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Mujeres latinoamericanas:
Silenciadas en la historia
pero siempre en movimiento

 
Por Elena Gutiérrez.
En América Latina la heterogeneidad es un rasgo encarnado en nuestras raíces más profundas. Hablar de una única identidad latinoamericana como una realidad homogénea, implica negar la enorme diversidad de geografías, culturas, etnias y manifestaciones de los pueblos del continente. Generada a partir de la conquista y la colonización, esta multiplicidad es el legado del orden que se impone a partir de entonces y que tiene sus manifestaciones en lo económico, en lo político y en lo sociocultural.

La pobreza, la opresión y la injusticia generadas hace 500 años, constituyen el correlato que marcó la historia del continente. En esta historia, la mujer en general ha sido objeto de discriminación. Pero particularmente a las mujeres de los sectores populares les ha tocado sufrir tanto la explotación económica y la dominación étnica como indígenas, negras o mestizas, como la opresión por ser mujeres y ser consideradas seres inferiores e irracionales. Esta triple estructura de dominación, en la que dependencia, pobreza y feminidad se entrelazan coexistiendo en forma inseparable, ha pautado la situación de la gran mayoría de las mujeres a través de los siglos, a lo largo y ancho del continente.

Sin embargo, el hecho de la que la historia oficial se haya encargado de no incluir a las mujeres en su ordenamiento y explicación del pasado, no borra las formas de resistencia y el papel innegable de éstas en las luchas que se han desarrollado frente a las relaciones de poder. La historia (la que ocurrió, el mero acontecer) desmiente la Historia con mayúscula -esa reconstrucción que pasa por el tamiz del historiador y que dice contribuir a la identidad de cada pueblo.

En todo caso, la ausencia de la mujer en la historia oficial no es más que una expresión del despojo de la palabra, del silencio impuesto. La reconstrucción del pasado de nuestras sociedades -tanto sea del lejano como también del más reciente-, desconoce sistemáticamente las experiencias de las mujeres, principalmente las de las mujeres en lucha, la capacidad de éstas en la defensa de sus intereses, de la tierra, de la alimentación de sus familias, del derecho a la vida y la dignidad, a pesar de que éstas experiencias constituyen hechos recurrentes en la historia. Se les ha silenciado la palabra, pero no la fuerza y el coraje.

Rebeldes
El siglo XVIII, el continente americano fue escenario de rebeliones y levantamientos que aunque no amenazaron el orden colonial vigente, resultaron antecedentes a los movimientos que se producirían en la centuria siguiente.

La rebelión de Tupac Amaru II, en 1780 en Perú, un levantamiento que comenzó contra los abusos de los encomenderos, terminó transformándose en una guerra general. Las mujeres, tan afectadas como los hombres por las injusticias, se rebelaron y participaron como soldados y comandantes militares teniendo en Micaela Bastidas, la esposa de Tupac Amaru, uno de los nombres legados a la historia del continente.

Responsable de otorgar salvoconductos y de la alimentación y abastecimientos, participó en el diseño de estrategias en lo militar. Junto a ella, Tomasa Titu Condemayta, cacica de Acas de origen noble, defendió el paso de Pilpinto y suministró dinero y comida al ejército rebelde. Más adelante, cuando la insurrección se extendió a lo que hoy es Bolivia, Bartolina Sisa, se hizo cargo de una tropa de 2000 hombres en ausencia de líderes masculinos. Cuando la rebelión fue aplastada y condenados y ejecutados sus líderes principales se constata que de 73 arrestados, 32 eran mujeres.

Inequivocadamente, entre los esclavos era común de hombres y mujeres desafiar el sistema que los oprimía con actos diarios de desobediencia, trabajo a desgano y sublevaciones. El inicio de la rebelión esclava que condujo en 1804 a la constitución de la primera república independiente del continente, en Haití, se produce a partir de una ceremonia voudou dirigida por un personaje mítico, Boukman, pero existen historiadores que hablan también de una sacerdotisa de nombre Cécile Fatiman.

En otros puntos del Caribe las mujeres continuaron escribiendo su nombre en las rebeliones. Nanny of Maroons fue comandante guerrillera de los esclavos en Jamaica. Nanny Griggs se hizo famosa en 1816, por su papel en la sublevación de los esclavos de Barbados. Sabía leer y escribir y bregaba por la necesidad de repetir la revolución esclava de Haití en el resto del Caribe.

La independencia
Una vez que estalla la guerra por la independencia de las colonias en la segunda década del siglo XIX, las mujeres de las clases menos privilegiadas asumieron su rol en la lucha. Pero también aquellas pertenecientes a la élite se adhieren -voluntariamente o no- a uno y otro bando, trascendiendo los roles asignados por la sociedad. Las "rabonas" de Perú siguieron a sus maridos en las batallas y constituyen un antecedente de las "soldaderas" de la Revolución Mexicana.

En 1817, en Colombia, fue ejecutada Policarpa Salvarrieta, conocida como "la Pola", por su papel durante la guerra. Se hizo partidaria de la causa patriota tras la ocupación española de la ciudad de Tena en mayo de 1816 y se vinculó con el movimiento rebelde, organizando a jóvenes que habían sido reclutados a la fuerza por las tropas realistas, para desertar del ejército español y conformar guerrillas que actuaban en Cudinamarca.
Juana Azurduy de Padilla, evocada como "la flor del Alto Perú" en la canción de Félix Luna que lleva su nombre, se destacó en las luchas por la emancipación latinoamericana como líder revolucionaria, asumiendo a la muerte de su esposo la comandancia de las guerrillas que luchaban contra los realistas.

Otras fueron Evangelista Tamayo, quien luchó bajo las órdenes de Simón Bolívar en Colombia y Leona Vicario quien acompañó a Miguel Hidalgo en México. Vestidas de hombre o utilizando su inteligencia y encanto, las mujeres actuaron como soldados, espías, mensajeras, enfermeras y reclutando adeptos a la causa en salones y tertulias.

Una vez instauradas las nuevas repúblicas, ni su participación en la guerra, ni el creciente nivel de educación al que habían comenzado a acceder en los últimos años de la colonia, resultaron en la consumación de sus derechos políticos. