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¡Aprendamos a hablar sueco! (2) |
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escribe Carlos Vidales El gran poeta nacional sueco Isaías Tegnér definió alguna vez el sueco como el idioma del Honor y de los Héroes (Ärans och hjältarnas språk). Si ustedes saben contar, observarán que Tegnér usó exactamente cuatro palabras, lo que expresado en cifras, da 4. De paso les recuerdo que los números que usamos nosotros los occidentales civilizados, los trajeron los bárbaros árabes a Europa, junto con el cero, la idea de la Nada y el concepto del Infinito. Si no hubiera sido por esos malditos arenosos que se enrollan las toallas en la cabeza, estaríamos contando las palabras de Tegnér con los dedos de las patas de algún inmigrante asimilado. Pero sigamos con el cuento. De las cuatro palabras que usó Tegnér para divinizar al idioma sueco, solamente UNA (es decir 1) es sueca. Se trata de la compleja y original palabra och. Las otras tres (3) son extranjeras y proceden del alemán antiguo, y no de cualquier alemán, sino del alemán vulgar, arrastrado y pulgoso de los pobres. No digo esto con el afán de molestar a los suecos, sino simplemente para demostrar que el idioma de estos compadres tan finos es tan plebeyo y popular como el español o como cualquier otra lengua del mundo. Los idiomas son construcciones de los pueblos trabajadores, de la gente que suda la gota gorda, porque los aristócratas del honor y los héroes están siempre demasiado ocupados en no hacer nada que sea útil para los demás. Y como los idiomas son obra de los pobres trabajadores, todos los idiomas son siempre mezclados, tienen palabras de aquí y de allá, de manera que no existe en toda la galaxia un solo idioma que pueda alegar pureza. De hecho, no existen la razas puras, ni los idiomas puros, ni las naciones puras ni las identidades puras. Lo único que hay puro son algunos imbéciles puros que de puro imbéciles se tragan el cuento del idioma nacional. Un pueblo, un idioma, un Führer La primera prueba de la imbecilidad facistoide es que estos cretinos sólo saben contar hasta uno (1, en números árabes, recuerden). Hitler decía: Un pueblo, un idioma, un Führer, y Franco, Caudillo de España por la Gracia de Dios, hablaba de Una España, una lengua, un Caudillo. Como sabemos, Hitler terminó chamuscado por los ejércitos de doscientos pueblos con trescientos idiomas y quinientos líderes. Franco murió en la cama, por la Gracia de Dios, en una España llena de pueblos que se negaban a obedecer aquello de una lengua: los vascos, tercos como mulas, seguían hablando vasco a pesar de la cárcel y las torturas; los catalanes insistían en hablar catalán, los gallegos gallego, y así sucesivamente. Y se sabe de cierto que cuando Franco estiró por fin su pata fascista, se oyeron en el cielo las gracias a Dios cantadas por los pueblos ibéricos en cincuenta lenguas diferentes. Cosas de la biodiversidad. Durante una cantidad bastante tremenda de tiempo, los zares de Rusia se empeñaron en obligar a los polacos, los finlandeses, los estoneses, los letones y los lituanos (para dar solamente unos pocos ejemplos) a hablar ruso. ¿Resultado? No hay ningún pueblo que adore más su lengua materna que esos pueblos. Lo mismo ha pasado, a lo largo de los siglos y aún de los milenios, con los afganos, los curdos, los kazajos, los chechenios y muchos otros pueblos oprimidos. ¿Por qué? Sencillamente porque el idioma materno es el último refugio y el último consuelo de los oprimidos. El marginado, el despreciado, el discriminado, el mirado en menos, el insultado, el agraviado, ése se refugia en su lengua materna, en el idioma que recibió con la leche de la madre, y se aferra a esa lengua con amor y desesperación, porque es el último jirón de su identidad y de su integridad. Ningún Zar, ningún Führer, ningún Caudillo por la Gracia de Dios, ningún jefecito liberal podrá jamás romper esa alianza, ese pacto de sangre entre el ser humano humillado y su lengua materna. Por eso, para nosotros, inmigrantes, cabecitas negras, aprender sueco no puede jamás ser una obligación, una exigencia como