comenzaba a edificar en el terreno arrebatado a los aborígenes.

Su padre era conductor de tren lastrero. En cuanto el niño ya pudo andar lo subía al vagón para acompañarlo en sus viajes, con el fin de reparar las vías férreas, castigadas por las lluvias inclementes de la zona. Mientras el padre trabajaba con la cuadrilla, el pequeño se internaba en el bosque virgen. Asombrado hacía el descubrimiento de las plantas, de las flores, de los pájaros. Buscaba el nido de la "madre de la culebra". No sabía que estaba atesorando conocimientos que lo convertirán con el tiempo en un gran poeta de la naturaleza.

Planeta de cinco continentes

Cinco proporciones cósmicas abarcaron la poesía de Neruda: las del amor; del paisaje, que en ciertas zonas tiene mucho parecido con el panorama de este país. Fue también poeta cosista, poeta de los objetos. Poeta constructor. Quería hacer casas y las hizo. Ansiaba crear cosas manuales. Luego fue también el poeta de la historia, del mundo, de la sociedad. Este es el cuarto continente. Su quinto continente fue el participativo, el continente civil, de su compromiso como poeta con el destino de los hombres y de los pueblos.

Cuando se hace el balance del siglo veinte más de algún estudioso de la literatura declara que fue uno de los poetas más trascendentes.

Neruda, niño pobre, disconforme con la sociedad, ya adolescente manifiesta su disenso. Sueña con un mundo mejor. En la hora de la adolescencia también tiene la revelación del sentimiento amoroso. Con una precocidad sorprendente escribe sus primeros libros, Crepusculario y Veinte poemas de amor. Este último pasó a ser considerado el cantar de los cantares de América Latina. Y algunos dicen, del mundo del siglo XX.

Una anécdota: al pasar Hillary Clinton, esposa del Presidente de Estados Unidos, llega a Chile en misión diplomática. Hace un discurso que suena grato a los oídos chilenos: "El Presidente -dijo como revelando un secreto- con motivo de cumplir veinte años de nuestro matrimonio, me ha hecho el mejor regalo, un libro bilingüe, en inglés y en castellano, Veinte poemas de amor. Un poema por cada año." Lo cuento en la Feria del Libro de Guadalajara. A mi lado está el poeta argentino Juan Gelman. Me dice: -tú no has dado el nombre completo de la obra. Se llama: Veinte poemas de amor y una canción desesperada. El tiempo puso las cosas en claro.

Neruda, a los veinte años descubre la fuerza violenta y delicada del amor, del erotismo, del sexo y del sentimiento. El primer poema del libro entra de lleno y sin censura en dicho territorio.

Cuerpo de mujer/ blancas colinas/ muslos blancos/ te pareces al mundo en tu actitud de entrega/ mi cuerpo de labriego salvaje te socava/ y hace saltar un hijo del fondo de la tierra.

El libro también está traspasado de romanticismo:

Te recuerdo como eras en el último otoño./ Eras la boina gris y el corazón en calma.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente,/ y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca./Parece que los ojos se te hubieran volado/ y parece que un beso te cerrara la boca.

Un descubrimiento del erotismo

Eran años marcados por la pasión.

Simultáneamente con Veinte Poemas escribe un libro titulado El hondero entusiasta. Lo guarda en un cajón durante diez años. Porque es inmensamente atrevido, escandaloso, desde el punto de vista de la moral o de la moralina vigente de la época. Allí sencillamente destapa el instinto. Es un semental. En algún verso se refiere a hacer el amor "como las bestias que en los potreros pastan, como las bestias". Es un poeta erótico, con distintos tonos. Ansía la unión entre hombre y mujer, pese a tristezas y desencuentros.

El poeta se convirtió en secretario de los amantes. Multitud de enamorados se apropian de sus versos y pretenden que son suyos, a fin de conquistar a Dulcinea.

En México relaté esta frecuente estratagema en una entrevista de radio, de esas que atienden llamados telefónicos del público. Una voz de mujer dijo: "Pero eso no sólo pasa en Chile; a mí también me sucedió en México. Mi novio, a fin de conseguir que sus bonos se cotizaran más alto en mi corazón, me leyó unos versos que dijo suyos. Yo sabía que eran de Neruda, pero no le dije nada... hasta después que nos casáramos".

