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Alejandro Pérez y Arturo Morales |
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escribe Juan Cameron Frente a la poesía de la intuición, en pos de la magia semántica, y a la búsqueda experimental, aparece la inteligencia como método para alcanzar la atención del lector. En algunos ésta se utiliza en la construcción del texto y, en otros, en lo metatextual. Pero siempre resulta de un medio válido y eficaz como recurso de subversión o análisis. La poesía de Alejandro Pérez apunta a la inteligencia más allá del sentimiento. A veces se torna intelectual, y no por ello reflexiva, sino que simplemente brillante. A propósito: soy un héroe de salón, otro más. Soy Orfeo que regresa sin pena ni gloria de una gira fallida al otro mundo, un pobre refugiado del rock and roll y sin más equipaje que un viejo disco rayado que se repite y se repite como la historia agobiante de los simples mortales, se retrata en Expediente sumario. La marca ineludible de Allen Ginsberg, Nicanor Parra y José Angel Cuevas dan cuenta de su presencia en la moderna tradición poética. Y el ritmo, centro recomendado y defendido por Gonzalo Rojas en estos tiempos de pobreza del pensamiento, reaparece como cancioncilla y son en nuestra (feliz) lectura. El autor da cuenta en su texto de las múltiples posibilidades de significación ofrecidas por el idioma. Del amor, tema recurrente en la totalidad de los autores, dice que Iza velas, leva anclas y driza oscuros emblemas cuando llega a su fin. Muere de un viaje. E intertextualiza cuanto quiere para jugar con los falsos símbolos de lo contemporáneo: Dadme un punto de apoyo y levantaré la tapa de mis sesos. A comienzos de los 80 Pérez conformó un grupo de jóvenes cultores junto a Enrique Moro y Marcos Riesco, poeta nacido en Rancagua y quien se trasladó posteriormente a Francia. La parodia, el humor y la ironía eran ya elementos comunes aportados -como sostiene en el prólogo a la reciente antología de Moro- por la necesidad histórica impuesta por la dictadura, así como el lenguaje directo en el que abundan lo coloquial y la referencia al entorno inmediato. Sus textos son epigramáticos; nacen de una situación planteada en lo exterior para cerrarse, en el último verso, con una observación acertada. Utiliza, por decirlo de algún modo, una mecánica de chiste cuya anécdota no resulta cómica, si no que atrapa, denuncia más bien, la falacia del lenguaje oficial en distintos ámbitos; incluso en la comunicación intrapersonal para, sanamente, reírse de sí mismo. Su propio Arte poética pareciera no tiene cabida en su mundo arrasado por la duda. En tal escenario -resulta casi obvio- el bardo carece de toda posibilidad de salvación: Pensar los grandes mercados, oh poeta:/ mostraos en Internet;/ cobrad fotos y entrevistas; promoved la imagen/ y retiraos pronto. Alejandro Pérez nació en Valparaíso, en 1954. Ha publicado Desencanto general (1988) y Expediente sumario (1999). Aparece en Escriben 4 (1982) Diez poetas chilenos, de Enrique Moro e Historia de la poesía en Valparaíso (1999). Arturo Morales, fundación y proyecto El nombre de Arturo Morales aparece recién en los noventa, aun cuando ya era conocido en el ambiente local como cantante y compositor. Sus Cantos y danzas inmorales (1994) aporta varias letras, entre ellas, una Canción por la vida y un Vals marino dedicado a Valparaíso como propuesta temática de una poesía en desarrollo. Extravíos, publicado tres años después, es hasta el momento su producción más significativa. La experiencia del exilio, la pérdida, la hostilidad humana quedan allí marcadas en textos nacidos desde el fondo del pecho, sin la búsqueda estética o la necesidad de un proyecto impuestas como limitaciones para sus siguientes entregas: De tarde en tarde me gusta recoger la memoria/ sentarme al telar y trenzar los colores/ me gusta sentir las antiguas callejuelas/ de una ciudad de calaminas/ sentirme completo. Es allí donde Sergio Vuskovic Rojo, su amigo y mentor, pareciera indicarle el camino para él señalado. «Y aquí, en esta provincia del sentir, el canon, el precepto, el fundamento epistemológico es: la experiencia personal es fundante; pero, indecible», sostiene Vuskovic. Tal vez con demasiada aquiescencia a los términos de su prologador, al entregar 23 poemas itinerantes (1999), Morales descubre que la ciudad aún no ha sido fundada. Es el último año del siglo y, aunque existan ciertas diferencias acerca de tal hecho, la idea resulta poéticamente útil. Y así lo hace; refunda la ciudad en un acto celebrado en la Plaza Aníbal Pinto, ceremonia a la cual asisten algunos anteriores fundadores. Y habrá otra más, a mediados del año 2003. Las publicaciones de Morales buscan un diseño único que integra como material significante. La elección del formato, los dibujos, el papel y la distribución de los textos varían de una a otra y las distinguen de sus pares. Así Cantos es un sobre con hojas sueltas o 23 poemas itinerantes apuntan a la ciudad como un fino manual de urbanismo. La idea de proyecto siempre esta presente en sus producciones. Su más reciente Smarrimenti del mondo (Extravíos del mundo) (2002) obtiene un curioso premio en Carpignano Salentino, en Italia: Lolio della poesia. Sostienen los informantes de siempre que aquel consistía en una buena cantidad de frascos de aceite de oliva, que tuvo dificultades para desaduanarlos, que no sabe qué hacer con ellos. Pero, al menos, retribuido por un hermoso y delicado cuadernillo y el indiscutible prestigio de un reconocimiento en el extranjero -al cual acceden en versiones anteriores Edoardo Sanguineti y Mario Luzi- vale ello más para su historia personal y la del puerto al cual canta. |
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