Por Juan Cameron. Más que la ausencia física de su país, al que luego de unas pocas visitas regresaría tras su fallecimiento, su inmensa humanidad la hizo extranjera en cuanta disciplina ejerció durante su vida. A la Mistral (1898-1957) le sobraban méritos para resolver cualquier empresa; y eso no le sería perdonado.
Poco vivió en Chile nuestra Gabriela Mistral. Sus viajes comienzan en 1922, al ser invitada por José Vasconcelos, Ministro de Educación, a colaborar con la reforma educacional en México. Sin embargo una singular parte de este destierro lo dispensa la poeta entre Estados Unidos de Norteamérica y Europa. En 1925, a los 36 de su edad, se le concede en Chile su jubilación como maestra. Y tiene residencias transitorias en Brasil, Uruguay y Argentina. Al año siguiente partirá a Ginebra en representación de su país en el Instituto de Cooperación Intelectual de la Sociedad de las Naciones y no volverá hasta 1932, después de una visita a Centroamérica y el Caribe, para luego emprender cargos en Oporto y en Guatemala. Para 1940 se encuentra en Brasil y al año siguiente es Cónsul en Petrópolis. Allí se suicida hijo sobrino, YinYin. Le siguen California. México, Nápoles y Nueva York. Tras un breve viaje a su patria, en 1954, regresa a esta ciudad donde, el 10 de enero de 1957, fallece en el hospital de Hampstead de Long Island. Pero esta condición de extranjería le habrá de acompañar en todas sus actividades. El poeta Hjallmar Gullberg, doctor en Letras y miembro de la academia sueca, se encarga en destacar, en el discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura, la lejanía permanente de su patria.
En efecto, a pesar de un ya logrado prestigio continental como poeta -debido a sus Sonetos de la Muerte- y como educadora, es solamente en 1922 cuando, por iniciativa de Federico de Onís y bajo el patrocinio del Instituto de las Españas, aparece en la ciudad de Nueva York su primer libro, Desolación. Y Ternura será publicado en Madrid dos años después recibiendo prontamente el reconocimiento de cuatro mil niños mexicanos que, en el país azteca, celebrarían a coro sus rondas.
Al recibir, por ley presentada al parlamento por su mal querido Arturo Alessandri ("Lo mandó a la Cámara de Diputados, donde pasó por 68 x 7. Tal vez Alessandri no esperaba este resultado y creyó cumplir engañándome, relata en sus diarios) la reacción en Chile no se hizo esperar. Una campaña de injurias, dirigida desde lo oscuro por Augusto D'Halmar -candidato perpetuo al Consulado de Madrid, señala Mistral- señala que ha sido ascendida a Cónsul General. Se trata solamente de un ascenso a Cónsul de 2ª clase: "Sabía yo que esa gente me llama 'extranjera' por ser una de las pocas criaturas criollas que van quedando en un país ya bastante sajonizado" cuenta en sus cuadernos. Y más explícito aún será el poema "La extranjera": "Habla con dejo de sus mares bárbaros,/ con no sé qué algas y no sé qué arena;/ reza oración a Dios sin bulto y peso,/ envejecida como si muriera./ En huerto nuestro que nos hizo extraño,/ ha puesto cactos y zarpadas hierbas./ Alienta del resuello del desierto/ y ha amado con pasión de que blanquea,/ que nunca cuenta y que si nos contase/ sería como el mapa de otra estrella./ Vivirá entre nosotros ochenta años,/ pero siempre será como si llega,/ hablando lengua que jadea y gime/ y que le entienden sólo bestezuelas./ Y va a morirse en medio de nosotros,/ en una noche en la que más padezca,/ con sólo su destino por almohada,/ de una muerte callada y extranjera.
Esta condición de extranjera no es solamente literal. Gabriela Mistral pertenece por excelencia a un mundo aparte y siempre distinto al que ha llegado o en el que instala por diversas razones. Conocida como poeta antes de publicar poesía, experta internacional en Educación sin tener cartón de profesora -y natural de un país enfermo de "titulitis"-, diplomática de carrera sin haberlo estudiado y además de pobrísima extracción social, hasta el mismo Premio Nobel parece ante muchos entregado por razones distintas a las literarias. Algunos detractores lo asocian al prólogo que Paul Valery escribiera para su traducción francesa ,sin conocer la historia en cuestión. El referido encargo fue hecho al Nobel galo por el gobierno chileno -tal como la traducción de su poesía- a espaldas de la autora. Y ella lo rechaza absolutamente.. Valery recibe por este trabajo la buena suma de 50.000 francos de entonces. Y es más, la edición francesa aparece recién en 1945, el mismo año de la premiación y del fin del conflicto bélico, sin tener ingerencia en un proceso que requiere para su resolución de un tiempo bastante mayor.
A modo de ilustración, siendo estudiante tuve la oportunidad de cenar en cierta ocasión, con don Óscar Gajardo Villarroel, mi profesor de Derecho Internacional Público. Este jurista fue el Embajador de nuestro país en Suecia al tiempo de la premiación. Gajardo sostuvo haber pagado de su bolsillo el traje que la poeta vistió en la ceremonia y, además, que la decisión de premiarla fue una tercera vía en momentos difíciles para Suecia. No se podía, por entonces, otorgar el Nobel a escritores provenientes de países en conflicto, señaló el ex diplomático. Pero olvidaba que Chile había también declarado la guerra al Eje, ignorando al mismo tiempo que la candidatura de nuestra poeta había comenzado mucho antes, cuando la Facultad de Filosofía y Pedagogía de la Universidad de Chile la propuso en 1939, un año antes incluso que las universidades ecuatorianas. La carta, firmada por el decano Luis Galdámez y refrendada por el secretario, don Yolando Pino Saavedra, fue enviada a la Academia el 14 de noviembre de 1939 cuando ya la guerra se había instalado provocando la suspensión de esta entrega hasta, precisamente, 1945. Por cierto, muchos otros después se vestirían con los trajes de la poeta.
No vivió con nosotros ni tampoco ochenta años; siempre fue la extranjera, la impertinente, la molesta. Hoy resulta una de las mayores figuras en el ideario nacional y viaja junto a sus símbolos a pesar de la odiosidad y del desprecio. Con todo amaba esta tierra; "Es mi voluntad -dice en la cláusula novena de su testamento- que mi cuerpo sea enterrado en mi amado pueblo de Montegrande, valle de Elqui, Chile". Y allí reposa junto a Yin-Yin. Su monumental obra habría de superar con creces toda esa lejanía tanta para acercarla definitivamente a su pueblo.
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