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24-Enero-2003

 

Los neonazis
y la discriminación racial

 

escribe Víctor Montoya

Los neonazis, que en su mayoría crecieron junto al crimen y la droga, son elementos de escasa formación intelectual y sienten un odio visceral contra el extranjero. Son fanáticos y están dispuestos a imponer, por medio de la violencia, la supremacía del hombre blanco.

Asimismo, tanto por sus diatribas como por sus fechorías, es fácil de identificarlos: tienen la cabeza rapada, adornan sus ropas con cruces célticas y cruces de hierro (símbolos prusianos), usan botas de paracaidista con la puntera y los tacones reforzados con acero, cazadora negra de piloto, pantalón vaquero ajustado y en la hebilla del cinturón una calavera de bronce del tamaño de un puño, por si haga falta para golpear al cabeza negra.

Los neonazis, enseñando el saludo hitleriano y gritando: ¡Sieg Heil!, atacan sistemáticamente a los trabajadores extranjeros, a quienes son diferentes y suponen que piensan de manera diferente. Son jóvenes cuyos actos delictivos chocan con los derechos a la vida y los más elementales sentidos de respeto y solidaridad con quienes viven el drama de la inmigración

Racismo y segregación social

Aunque la defensa de los Derechos Humanos está por encima de toda consideración social, racial o religiosa, de nada sirvió que la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) haya declarado la lucha contra el racismo y la discriminación en noviembre de 1973, puesto que la movilización internacional contra la segregación social y racial no tuvo efectos duraderos. Ahí tenemos el fantasma del nazismo que, lejos de sucumbir en sus propias cenizas, ha vuelto a campear a lo largo y ancho de Europa, con un ímpetu cada vez mayor y con la firme decisión de hacer prevalecer sus principios políticos por encima de las normas de la democracia.

Los grupos neonazis, secundados por los partidos de la extrema derecha, parecen decididos a proseguir su lucha de manera legal o clandestina, conforme cumplan con el propósito de establecer una política racista sobre la base de una concepción que pregona la supremacía de la raza aria.

Es cierto que no constituyen un movimiento de masas, pero es cierto también que son un peligro contra la democracia y la convivencia social. Ellos representan a las fuerzas oscuras de la sociedad en crisis y ellos son los portavoces de una ideología retorcida que no tolera las diferencias raciales, culturales ni religiosas.

Algunos piensan que los neonazis de hoy, a diferencia de lo que se experimentó en la Alemania de Hitler, carecen de legitimidad política y fuerza organizativa. No cabe duda, la diferencia está en que los grupúsculos de hoy no tienen la misma fuerza que tuvo el nazismo durante los años 30 y 40, porque no tienen un partido ni un programa únicos. Pero el hecho de que no estuviesen arraigados debidamente en el seno de las mayorías nacionales, no los convierte en menos peligrosos ni sus actos son menos impactantes; por el contrario, su insignificancia organizativa los lleva a asumir métodos violentos para concitar la atención de la prensa, con la intención de propagar su ideología y ganar la adhesión de los sectores más jóvenes.

Los neonazis no dejan de amonestar al negro, al gitano, al homosexual, al judío, al árabe, al que tiene otro color de piel o habla un idioma diferente. Por lo tanto, el hecho de que estos grupos neonazis sean minorías y merezcan el repudio masivo de los ciudadanos sensatos, no debe tranquilizar a nadie, pues sabemos que tanto el racismo como el nazismo militantes son criaturas de un mismo monstruo, cuya presencia siembra el pánico y el terror entre los inmigrantes de la Unión Europea.

Contra los neonazis y el racismo

La discriminación contra los inmigrantes, que se ha agudizado en los últimos años, es un fenómeno que, a su vez, ha provocado una revuelta y voces encendidas de protesta. Mientras los representantes de los partidos tradicionales cierran los ojos ante los atropellos que los neonazis cometen a mano armada, los sectores afectados asumen la lucha por cuenta propia y se movilizan en procura de frenar la espiral de violencia y resguardar la seguridad ciudadana. La prueba está en la rebeldía y en el desacato civil que se manifiestan en las marchas de protesta contra el racismo en las ciudades de la nueva Europa. Los jóvenes inmigrantes, conscientes de que las instituciones responsables de garantizar la democracia y la seguridad ciudadana no son ya capaces de controlar la embestida del neonazismo, asumen la conducta de ganar las calles, levantar barricadas y resistir contra las fuerzas que golpean desde la extrema derecha, con una actitud civil diga de ser aplaudida y defendida.

Está claro que los inmigrantes no deben dejarse intimidar por las bravatas ni fechorías de esta pandilla de resentidos sociales; es más, deben cerrar filas en torno a las organizaciones que no están dispuestas a tolerar el racismo, la exaltación del poder blanco ni la propaganda neonazi que, de cuando en cuando, se distribuye abiertamente a nombre de la democracia y la libertad de expresión, aun sabiendo que el totalitarismo fascista, que reconoce al individuo sólo en la medida en que sus intereses coinciden con las del Estado absoluto, no tiene lugar en un sistema político pluralista, basado en el respeto a la diversidad de razas, lenguas y culturas. Asimismo, los inmigrantes tienen la obligación de esclarecer que la crisis económica de un país, como la crisis estructural de un sistema, no se resuelve con la discriminación y la expulsión de los inmigrantes, sino con la participación colectiva en las decisiones del Estado y con la distribución equitativa de las riquezas que están concentradas en pocas manos.

Contra el ascenso del neonazismo será bueno emplear la educación, contra los atentados y prácticas de este signo es preciso utilizar la ley, sin contemplaciones ni concesiones demagógicas. Además, los inmigrantes, entre ellos los latinoamericanos, deben de empeñarse en mostrar sus mejores manifestaciones culturales; aspectos éstos que, por desgracia, son menos conocidos que los estereotipos amañados por los medios de comunicación. Es decir, de lo que se trata es de encarar el problema del neonazismo con argumentos sólidos y con una conducta que permita extender y arraigar los valores constitucionales del respeto pleno a la persona, sin distinciones de nacionalidad, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia individual o social.



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