|
||||||
Tradiciones bolivianas en Suecia |
||||||
escribe Víctor Montoya Desde tiempos inmemoriales, y como consecuencia natural de las olas migratorias, las culturas se han enriquecido mutuamente en un largo proceso de convivencia social, en la cual se han amalgamado algunas tradiciones, mientras otras se han conservado en su estado original. En este contexto, los inmigrantes bolivianos llegados a Suecia a partir de los años 70, han traído en su mente, corazón y maletas, además de su experiencia de vida, una rica tradición folklórica que, durante la última semana de julio de cada año, reluce con su extraordinaria peculiaridad en una de las ciudades del país escandinavo. El Encuentro Boliviano, que se viene realizando desde 1987, empezó con la iniciativa de algunos entusiasta, hasta que se convirtió en una fuerza de atracción a la cual concurren actualmente alrededor de 900 bolivianos residentes en Suecia, sin contar a las delegaciones de danzarines e interesados provenientes de España, Alemania, Francia, Noruega y Estados Unidos. Además, esta festividad llena de alegría y colorido, concentra la atención de los inmigrantes de otras nacionalidades y de los mismos suecos, quienes se dan cita a las diversas actividades, con el único propósito de compartir días de camaradería con la comunidad boliviana que, ostentando su identidad cultural con el mayor de los orgullos, se une y reúne para hacer gala de su música, sus danzas y sus ritos, fuertemente arraigados a sus costumbres y tradiciones. El Carnaval Boliviano, acto central del Encuentro, despierta un interés inusitado por ser la mejor expresión del sincretismo cultural entre los valores cristianos de Occidente y las costumbres paganas de las culturas nativas. La simple fastuosidad de los disfraces de los distintos conjuntos folklóricos, que participan en un fantástico despliegue y colorido en las principales calles de la ciudad, es motivo de regocijo y hondo sentimiento patriótico entre los residentes bolivianos que, además de sentirse transportados en la imaginación al terruño añorado, están dispuestos a difundir su cultura en las latitudes más nórdicas del mundo, como un aporte concreto a la cultura sueca y un serio desafío contra quienes dudan que el folklore de un país determinado sea un medio eficaz para alcanzar la integración y el pluralismo cultural. Entre los conjuntos folklóricos, conformados principalmente por los miembros de cada una de las asociaciones presentes en el Carnaval, se destacan: Los Caporales, quienes, luciendo sus trajes salpicados de lentejuelas, sombreritos de bombín, botas espuelas y pollerines acampanados, bailan haciendo contorsiones al compás de la saya. Los Sikuris, resoplando sus zampoñas y batiendo los vistosos penachos sobre sus sombreros alones, brindan un espectáculo inusual entre los asistentes. Las Waka thoqoris, cargadas de múltiples polleras y mantas con flecos largos, se mueven sombrero en mano, con gallardía y paso lento. Los Tobas, a veces cuestionados por los tradicionistas y folklorólogos debido a la fuerte influencia de los pieles rojas en sus trajes, ganan distancia dando saltos y agitando sus plumas en el aire. El Tinku es otra de las atracciones propias del acervo nativo, pues entre pujes, alaridos, pugilatos y tonadas del norte potosino, permiten respirar el aire de una de las regiones más características del altiplano árido y pedregoso. Los Morenos, cuyos bellísimos trajes pesan más de cuarenta kilos y cuyas máscaras representan a los esclavos negros llevados a las minas de Potosí durante la colonia, marcan sus pasos al ritmo de sus matracas. La Diablada constituye una de las piezas claves del Carnaval boliviano en Suecia, no sólo porque en ella está expresada la mezcla de la tradición pagana y occidental, sino también porque el personaje central es el Tío, una deidad que, según las supersticiones mineras, simboliza al dios Huari de los Urus y al diablo de la religión católica. Y, entre cóndores, jukumaris y chinasupay, está presente el arcángel San Miguel, quien, espada en mano, arenga y somete bajo su dominio a los diablos, que son verdaderos motivos de admiración entre los espectadores. En el Encuentro se escucha música autóctona, se saborean platos del arte culinario nacional y se consumen bebidas como el San Pedro, Singani o chicha. Tampoco faltan los juegos típicos como el cacho, el sapo y la rayuela, que, entre broma y broma, entretienen a los aficionados y dicharacheros, quienes aprovechan el juego para lanzar algunas verdades no reveladas entre los contertulios. Lo único que falta en la Entrada del Carnaval es que se proceda a la famosa challa, que consiste en compartir aguardiente con los seres tutelares de la Pachamama. Las demás tradiciones forman ya parte de la vida cotidiana de los residentes bolivianos, pues celebran las fiestas patrias y las efemérides departamentales con asombroso patriotismo. Algunas asociaciones, que cuentan con sedes en las zonas céntricas o periféricas de las grandes ciudades, tienen equipos deportivos, grupos de danzas y ofrecen cursos de capacitación a los cesantes y recién llegados. No es casual que en estos mismos centros se impartan cursos de idiomas, charango y cocina. A tres décadas de la presencia boliviana en Suecia, y gracias a las actividades permanentes de las asociaciones, se ha logrado establecer redes de contacto entre las familias que, a pesar del paulatino proceso de integración a la sociedad que los acogió, logran mantener vigentes sus costumbres ancestrales. No se exagera, por ejemplo, si se dice que algunos bolivianos, en procura de conservar sus tradiciones, challan y qoan sus bienes materiales, y se reúnen periódicamente para oficiar el umaruthuku y jugar el pasanaku. Este comportamiento social, que a los suecos y demás inmigrantes les parece extraño o exótico, es un acto natural entre quienes aprendieron desde el pecho materno los ritos y las costumbres de un pueblo donde permanecen vivas las culturas indígenas. Asimismo, el mestizaje boliviano encuentra su manifestación a través de la procesión religiosa de la Virgen de Copacabana, que anualmente es llevada a cuestas por las avenidas céntricas de Estocolmo. Los pasantes o prestes, cuyo único requisito es garantizar la fiesta y vivir en una relación matrimonial estable, anuncian por medio de colitas a los invitados y participantes que la entrada al local, donde se remata la procesión de la Virgen, es una botella de alcohol, una caja de cervezas o su equivalente. Glosario |
||||||
|
||||||
|