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Antonio Cisneros |
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escribe Juan Cameron Han pasado diez años de la última publicación de este notable poeta peruano. Sin embargo, esta muestra de oficio y de profundo conocimiento del idioma, hace de su más reciente producción un modelo formal para su creación y para la tradición de la lengua castellana. Cisneros merece la mayor atención por parte de los lectores de nuestro continente. Aunque publicado hace ya una década Las inmensas preguntas celestes aparece registrado como el más reciente libro de creación del poeta peruano Antonio Cisneros. El autor nació en Lima, el 27 de diciembre de 1942, y pertenece a una generación fundacional que, desde las aulas de las universidades de San Marcos y luego Católica, imprimen un sello de modernidad en el discurso literario de nuestro continente. Doctorado en Letras, en 1974, ha ejercido la docencia y el periodismo tanto en su país como en el extranjero. Es quizá uno de los autores de su promoción más traducidos en el género; libros suyos han sido publicados en inglés, húngaro, holandés, francés y alemán. Numerosos resultan también sus reconocimientos; entre algunos ha obtenido el Premio Nacional de Poesía (1965). Premio Casa de las Américas (1968), Beca Guggenheim (1970) y Premio Nacional Copasi a la Innovación (1997). Y en 1993 se le entrega el premio nacional de Periodismo Cultural. Su bibliografía es también extensa. En sus publicaciones figura Destierro (1961), David (1962), Comentarios reales (1964), Canto ceremonial contra un oso hormiguero (1968), Agua que no has de beber (1971), Como higuera en un campo de golf (1972), El libro de Dios y de los húngaros (1978), Crónicas del Niño Jesús de Chilca (1981), Monólogo de la casta Susana (1986), Por la noche los gatos (1988), Poesía, una historia de locos (1989), Material de lectura (1989), Propios como ajenos (1989), Drácula de Bram Stoker y otros poemas (1991) y Las inmensas preguntas celestes (1992). Su obra selecta aparece en Poesía Reunida (editora Nacional, Lima, 1996). Muchos de estos títulos tienen varias ediciones. Además del sentido literario de sus textos y de la coherencia semántica que indudablemente posee, el mérito de Cisneros crece con el aporte que él hace, desde otras lenguas y costumbres, a la poesía en boga. En un comienzo es sindicado de anglófilo, o germanófilo cuando menos, pero luego se le reconoce un estilo muy particular surgido de esas lecturas y, también, desde la propia historia patria americana. Así lo destaca María Luisa Fisher en Historia y Texto Poético, un ensayo editado por Lar, en 1998 en Concepción, Chile, el cual incluye en su visión las obras de José Emilio Pacheco y Enrique Lihn. En Las inmensas preguntas celestes, Cisneros hace gala de una capacidad emotiva contenida a la vez en textos alejados de la inmediatez y ejecutados con una impecable construcción formal. El sentido de fraternidad dentro de la idea de casa (hogar) en notable en el poema «Marina»: Más allá sólo existen la China y el Japón (suelo decir) aunque en verdad primero están los montes de coral. Y antes todavía/ una recua de islotes en naufragio/ blancos y viejos como esta misma orilla. Finisterre. Desde una figura ubicada sobre la techumbre, la profundidad de campo es descrita en este texto en un verso pleno de sonidos y del sentido proporcionado por esa rica imagen: Vuela el guardacaballo sobre las olas. Se disuelve el paisaje y los navíos evitan esta costa imaginaria. Su bien dotado oído le permite jugar con formas rítmicas, acentos y repeticiones de tonos, remitiéndonos a veces a viejas formas del verso español: Seríamos felices correteando/ detrás de las ovejas remedando/ el canto del tordillo/ y el zorzal felices celebrando/ los sembríos azules/ y el salto del salmón («Una vieja serie de televisión»), en cuyo texto se permite además la necesaria ruptura musical para no caer en el exclusivo territorio de la eufonía. Lo mismo hace en los últimos versos: Y no habría más muertos que los muertos/ por dolor de costado/ por vejez/ o por las pestes/ que nos envía Dios. En el campo de las significaciones Cisneros utiliza todos los recursos a su alcance. Así, cuando se trata de símbolos, agota primero en ellos la reminiscencia inmediata que une el discurso a lo humano: Sea este cordero a la norteña/ alegre y abundante/ como los bares el viernes por la noche («Réquiem 4»), versos en los que el aporte de simpatía y de gesto cultural queda envuelto en el símbolo del sacrificio del cordero pascual, en un sentido arcanamente cristiano y pánico. No evita la intertextualidad, sino más bien la explota. Al mismo simbolizante vuelve en «Die kleine Passion (Durero)»: Mirando de reojo los espasmos/ del cordero vencido. De reojo/ la sombra de un gran pez. Como última sección de este volumen agrega el trabajo editado el año inmediatamente anterior, en Montevideo: Drácula de Bram Stoker. El último verso, y hasta el momento el último conocido de Antonio Cisneros, puede ser toda una predicción: En este país un perro negro sobre un prado verde es cosa de maravilla y de rencor. Que sea la maravilla el valor entregado por Cisneros en sus siempre nuevas y aguardadas magníficas producciones. |
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