El poeta vivía una época de bohemia desenfrenada. Era el tiempo en que la tuberculosis rondaba a los jóvenes y solía llevárselos pronto a la muerte. Entre ellos un compañero suyo de recitales, Romeo Murga, que tenía la misma edad y con el cual iba de escuela en escuela universitaria recitando Lejana o Farewell,

(AMO el amor de los marineros
que besan y se van.

Dejan una promesa.
no vuelven nunca más.

En cada puerto una mujer espera:
los marineros besan y se van.

Una noche se acuestan con la muerte
en el lecho del mar.

Era una época de mucho vino y poco comer. El hambre los rondaba como un fantasma letal. Se comía a veces día por medio. Era época de pobreza, rica en grandes sueños. Neruda no quería morir. Tenía que hacer su obra, vivir para decir lo suyo, aquello que palpitaba y le barbotaba adentro como una gran fuente, generosa, abundante.

Quiere escapar de la bohemia, saliendo de Chile. Recurre a un amigo en el Ministerio de Relaciones. Pide que lo designen Cónsul en alguna parte. El funcionario responde: -Hay muy pocos consulados disponibles. -Le lee tres, cuatro nombres. Uno de ellos le suena muy exótico, misterioso, "Rangún". Es la primera vez que escucha esa palabra. Lo nombraron allí. No sabía dónde se iba a meter. En cuanto llegó, comprendió que se había condenado a una soledad irremediable. Todo era distinto, ajeno y le resultaba extraño en ese mundo. Pasaban años sin que cruzara una palabra en castellano con nadie, porque nadie lo conocía. Desesperado, escribe una carta a un poeta que conoce de nombre, aunque no todavía personalmente, Rafael Alberti, suplicándole que por favor le envíe un diccionario castellano, porque teme olvidar su propia lengua.

Así eran las cosas en esa soledad. Su vida y su entorno han cambiado por completo. Se sumerge en sí mismo, en el misterio insondable de esas civilizaciones. De allí nace Residencia en la Tierra, un libro de honduras, cruzado por vías secretas, por fabulaciones fantásticas, poblado por los sueños eróticos del hombre que está solo y que suele encontrar compañía en las cortesanas del templo o, como dice, "con la hija del Rey de Mandalay.

Allí conoció a Josie Bliss, nativa que trabaja en una empresa holandesa. Cuando vuelve a la casa recupera identidad y su indumentaria. Es un amor terrible. "Oh Maligna...". Es la mujer que lo cela. Teme que lo acuchille en el sueño. Sin aviso se fuga en un barco rumbo a Colombo, a la isla de Ceylan. Es una de las más devastadoras pasiones registradas por la literatura de su tiempo. El amor es lo que lo aferra a la vida. Y sobre todo la poesía. Se crea un nuevo idioma, el de la poesía interior. Algunos han hablado de surrealismo latinoamericano o nerudiano. Es un lenguaje con frecuencia críptico, que va descubriendo su propio drama. Pese a todo no renunciará a sí mismo.

El hombre tras las máscaras

Cuando a raíz de la crisis del 29 regresa a Chile llega con el libro inédito. Por primera vez lo veo desde la galería del Teatro Miraflores de Santiago. (Tengo mucho interés en conocerlo, no me atrevo a acercarme, pero quiero ver su cara) No pude ver su cara, porque todo el recital lo dio tras grandes bastidores, mascarones chinos que cubrían todo su cuerpo. Sólo se oía esa voz gangosa, lenta, recitando poemas de Residencia en la Tierra. Me quedé sin verlo, frustrado y desconcertado.

Poco después se marchó a Buenos Aires como Cónsul y más tarde a España.

Gracias a nuestro compatriota que trabaja en esta Universidad, mi amigo Sergio Infante, supe que estoy hablando de poemas conocidos aquí. Pertenecen al otro Neruda. Siendo uno solo hay varios Nerudas. Se sujetó al principio del eterno cambio. A pesar del éxito de Veinte poemas de amor, él no quiso que fuera una especie de sirena , de Circe homérica que lo adormeciera, repitiendo el mismo tema. Necesitaba que cada obra suya significara un salto a bordo de un barco distinto, que lo llevara a zonas literarias diferentes. Así fue con Residencia en la Tierra. Es una inmersión en las profundidades.

