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25-Octubre-2002

 

¡Aprendamos a hablar sueco! (6)

 

escribe Carlos Vidales

La historia de cada idioma es una maravillosa aventura, porque la historia de cada idioma es la historia de muchos pueblos. Cuando Camilo José Cela, que en paz descanse, al recibir su premio Nobel, dijo que el idioma es un regalo de los dioses, dijo una imbecilidad tan grande como cinco galaxias. Porque el idioma no es un regalo de ningún dios, sino la obra de los pueblos. Una obra que nunca se termina, que crece y cambia por los siglos de los siglos y que no muere ni siquiera cuando los pueblos que la crearon han desaparecido para siempre.

Hace unos 9.000 años, más o menos, cuando una inmensa muchedumbre de pueblos avanzaba en sus migraciones hacia Europa, existía un idioma común, el indoeuropeo. A medida que los pueblos se iban asentando en diferentes regiones, este idioma común se iba diversificando. Nuevas palabras, nuevas formas de expresión, nuevas costumbres, nuevas formas de trabajo y nuevas formas gramaticales iban desarrollándose. Fueron surgiendo así grupos idiomáticos, es decir, grupos de idiomas emparentados por su cercanía y por las soluciones que los pueblos iban dando a su expresión lingüística.

Entre los grupos idiomáticos que surgieron a partir del indoeuropeo, mencionaré solamente tres: el románico (del cual nació el latín), el eslavo (del cual nació el ruso, entre otros) y el germánico.

Dicho de una manera más clara y precisa: los pueblos indoeuropeos que realizaron las gigantescas migraciones de poblamiento de Europa no tenían ningún Führer neoliberal que les tomara examen de idioma, y por lo tanto se tomaron la libertad de desarrollar sus lenguas como se les dio la gana. Cada forma de expresión se diversificó, surgieron nuevos idiomas y de cada idioma nacieron muchos dialectos locales y regionales.

El grupo germánico desarrolló tres grandes subgrupos:

1- El germánico de oriente, que dio lugar al godo, o gótico, entre otros. Cuando, más tarde, hacia el siglo 5, los godos iniciaron la invasión de la península ibérica, llevaron allí su lengua germánica y aportaron, para la formación del idioma español, palabras como guerra, torre, arnés, muchísimos términos de caballería, de armas, de herrería, y miles de nombres muy bonitos, como por ejemplo Carlos.

2- El germánico de occidente, que dio lugar, entre otros, al inglés y al alemán.

3- El germánico del norte, que dio lugar a las lenguas escandinavas.

Hacia el año 8.000 antes de Cristo ya existían estos grupos idiomáticos, pero el proceso de diferenciación se aceleró muchísimo en los siglos siguientes. Más o menos por la época en que nació Jesucristo ya el latín era un idioma perfectamente formado, con un alfabeto completo y una literatura maravillosa. Era, además, una lingua franca, es decir, una lengua que todos los europeos y muchos asiáticos debían conocer para comunicarse los unos con los otros, más o menos como hoy es el inglés.

Por esa misma época, en la península escandinava se hablaba un idioma más o menos común, el escandinavo, pero ya comenzaban a notarse diferencias entre suecos y noruegos. Tenían un alfabeto de 16 letras, como se ve en las inscripciones rúnicas, pero no tenían propiamente una literatura escrita. Eran pueblos más o menos analfabetos y solamente una pequeña minoría de la población podía hacer inscripciones en una piedra o leer las inscripciones que otros hacían. Pero se sentían bastante contentos, porque no había ningún Führer que les tomara examen de idioma para decidir si podían ser escandinavos o no.

Así se fue desarrollando un idioma popular, bastante práctico y siempre relacionado con los problemas concretos de la vida cotidiana. Este idioma llegó a su madurez durante la época de los vikingos (800-1050 DC) y hoy lo conocemos gracias a los miles de inscripciones rúnicas que se han conservado. Muchas de sus palabras muestran su origen indoeuropeo (dag=día, ljus=luz, natt=noche, min=mío, sin=suyo, etc).

