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Chileno obtiene galardón mexicano de poesía en Costa Rica |
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escribe Juan Cameron El escritor chileno residente en los Estados Unidos, Cristián Gómez O., de 34 años de edad, obtuvo el certamen Sor Juana Inés de la Cruz, convocado por la legación azteca en San José. El premio está dotado de tres mil dólares y la edición de la obra ganadora en México. Este será el cuarto libro de Gómez, luego de su importante Inessa Armand, aparecida en Santiago en 2003 bajo el sello de La Calabaza del diablo. La reciente versión del Premio Iberoamericano de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz, otorgado por la Embajada de México en Costa Rica, recayó en el chileno Cristián Gómez. El poeta, quien en la actualidad reside en Iowa, Estados Unidos, fue galardonado con tres mil dólares. El trabajo, llamado Oscuro como la tumba donde yace mi enemigo, en homenaje al escritor canadiense Malcolm Lowry, será publicado próximamente en México como parte del premio. Desde ya, manifestó Gómez a la prensa, llevará un título más apropiado a esta provisoria designación. El ganador del certamen viajó el domingo 20 de febrero a San José, a recibir su galardón, y en fecha cercana lo hará a la capital azteca. Una serie de presentaciones y recitales lo esperan en ambas ciudades. Cristián Gómez nació en Santiago el 12 de enero de 1971 y es licenciado en Lengua y Literatura Hispánica por la Universidad de Chile. El año 2002 fue uno de los seleccionados para el programa de escritores residentes de la Universidad de Iowa, circunstancia que aprovechó para iniciar su doctorado en dicha casa de estudios. Con anterioridad ha publicado Corazón de crónicas (1993), Al final de lo lejos (1997) e Inessa Armand (2003). Ha obtenido los premios Gabriela Mistral de la Municipalidad de Santiago (1996), Ciudad de San Felipe (1998) y El vino y la poesía, coorganizado por la Fundación Neruda y el diario El Mercurio. Ha sido director de las revistas El viajero, Poliglota y Claridad y aparece, entre otras selecciones, en la fundamental Poesía Chilena para el Siglo XXI (1996) de Mario Andrés Salazar, Floridor Pérez y Thomas Harris, que da título a la generación donde se ubica. Es así como el poeta se reconoce en cierta tendencia de la llamada Promoción del 96 que, con singular talento, trastrocan la eufonía por un discurso armónico y cargado por signos de la memoria colectiva. Entre ellos se ubican Germán Carrasco (Santiago, 1971), Carlos Baier (Temuco, 1971), Javier Bello (Concepción, 1972), Gustavo Barrera (Santiago, 1975), Cristián Basso Benelli (Santiago, 1976) y, en cierta medida, también Yanko González Cangas (Buin, 1971). Ha poco se les agrega el inédito Claudio Gaete (Valdivia, 1978). A veces estos signos conforman una batería de acumulación y competición en un marcado afán por presentarse como una generación autónoma, ajena a la continuidad literaria nacional. Se trata de un grupo de autores de valía que, a pesar de las rencillas propias de la edad y de la situación chilena, conformarán una evidente renovación para la tradición literaria local. Su libro más reciente Cristián Gómez, en buena parte de Inessa Armand, utiliza la referencia literaria más allá de la cita inmediata. A veces -ocurre en la parte I- desarrolla una figura o imagen sacándola de contexto para darle vida propia. La misma heroína reaparece, así una otra princesa en la tarde de Copenhague, entre reflejos de páginas y lecturas: «Yo, que no soy nadie, las veo. Las ausencias y la multitud alrededor deste poema o de mi sombra, el atardecer. Esas niñas que tienen la edad del agua». En este sentido el poeta se inserta en la tradición y en un meta-lenguaje para ser descifrado por los iniciados en el mismo. Si al menos la poesía no es ya la partera de la Historia -y nunca lo fue- su sistema de subversión hará creer, a quienes la suscriben, en su utilidad, compromiso e interpretación de la existencia. De verso extenso, pero fiel a la respiración y a las naturales cesuras del discurso, se acerca a la mal llamada prosa poética. De tal modo, culmina Registro con aquel párrafo de Charles Baudelaire en que habla de «adaptarse a los movimientos líricos del alma, a las ondulaciones del ensueño, a los sobresaltos de la consciencia». En una entrevista concedida a Alejandro Muñoz, de Letras de Chile, Gómez reconoce ese «apasionamiento por el desborde, por el exceso, por lo que sobra»; y reitera lo ya afirmado por William Blake (y también por Mauricio Wacquez) en cuanto a que el camino de los excesos conduce al palacio de la sabiduría. Inessa Armand denota a la bailarina francesa (1874-1920) -y por cierto a la Krupskaia (1869-1939)- como los grandes amores de nuestro querido Volodia Ulianov. Interesado en las posibilidades del discurso como un camino hacia los referentes (o la «moledora de carne» o la búsqueda de la verdad a través del montaje y la explotación de los términos) Cristián Gómez elige entre quienes le influyen a una curiosa gama de autores. Allí están Miguel Ángel Zapata, Antonio Ramos Sucre y Alvaro Mutis; pero también el silencioso Ennio Moltedo, el poeta de Valparaíso, a cuyos libros Nunca y Mi tiempo confiesa volver de tarde en tarde. El obtener tal galardón, así como la difusión hecha de la noticia en Chile, ubica a Gómez en el sitial que merece y junto a los mejores exponentes de su promoción y de las actuales letras nacionales. Se trata de un logro que alegra y se aplaude. |
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