El poeta emerge a la luz cuando llega a España. No sabe que va a entrar al reino del fuego. La juventud, la generación literaria del 27, con García Lorca, Rafael Alberti, Vicente Aleixandre y varios otros que han entrado a la historia, lo acogen con los brazos abiertos. Reconocen en él una voz distinta de la lengua castellana. Tiene la majestad de los Andes y también la resonancia de océanos tempestuosos.

Un día en Madrid alguien que está voceando un periódico anuncia a grito herido que García Lorca ha sido asesinado en Granada. Fue para Neruda un terremoto. Le aclaró el rostro del fascismo. Lo definió políticamente. Lo llevó a escribir lo que Alberti llamó (junto con España, aparta de mí este cáliz, de César Vallejo, el enorme y desgarrado poeta peruano) "el más grande libro que haya inspirado la guerra de España".

Así Neruda pasó a una tercera etapa de su obra. Allí también sostuvo una polémica de fondo proponiendo una "poesía sin pureza". Se trenzó en la discusión con Juan Ramón Jiménez. Neruda sostuvo que la poesía no estaba monopolizada por los temas sublimes; verbigracia, los ojos de la amada, la luz del ocaso, otros hermosos lugares comunes, por los asuntos finos que los poetas habían trabajado hasta la fatiga durante el siglo XIX. La poesía, dijo, admite todo, siempre que el poeta sea como el Rey Midas, aquel que, según la leyenda, transformaba en oro cuanto tocaba. Para el poeta puede ser poesía incluso el llamado "tema prosaico". Hasta una receta de cocina, una oda al caldillo de congrio, será admitida en la casa de las musas siempre que la alumbre la luz de la poesía. Hay que descubrir siempre nuevos horizontes.

Subir desde las profundidades

Neruda regresa a Chile después de haber vivido otra gran experiencia. En el Perú asciende a las alturas de Macchu Picchu. Descubre allí, como ya había comenzado a hacerlo en México, la impresionante presencia precolombina de los pueblos originarios. Se preguntó no sólo por el destino de los altos sacerdotes, por los incas, por la suerte de los aristócratas quechuas, sino más bien se interrogó a propósito Juan Corta Piedras, por Juan Pies Descalzos. Planteó la pregunta primordial: "¿Y el hombre, dónde estuvo?".

En el fondo, el poema no se limita al tiempo precolombino. Porque ese hombre, anónimo de entonces y ahora, el descendiente de Juan Pies Descalzos, de Juan Corta Fríos es el indígena de hoy en el Perú y en toda nuestra América, desde Canadá hasta Chile. Lo llama a subir con él, a hablar por su voz y su sangre.

O sea, Neruda vuelve distinto. Es un hombre que se siente portavoz. Cuando insta al aborigen, al pueblo, a hablar a través de su voz y de su sangre, pronuncia una palabra colectiva. O sea, es lenguaraz, el que hablará por los que no tienen voz. Dirá sus sueños, sus reclamos, sus rebeldías y anhelos ancestrales.

Neruda se está preparado para escribir un libro colosal, una especie de "Biblia americana". Es el Canto General. Sus páginas comienzan en la América antes de ser hollada por el pie humano, cuando era sólo naturaleza virgen. Luego llega el aborigen tras una milenaria travesía que hace desde el Asia, atraviesa el Estrecho de Bering. (Entonces posiblemente era tierra continua) Baja desde Alaska hasta el último sur. Más tarde arriba el conquistador. Canta el período de la hazaña de los Libertadores. Él mismo será un protagonista de los tiempos actuales. Cuando González Videla, que traicionó a su pueblo, persigue a Pablo Neruda, lo que hace es perseguir a su pueblo. Trataba de reducir a polvo los sueños de libertad, democracia, los derechos del ciudadano. El poeta lo deja clavado con versos justicieros.

Fue un hombre que no ocultó su pensamiento político, su filosofía de la vida. Hace treinta años, cuando la Academia Sueca le discernió el Premio Nobel de literatura, lo sintetizó magistralmente.

