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La reciente novela de Ramón Illán Bacca |
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escribe Juan Cameron Anárquico y folletinesco, el novelista colombiano hereda bastante de su literatura y cierta nostalgia y una buena carga de ironía, se aboca en su tercera novela al tema del carnaval. Ramón Illán Bacca Linares, abogado y académico samario, nos lleva por el laberinto de lo caribeño en un verdadero oficio de telenovela. Para el lector no colombiano debemos aclarar que Bacca es el apellido paterno y samario, el patronímico del natural de Santa Marta. Este narrador de nueva estirpe, nacido en 1942 -según afirman alfunas fuentes- se desempeña como profesor de la Universidad Libre de Bogotá. Ya conocido en su país, su nombre debe asociarse, necesariamente, a esa lista incompleta de autores posteriores a Gabriel García Márquez, como lo son Arturo Alápez, Gustavo Alvarez Gardeazábal, Germán Santamaría, Jairo Aníbal Niño, Gonzalo Arango, Plinio Apuleyo Mendoza, Fernando Vallejo, Felipe Agudelo Tenorio, Julio César Londoño, Laura Restrepo y otros, y que comienza sin duda con el contemporáneo (a Gabo) Manuel Mejía Vallejo. Ramón Illán Bacca ha publicado los libros de cuentos Marihuana para Goering (1981), Tres para una mesa (1991), Señora Tentación (1994) y El espía inglés (2001) y las novelas Deborah Kruel (1990, finalista en el certamen de Plaza y Janés, 1987), Maracas en la ópera (1999) y Disfrázate como quieras (2002). En otro género ha entregado Crónicas casi históricas (1990) y Escribir en Barranquilla (1998), así como la antología 25 cuentos barranquilleros. En su más reciente novela, Bacca entretiene con esa armazón folletinesca y desbordante tan bien expresada en El espía inglés. La proliferación de personajes, situaciones, técnicas narrativas y recursos de montaje, cuando no de acumulación, producen capítulo a capítulo, escenas plenas de absurdo, cómicas y profundamente críticas de un estereotipado esquema social. En el caso de Colombia, éste no podría ser otro que el viejo conflicto de dominación entre liberales y conservadores, la obtusa intervención de la Iglesia católica y una moral de terciopelo rescatada desde el baúl de lo antihistórico. Anárquico en sus procedimientos y en su discurso, Bacca juega con estos elementos y los superpone hasta el ridículo. Su eficacia narrativa consigue el escenario propicio a la burla; pero siempre ésta disfrazada bajo máscaras y ocultos gestos que encuentran su mejor desarrollo en el territorio de la farándula, del carnaval. Disfrázate como quieras resulta un título voluntarioso. Podría indicarle «escribe como quieras» o «di lo que quieras»; de hecho, se extrae de un diálogo aparecido en la penúltima página, en el que intervienen Marta la única y el (sería él?) protagonista. Ramón Illán Bacca sostiene -lo sostuvo también en público en el reciente Carnaval Cultural de Valparaíso- que su obra se llamaba originalmente Era Marta la reina. Ello, en referencia a la muy costeña y popular Cumbia sobre el mar, escrita por Rafael Mejía Romani, en 1963. Pero, ante lo pueblerino y localista de lo citado, el editor le habría exigido este cambio. Para Adolfo González Henríquez, de la Universidad del Atlántico, este es otro de los continuos inventos a que nos tiene acostumbrado Bacca, en cuyo caso «nada es sistemático», sino más bien laberíntico. La anécdota de su reciente novela es simple. En medio del carnaval de Barranquilla aparecen asesinados, en un cuarto de hotel, Jerónimo Carazúa, hijo de un prominente senador de la República, y Mécoro, una princesa indígena. Él iba disfrazado de monje y ella llevaba una máscara veneciana. La causa queda en manos del juez Sócrates Bruno Manos Albas, quien al parecer no podrá sortear el sumario con facilidad. En su curso, la investigación se dirige a Shangai, Berlín y el Caribe, se entrelaza con espías, seminaristas, prostitutas, periodistas y otros seres de mala reputación, en una mezcladora manejada por Bacca a la perfección y al máximo de sus revoluciones. Tal vez el sustantivo folletín al que alude -entre otros críticos- Ariel Castillo Mier, sea también un tanto ahistórico. El término ha perdido vigencia. Más bien es la imagen del cómic, y al parecer los trazos del ibérico Pratt, la que más se condice con las aventuras que se cruzan en las páginas de Disfrázate como quieras. La nostalgia del siglo que se fue -o de aquello que podría haber sido- se trasunta en la historia que va de Santa Marta a Barranquilla y navega por los espectaculares ríos que burilan esa geografía. También, agregan sus críticos -que de verdad son críticos de Bacca y no lo colocan en las listas nacionales- por el pasado izquierdista (utópico, sostienen) de este joven pro ruso, pro cubano, pro sesentaiochista que terminó escribiendo. Pero de todo aquello este autor se alimenta. Y disfruta de la escritura como saben hacerlo los maestros, aunque los académicos sufran y protesten en sus páginas virtuales. Con mayor razón, y de seguro, habrán de protestar los lectores de Kierkegaard, a quien compara con un admirable cantante del siglo XX. Sostiene Ramón Illán Bacca que «en Diario de un seductor el danés cuenta como esa última noche en que estuvo con su amada, al fin seducida y al alba abandonada, todo el tiempo quiso que ese instante fuera eterno. O sea que se toca con un pensamiento muchas veces cantado por Lucho Gatica cuando dice Reloj, detén tu camino, haz de esta noche perpetua...» La trasposición siempre ha sido un inteligente recurso del humor. |
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