escribe Cándido
Hasta el momento ninguna interpretación científica ha establecido relación entre la inmensa tragedia de los países del sudeste asiático y la agresión sistemática del ecosistema por parte del modelo de desarrollo vigente. Entre las justificadas demostraciones de dolor predominantes en los medios de comunicación europeos, el acento ha estado centrado en los miles de turistas de cada país que han visto truncadas sus vidas o la de seres queridos. Casi nadie se ha acordado de los millones de nativos de esos países, cuyo destino ha sido el desamparo y la explotación, ya sea por la acción de esas mismas potencias europeas y/o por los explotadores locales siempre subordinados a sus antiguos colonizadores.
Carentes de casi todo, la furia de la naturaleza les arrebata lo poco que pudieran tener y los deja en la indigencia total. Está bien el sentimiento solidario de fletar aviones con lo más indispensable, agua y alimentos en primer lugar, para aliviar la suerte inmediata de los millones de damnificados.
Pero, obviamente ello no basta. Como tampoco basta un gran plan internacional de ayuda como el que apunta en sus primeras reacciones la comunidad internacional a través del Secretario General de la ONU, Kofi Annan.
Un dato a destacar de este tipo de tragedias es que se abate por igual sobre ricos, en este caso los miles de turistas que pasaban sus vacaciones en la región, como sobre los nativos, tradicionalmente pobres.
En los últimos tiempos, cada vez con mayor frecuencia, se han producido tragedias "naturales" de menor dimensión que la actual en esos países y también en el mundo rico, cuyas causas tienen directa relación con el modelo de desarrollo en boga y más concretamente con la emisión de gases que producen el efecto invernadero. El saqueo sistemático de los recursos naturales, ha provocado tanto la tala indiscriminada y salvaje de bosques en el mundo, como un aumento insoportable en las emisiones de los dióxidos de carbono. Desde la realización de la primera reunión internacional en defensa de la Naturaleza que tuvo lugar en Estocolmo en 1972, a la fecha la situación se ha agravado sustancialmente. En un intento de atenuar esa tendencia, la mayoría de los países acordaron en 1997 el llamado Protocolo de Kioto, en el que se arbitran medidas, muy por debajo de lo necesario. Uno de los pocos países que se ha negado sistemáticamente a suscribir ese protocolo, ha sido Estados Unidos. Hasta la Rusia de Putín adhirió recientemente a dicho documento. Pero la "América" de Bush, con su desprecio habitual por el resto del planeta, y con la necedad que caracteriza a este enemigo de la humanidad, argumenta que no firma nada que afecte "el estilo de vida americano" (o las ganancias de las empresas que lo llevaron al gobierno). Según el diario The Nation, de Tailandia, los expertos de este país supieron con una hora de anticipación, la irrupción del maremoto, pero para no perjudicar los intereses del turismo, no alertaron a los que iban a ser las víctimas. Típico crimen del capitalismo que subordina las vidas humanas al mercado. Comparando la insensatez criminal de Bush con la sabiduría y sentido común de la profesora kenyana Vangari Maathai, ganadora del Premio Nobel de la Paz 2004, en el análisis y tratamiento del problema, se comprende mejor el mundo "discepoliano" en que vivimos. Aparte de que "el estilo de vida americano" sólo puede ser un modelo para tontos o vasallos mentales adoctrinados por la propaganda, hay que recordar que Estados Unidos, es el primer criminal ecológico del mundo, causante de la cuarta parte del total de emisiones de dióxidos de carbono. Desde 1990 al 2003 dichas emisiones han aumentado en un 13,4%. En este último año 6,94 miles de millones de toneladas de esos contaminantes fueron emitidas por ese país. Si no se pone freno a este proceso, tragedias similares a la que vivimos hoy nos golpearán de nuevo.
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