Entretanto, en la península ibérica, la situación era diferente: Muchas invasiones de pueblos habían producido una gran diversidad idiomática. Aunque todos esos pueblos (menos el vasco) hablaban lenguas del mismo origen indoeuropeo, la diversificación era ya tan grande que no resultaba fácil para esos pueblos comunicarse los unos con los otros. Llegaron gentes del norte de África, los cartagineses, y fundaron Cartagena. Los fenicios fundaron Cádiz. Llegaron grupos griegos y judíos, que aportaron muchas soluciones y variantes idiomáticas. Y llegaron los señores romanos, conquistaron Hispania, latinizaron a todos, difundieron su alfabeto, establecieron su gramática e hicieron de España la provincia más próspera de su imperio. Dos emperadores romanos fueron españoles. Muchos de los grandes generales del imperio nacieron en España. Y uno de los grandes filósofos del imperio, Séneca, era español. Lástima que al pobre Séneca le tocó la desgracia de ser profesor de Nerón, un sujeto bastante travieso que hizo muchas maldades en la vida.

Como ya dije, los señores godos, acompañados de sus distinguidas señoras, sus caballos y sus máquinas de guerra, invadieron España y ocuparon casi toda la península a partir del siglo 5. Sus reyezuelos habían hecho un pacto con el emperador romano y con el obispo de Roma: sus conquistas serían reconocidas a cambio de que ellos adoptaran la cultura latina y reconocieran la autoridad del obispo de Roma como el príncipe supremo de la Iglesia Cristiana. Así lo hicieron, pero aunque adoptaron el latín como su lengua propia, le introdujeron muchas expresiones populares del gótico y poco a poco le fueron cambiando muchas de sus reglas gramaticales. Este proceso de latinización estaba prácticamente completo cuando, a finales del siglo 7 llegaron los señores moros, invadieron la península desde el norte de África y se establecieron en Andalucía imponiendo su idioma. O mejor dicho sus idiomas, porque hablaban árabe, un poco de persa y otro poco de berebere.

El español moderno refleja toda esa historia turbulenta y maravillosa. El 25% de las palabras españolas tiene origen árabe, pero todas están latinizadas. Los choques y contactos de pueblos y culturas han producido un nuevo universo idiomático. Al expandirse la sociedad española y conquistar América, miles de palabras y expresiones de los pueblos americanos fueron incorporadas al idioma y luego globalizadas, es decir, transferidas a otros idiomas. Hoy hablamos de chocolate, tomate, canoa, tabaco, en todas las grandes lenguas del mundo. Los pueblos indígenas de América están presentes en todos los grandes idiomas.

Así como el latín fue decisivo para que los idiomas ibéricos tuvieran su alfabeto, del mismo modo fue fundamental para que los pueblos escandinavos desarrollaran el suyo. Fue la época de la cristianización en Escandinavia la que trajo el alfabeto moderno, los números y las reglas gramaticales. Durante mucho tiempo, la única lengua escrita en Suecia fue el latín. El pueblo hablaba su idioma escandinavo, pero los documentos oficiales se escribían en latín. El pueblo aprendía expresiones y palabras del latín, aunque no siempre entendía muy bien de qué se trataba. Todavía hoy, cuando los niños suecos juegan a hacer artes de magia, recitan la fórmula hokus pokus filiokus. Esto es una mezcolanza mal pronunciada de dos frases diferentes en latín: hokus pokus = hoc est corpus (lo que dijo Jesucristo durante la última cena: este es mi cuerpo); y filiokus = filioque (tomado del Credo, del Hijo).

De esta época de la cristianización viene la costumbre de celebrar Lucía y muchas otras ceremonias relacionadas con las estaciones del año, porque los misioneros se empeñaron en latinizar la cultura, cambiando los nombres y los ritos de antiguas tradiciones nórdicas.

De lo dicho hasta ahora, podemos sacar tres conclusiones importantes:

1- El latín fue un instrumento fundamental para la formación del español moderno y el sueco moderno. El español es una lengua latina y el sueco es una lengua germánica, pero ambas vienen de un tronco común: el indoeuropeo.

2- Cada idioma tiende a diversificarse, a producir nuevos dialectos y, con el tiempo, a crear nuevos idiomas. Este es un proceso que nadie puede detener, ni siquiera un Führer neoliberal o sus consejeros cipayos.

3- Las idiomas se influyen y se modifican los unos a los otros, nada es eterno, todo cambia, y lo único que no cambia es la imbecilidad de los facistoides idiomáticos.

La próxima vez continuaré con este tema tan interesante. Por ahora, les doy solamente un ejemplo de interacción idiomática. La palabra mustasch es usada por los suecos para decir bigote en su idioma. Pero es palabra francesa. No hay equivalente en sueco. Si lo quieres decir en sueco, tienes que usar el término del slang o dialecto popular, lo cual puede crear problemas. Yo uso a veces el dialecto de Estocolmo y en lugar de decir mustasch digo snorspridare, lo que en buen español significa distribuidor de mocos.

Complicado, ¿no?



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