dicen los modernos Tíos Tom. Será un derecho y una función social; será un deber de la sociedad sueca garantizarnos ese derecho y el ejercicio de esa función. Pero si pretenden presentarnos eso como un decreto zarista o franquista, pues nos volveremos tan tercos como las mulas, o peor: como los vascos, los catalanes, los polacos, los curdos, los chechenios, los tasajos, los kazajos, y hasta los carajos si los hubiere por ahí. Dicho sea con respeto. Aprenderemos sueco para integrarnos, es decir, para enriquecer y fortalecer nuestra INTEGRIDAD. Nunca para obedecer. La obediencia, en asuntos culturales, es la forma suprema del envilecimiento. El gran escritor checo Franz Kafka describió una vez un caballo que le quitó de un mordisco el látigo al amo, para azotarse a sí mismo y demostrar con eso que era un buen caballo, bien educado. Exactamente eso es la obediencia cultural que proclaman hoy los caballos amaestrados del neoliberalismo. Idioma e identidad Los partidarios de la identidad nacional y de la cultura nacional proclaman la necesidad absoluta del idioma nacional y sostienen que al aprender tal idioma nacional adquiere cada uno su derecho a ser ciudadano de la nación y tiene por fin una identidad apropiada. Todo eso es fascismo puro. La identidad es una condición íntima, existencial. La nacionalidad es una condición jurídica, legal. No se adquiere una nueva identidad cuando se adquiere una nueva nacionalidad. Aprender un idioma, o muchos idiomas, no es tener nuevas identidades. El único idioma que se puede asociar inseparablemente a la identidad personal es la lengua materna, es decir, una forma específica, particular e íntima del idioma. Mi lengua materna no es el español en general, es una forma íntima, exclusivamente mía, del español o castellano, como mis huellas digitales. Quitarle al ciudadano su derecho a la intimidad de la identidad y convertir la identidad en un asunto de Estado, en una identidad nacional, eso es fascismo puro. En efecto, todas esas teorías de la unidad nacional, el idioma nacional, el arte nacional, la cultura nacional, nacieron y se crearon cuando las burguesías militaristas de los países nórdicos y germánicos comenzaron a acuñar el mito del superhombre nacional, la raza pura y las tradiciones del Honor y los Héroes. Por eso no se habla del poeta Tegnér así, a secas, hay que decir el poeta nacional, y en esa máquina de moler identidades personales se eleva un mítico idioma nacional (¿cuál? ¿el de Skåne? ¿el de Dalarna? ¿el de Blekinge?) a la categoría suprema, se persigue durante siglos toda forma dialectal que se oponga a la norma nacional, se prohibe al pueblo de Laponia hablar su lengua materna, se desprecia y humilla a los gitanos, a los tátaros, a los judíos, a los inmigrantes. ¡Ah, pero se come pizza! ¡Y kebab! ¡Y se exige mucho ketchup, ya sea para comerse una salchicha o para engullirse unos tallarines a la napolitana! ¡Y se compran camisas en Indiska o en otra tienda exótica donde se venden bellos modelos tercermundistas confeccionados por niños esclavos! ¡Y se va al party (palabra gringa) con su tjej (palabra gitana), o se tiene un dejt (date, palabra gringa) para ir a la salsa (palabra latina), todo muy de acuerdo con el ser nacional! Pocos idiomas europeos hay tan acribillados de voces extranjeras como el sueco. Esto es un mérito, no un pecado. Esto es la prueba suprema de que no existe el tan mentado idioma nacional, sino un intenso contacto de culturas y de pueblos en esta región. Lo que existe es SINCRETISMO, es decir, mestizaje cultural, aportes y mezclas en todas direcciones. Por eso, aprender sueco será para nosotros un proceso de dar y recibir: daremos salsa, cumbia, empanadas, asados, fiestas, amigos, bailes, tristezas y nostalgias, con sus nombres y sus símbolos. Recibiremos el sentido de las brisas del Báltico, el rumor de las hojas de los abedules, las historias de este pueblo, las alegrías y tristezas de estas gentes. No hay otra manera. O hay intercambio creador, o no hay nada. La próxima vez les hablaré del idioma real y el idioma virtual. Hasta entonces. |
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