Por Ángela García
Entre el 15 y el 21 de febrero se celebró el V Festival de Poesía en Granada, Nicaragua. Hay que empezar representándose la ciudad de Granada, fundada en 1524 a la ribera nororiental del Lago Nicaragua (o Lago Cocibolca en Nahuatl, el más extenso de Latinoamérica, con tiburones de agua dulce, oleaje y mareas, más de 400 isletas, tres islas, y el archipiélago de Solentiname), a una hora en auto desde Managua.
Sigamos imaginando lo que ocurre cuando una población no mayor de 113.000 habitantes se aumenta de golpe con 170 invitados de un festival de Poesía durante ocho días, es decir, no un congreso de delegados de alguna disciplina sesionando a puerta cerrada, sino una invasión de poetas llenando literalmente las plazas y las calles de palabras, con micrófonos de altos decibeles. Lo que puede esto significar para los habitantes agricultores, pescadores, artesanos, en gran porcentaje analfabetos, orgullosos de su ciudad que conserva ejemplarmente la arquitectura colonial de estilo andaluz con inspiración morisca, y que desde hace cinco años se convierte en lugar de encuentro para la más diversa variedad de poetas. Tampoco es difícil representarse la expectativa que plantea una significativa inversión combinada de empresa privada, medios de comunicación, entidades educativas, etc.
Ningún festival europeo invierte el dinero que nuestros pobres países latinoamericanos destinan para una fiesta poética que tiene el objetivo de congregar a la gente, casi sin más anhelo que estremecerse y celebrar con la reunión imantada por la palabra.
La frase "sacamos la casa por la ventana" alude al imposible. Gastamos lo que no tenemos, lo extraemos del sueño. Como si la necesidad de algo que represente una imagen distinta de la pobreza fuese más grande que el lamento por la pobreza misma, parecen decir: -Tenemos arroz, plátano y maíz como toda comida, apenas sabemos leer y podemos escribir el nombre de Nicaragua, o los nombres a pedido, en las maracas y las artesanías que vendemos, tenemos nuestros ranchos de piso de tierra, los hijos nos sorprenden a los 16, 17 años casi sin darnos cuenta, pero cada año empiezan a venir los poetas de allá de esos mundos desconocidos y una cierta ilusión nos hace trabajar 365 días para esa fiesta. Y nos damos a construir máscaras, carrozas, arreglos florales; y hacemos producciones extraordinarias de correas, pulseras, aretes para la feria artesanal colateral al evento. Se preparan los danzantes y los saltimbanquis; se remodelan los hoteles y alojamientos, se controlan las condiciones higiénicas. Y también se preparan Masaya, Niquinhomo, Diriomo, San Marcos o Nindirí, Nandaime, Rivas, Diriamba, Jinotepe, Catarina, aledaños a Granada para recibir a los poetas por un día.
Los eventos poéticos masivos no son eventos sólo para escritores o conocedores, son una alternativa cultural que intenta transgredir el dominio masivo de los medios. Acercarse a un gran público, no siempre voluntario, tiene sin embargo sus costos para la poesía. El primero de ellos es que el sentido literal de la palabra encuentro se vuelve difuso: ya no son dos que se acercan, creador y lector en su mutua búsqueda donde el silencio es el espacio idóneo.Y el público con cuya masiva presencia ha dicho sí llenando como en Granada decenas de sillas blancas.
Mi inclinación inicial al empezar esta breve crónica era evitar lo cuantitativo y destacar las cualidades del Festival de Poesía de Granada que son las que le conferirán la importancia histórica que debería asegurar la continuidad que se proponen sus organizadores Francisco de Asís Fernández, Gloria Gabuardi, Gioconda Belli, Nicasio Urbina y Blanca Castellón junto a un vigoroso grupo de poetas y escritores nacionales. A tal efecto menciono la mesa redonda donde el acercamiento minucioso a la obra de un autor nicaragüense, este año el sorprendente vanguardista Alfonso Cortés, propicia un conocimiento sobre la génesis poética de diversos creadores nacionales, -y que incita otra con algún otro poeta universal extranjero; la construcción año tras año del parque dedicado a los poetas, con poemas hechos esculturas; el encuentro con la población vernácula en los pueblos aledaños y por supuesto en Managua, capital rural del país; la presentación de las antologías de poesía nicaragüense esta vez la chilena en Trilce ediciones y la italiana; el espectáculo de danza y música que ameritaría un programa aparte dentro del festival dada su duración; y el carnaval ocasión en que el pueblo afecto a las procesiones marcha ya no tras un ícono o una carrosa con reina, sino tras un púlpito para los poetas bajo la candencia solar. Y por supuesto el intercambio mismo entre poetas de diferentes generaciones cuyas experiencias e impresiones favorecen la retroalimentación literaria.
Notable es el cubrimiento de los medios casi en pleno, con suplementos y ediciones especiales antes y posteriores al festival logrando que tenga una presencia nacional, cosa que envidiamos en otros países donde la prensa rotula apenas los encuentros de poetas.
Dado que en Nicaragua han tomado esa responsabilidad cabe sugerir un poco más de rigor en este cubrimiento, haciendo una mejor selección de textos, investigando quienes son los invitados, para que poetas con renovada substancia no pasen desapercibidos y sortear el peligro de enmarcar sólo obras, verbigracia la de Yevtuschenko, prisionera en su pretérita cumbre. Finalmente dejo vibrando uno de los comentarios que se ventiló en pláticas espontáneas entre poetas y espectadores del evento, en relación a voces significativas que ameritaban una lectura más prolongada sólo posible si las mesas tuviesen menos poetas.
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