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Las cuentas del positivo positivismo |
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Escribe Juan Cameron Entre el 19 y 29 de diciembre se llevó a cabo, en la Universidad de Playa Ancha, el encuentro nacional Revisitando Chile, identidades, mitos e historias, convocado por la Comisión Bicentenario de la Presidencia de la República. Las positivas cuentas de su resolución final no considera ciertas críticas que se hicieron, por parte de los invitados, tanto de nuestra forma de ser como del manejo de la cuestión cultural. Para la Comisión Bicentenario, la búsqueda de nuestros sueños, propuestas, inquietudes y opiniones constituye el motor fundamental para la definición de los programas a desarrollar a fin de recibir, el año 2010, la celebración de doscientos años de Independencia. Por este motivo, el Quinto Encuentro de debate y reflexión para el año 2002, se llevó a cabo entre el 19 y 20 de diciembre reciente. Numerosos intelectuales chilenos, muchos de ellos residentes en diversas partes del mundo concurrieron invitados por el Ministerio de Relaciones Exteriores. Valparaíso fue la sede en esta oportunidad; por tanto lo provinciano cobró suma importancia en la lectura de la cuestión nacional para muchos de los invitados. Una serie de falsos mitos instalados en el habla colectiva fueron una y otra vez puestos en escena, a partir de los más simples e inmediatos, como en el caso del vino, la mujer chilena y nuestra natural fraternidad, hasta los más recientes y abrumadores, sustentados en torno a la «democracia» y la economía. La ausencia de un análisis objetivo y de observación de la experiencia, se reclamó en varias ponencias. Este vicio facilita la formación del mito, en tanto se trata de un relato que traspasa la moda, o el modo, y se queda en la memoria para olvidar sus raíces; procedimiento que se retroalimenta cuando el discurso queda en manos de una administración central y autoritaria. Una de las más fuertes autocríticas se refiere a la incapacidad del chileno para aceptar críticas. Cualquier diferencia u opinión disímil se considera, de inmediato. como un ataque personal destinado a destruir irracionalmente la postura dominante. Esta postura debe, de buenas a primeras, ser aceptada por cuanto el emisor (el Estado en muchos casos) considera haber agotado los recursos de su discusión en el proceso de formulación de los proyectos. Y así ocurre en la realidad; y ocurrió en el mismo encuentro. El autoritarismo, convenientemente heredado de la dictadura, considera el ejercicio crítico como una postura negativa o un germen de destrucción social; y quienes ejercen este oficio de observancia pueden -y de hecho lo son- ser considerados como «líderes negativos». Pero la posición crítica es propia de los habitantes de ciudades portuarias. La conformación racial múltiple indica una particular posición de ver el mundo, por suma de mezclas y de entrecruzamientos que nos traditan una forma distinta de pensar y de actuar frente a la realidad. Esta suma de caracteres hace probable la existencia de un lenguaje propio en estas marcas geográficas y, como producto de ello, de una literatura que identifica al provinciano como entidad o, al menos, que impone la elección de algunas figuras retóricas en detrimento de otras. Determinar el qué somos es la principal interrogante. Valparaíso, la ciudad puerto que determina económicamente a gran parte de la Región, se ha formado por dos tipos distintos de inmigración: una interna, la del habitante que emigró desde el campo o de otros sectores del país en busca de mejores oportunidades, y una externa, conformada por el inmigrante extranjero, trátese de aventureros, piratas o comerciantes, que aporta un carácter distinto al de la descendencia española que en buena parte determina al chileno. El elemento el mapuche español, de oscuro dominio, aporta el polo negativo: la estructura agraria que se arrastra como germen un sindrome de obediencia desde la llegada del colonizador. Pero el habitante del litoral es hijo de la independencia y de la tozudez. Nunca el dominio ajeno, por republicano que sea, logrará convencerlos en la secreta conciencia que arrastran sin mostrar. Sin embargo, el destino los llevará, sin duda, hacia donde el poder central nos determine. Otra cosa es el qué se quiere ser en esta Región del país. Existe un fuerte sentimiento chauvinista en esta visión de mundo. Pero, chauvinistas o no el puerto, a consecuencia de tanta ocupación y establecimiento, es el lugar donde la tolerancia se enraiza con mayor fuerza. Así comulgan distintas iglesias y religiones con sus templos y sus camposantos con vista al mar, una vista que ocupa un ojo del habitante durante toda la existencia. Tal vez por eso se continúa tolerando el centralismo que desde un comienzo designara a esta ciudad jamás fundada como puerto de Santiago. Una ciudad desmantelada condenada a ser mero Patrimonio de la Humanidad, Capital Legislativa, Capital de la Cultura, etc; pero simple plaza de turismo al fin de cuentas. Tal vez la solución no sea extraña. Como anunciaba el espejo retrovisor de un taxi colectivo, los objetos pueden estar más cerca de lo que aparentan. Pero se trata de algo sustentado en el puro lenguaje. La verdad es que, en los grandes planes nacionales, ni esta ciudad ni otras de provincia tienen mayor esperanza en dicha progresión. A menos que, como se leyó extrañamente a modo de conclusión, su «visión positiva» signifique una adhesión ciega al poder central y sus proyectos. Lo positivo, se dijo allí, es el aporte, el fácil «sí» a flor de boca, la comunión en un proyecto central que ya pensó por nosotros y sólo espera entregarnos los fondos destinados, adecuadamente, de conformidad a su acatamiento. Se trata de una extraña e imperceptible colisión entre el pensamiento agrario y el de aquellos que jamás aceptarán un capataz. |
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