Pocos días antes, siendo Embajador de Chile en Francia, pasó a verlo su antiguo amigo Arthur Lundkvist, miembro de la Academia Sueca. Se conocían hacía tiempo. Había viajado a América Latina en la década del cuarenta. Visitó a Neruda en Santiago. Escribió de regreso un libro, El continente volcánico, donde hablaba de América Latina, de Chile y de Pablo Neruda. Propició en diversas ocasiones que se le diera el Premio Nobel. Cuando el galardón le fue concedido la fundamentación de la Academia se hizo elocuente:

Se ha premiado a un poeta... discutido por muchos, discutible, que durante cuarenta años ha sido objeto de controversias, lo cual revela que es una persona viva, significativa, actuante. Pero queremos aclarar que la Academia Sueca le ha concedido el Premio Nóbel de Literatura en mérito a su grandeza artística. Neruda es poeta eximio. Forma parte de las altas cumbres de la literatura americana.

Hoy día, a treinta años del acontecimiento, queremos recordar a este hombre que siempre mantuvo en alto la bandera de sus sueños y de sus ideales.

Y cuanto la enfermedad hizo presa en su último cumpleaños, el 12 de julio de 1973, fuimos a verlo junto a Gladys Marín, con Rosendo Huenumán, para llevarle los saludos del Partido y también un pequeño recuerdo. Simultáneamente arribó a la casa el hijo de su editor, Gonzalo Losada. Le traía un gran chaquetón patagónico, para que se abrigara bien en ese invierno.

Era un condenado que estaba trabajando contra la muerte. Instaló en su cama su taller. Por eso, pidió a Matilde que trajera siete cartapacios. Le dijo al editor: "Yo también voy a hacerle un regalo, aquí están siete libros que he escrito en el lecho". En ese dormitorio, que miraba al Océano Pacífico y donde él se alegraba con el canto de los canarios, el editor le preguntó:

-¿Pablo, son para publicación inmediata?
-No -le contesta. Estos son un autofestejo. Son siete libros para celebrar mi setenta cumpleaños, el próximo año. Un libro por cada decenio.

En uno de ellos reclama tener voz en el año 2000, en el siglo XXI. Profetiza. Profetizar es una cualidad de los vates, los poetas vaticinan. Habla de los aviones que se precipitan invisibles o de aquellos que destruyen la esperanza humana. De las armas que reemplazan los ejércitos terrestres y actúan a través de los misiles. Bastante impresionante el sentido profético del poeta. Los poetas, como decía Aragón, tienen la nariz larga. Huelen el viento que viene antes que los demás.

Todos hacemos la humanidad

Pensando en Neruda, pensando en la poesía, pensando en todos los seres humanos, en todos los sueños; pensando de nuevo en la poesía digamos, como Neruda y la Mistral: hay que bregar por la paz.

Creo que esta reunión en la Universidad de Estocolmo, es propicia para hacerlo. Porque el saber es una invitación a la vida.

Hoy día, Neruda es celebrado en la ciudad donde recibió el Premio Nobel. Lo aceptó recurriendo a una alegoría sosteniendo que el hombre no es el sol central del sistema. "Yo me agregué -dijo- a la inmensa multitud". Al fin y al cabo todos los hombres hacemos la humanidad. Y no sería malo aprender del poeta.

En el discurso ante la Academia Sueca, hace la descripción de su fuga, de la cabalgata que realiza con tres arrieros, modestos, que no saben a quién trasladan, surcando montes enhiestos, atravesando ríos torrentosos que ponen en peligro a caballos y jinetes, jugándose la vida, para llegar en un momento a una especie de posada, cerca de la frontera, de hombres fuera de la ley. Él ha seguido un camino vedado, una senda secreta. A esos hombres de espaldas a la sociedad les relata historias deslumbrantes. No saben quién se las está contando. Ha recubierto su rostro con una gruesa barba y viaja con identidades falsas. Pero ese desconocido les reveló una luz al mundo y algo de la fraternidad humana.

En Estocolmo hace treinta años pronunció el discurso en que reitera la necesidad de la fraternidad humana.

Pablo Neruda ha estado presente en esta reunión del principio al fin. Nos dice que los sueños nunca mueren. Tampoco envejecen. Ojalá no lo olvidemos.

 

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