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12-Marzo-2004

Osvaldo Rodríguez Musso
Recuerdo del Gitano

 

Escribe Juan Cameron.

En mis años de secundaria solía ver pasar a Osvaldo Rodríguez por la calle Valparaíso, de la mano de Chantal de Rementería. Era una hermosa pareja; ella terminaba sus estudios en el Liceo de Niñas de Viña del Mar y él era por entonces estudiante de Arquitectura. Tiempo después, recuerdo, se instalaron con un negocio de afiches en calle Echevers, a la vuelta de mi casa.

Con mis compañeros de curso íbamos a menudo a dicho local sólo por verla a ella. Nunca compramos nada; era una especie de apuesta para cruzar algunas palabras con ella -un tanto altanera con nosotros- aunque su joven marido estuviera allí, arreglando los estantes y haciéndose el desentendido.

No tuve mayor contacto con Osvaldo, a quien sabía amigo de Juan Luis Martínez, si no hasta el período de la Unidad Popular. Por aquella época había en Valparaíso otro grupo importante de poetas, en torno al Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, en Playa Ancha. Figuraban allí varios nombres desaparecidos ya del ejercicio de la poesía: Renato Cárdenas, hoy antropólogo y destacado chilote nacional, Gregorio Paredes, Ana María Veas, Gustavo Boldrini y, con anterioridad a ellos, Eduardo Embry, Nelson Osorio, Erna Alfaro y la revista Piedra, junto a varios más. Rodríguez Musso era más cercano a éstos que a los poetas de Viña. Los unía también cierta afinidad política y un compromiso militante del cual carecían casi la totalidad de los vecinos viñamarinos.

En torno a estas actividades nos hicimos amigos. Yo estudiaba en la Escuela de Derecho, la de calle Errázuriz, notorio centro de actividades para la Federación de Estudiantes -la FECH- que, dirigida y copada por miembros de las Juventudes Comunistas, funcionaba sin embargo en Colón, en el local ocupado en la actualidad por la Escuela de Servicio Social.

Después, a raíz del certamen convocado por la FECH de Valparaíso, supimos que nuestras madres eran amigas de juventud, que habían estudiado juntas y que, sin hacer demasiado escándalo, cada una de ellas nos admiraba ya por la actividad artística.

Consideraba a Rodríguez un compositor, un cantante. Lo había escuchado en la Peña de la Universidad, sabía de sus vínculos en Santiago, de su paso por la Peña de los Parra, por la carpa de la Violeta, y de su amistad con Patricio Manns, Víctor Jara, Payo Grondona y otras destacadas figuras de la música popular. Conocerlo era para mí un motivo de orgullo.

Su ejercicio en la poesía me parecía una consecuencia lógica de la composición; una suerte de arreglo literario de sus propias letras. Por aquella razón me sorprendió, hacia fines de 1971, verlo ocupar el tercer lugar del certamen literario convocado por la FECH local. Yo había obtenido el primer lugar por varios textos que después integraron Una vieja joven muerte, y el segundo con verdaderos "poemas militantes" para convencer al jurado. Después de Osvaldo, y ocupando la mención honrosa de rigor, se ubicó nuestro querido Sergio Badilla, quien ya se había trasladado a la Escuela de Periodismo.

Días antes de la ceremonia fui convocado por los organizadores -tal vez la Comisión de Control y Cuadros de "la Jota"- para expresarme que, una figura como él, no podía aparecer en un tercer lugar; no era conveniente dados los tiempos de revolución que corrían. Ante tamaño argumento debí acceder. Compartí el primer lugar con Osvaldo, mantuve el segundo y Sergio ocupó el tercero vacante. Cuando años después, al leer su lista de méritos artísticos, lo vi señalado como ganador de dicho certamen -y sin mencionar al suscrito- no me quedó más que sonreír en silencio.

Por aquel tiempo llegó a Valparaíso Martín Micharvegas, médico, poeta y cantante argentino. Poni, como se le conoce, venía a saludar nuestra pequeña revolución y se vinculó con Jacques D'Arthuys, agregado cultural de Francia y director del Instituto Chileno Francés de Cultura. Era el mismo verano en que yo terminaba mi práctica profesional en la Sección Habitacional del Colegio de Abogados. Una tarde bajé, a un local a los pies del edificio donde trabajaba, frente al Chileno Francés, a servirme un café. Poni estaba en una mesa acompañado de su guitarrista y de una poeta rumana, compañera por entonces de D'Arthuys. Mientras hablábamos vi pasar por la vereda a Osvaldo y me levanté a buscarlo. El Gitano miró y, creo que más convencido por la rumana que por los músicos, entró al local.

Esta pequeña presentación fue el inicio de una enorme amistad. De allí surgió su primer long-play, con varias canciones que Poni le facilitó y que éste ya había grabado en su país. Es una de las últimas imágenes que guardo de Gitano. Después me crucé con él (¿o fue solamente con Payo Grondona?) en el Subte de Buenos Aires, intercambiamos varias cartas, recibí sus libros y sólo pude abrazarlo, luego de dos décadas, en la Galería de Arte de la Municipalidad de Valparaíso. Era la tarde anterior a uno de mis regresos a Suecia.

Rodríguez participaba en una nostálgica muestra de época montada por Jorge Osorio. Me presentó a su esposa, una hermosa italiana llamada Silvia Ruehl, y a su pequeña hija. Cruzamos pocas palabras, brindamos algo y me contó con tristeza que regresaba a Italia, que se sentía rechazado en este país, que no había podido instalarse, que no había tenido oportunidades. También me dijo que estaba enfermo. A esto último no le presté atención.

La figura del Gitano Rodríguez es un paradigma para nuestra conducta y nuestra práctica cultural. En el país, y en especial en este puerto, era un tipo querido por sus pares y por la juventud, a raíz de su famoso vals, Valparaíso. Al regresar a Chile las puertas le fueron cerradas. Es cierto que le ofrecieron y concedieron algunas pequeñas ayudantías y regalías, mas resultaron insuficientes para sobrevivir con su familia. Cuando pidió más se le trató de farsante, de poco realista, de querer mantener en Chile el status económico que tenía en el extranjero. Para muchos provincianos, el extranjero todavía significa riqueza y bienestar..

Desalentado, derrotado, optó por regresar a Italia; sufría de cáncer. La enfermedad lo mató meses después en el exilio. Sin embargo, al regresar sus cenizas, se organizó un gran recibimiento público, se honró su nombre, hubo ediciones de sus trabajos y más de alguna poeta desempolvó viejas fotografías para subirse al carro funerario. Hoy, en cada acto oficial donde la ciudad se ve involucrada, se invoca el nombre del poeta y se entona su canción, como si una de sus pavesas se lanzara al aire para gastarlo de una vez por todas.



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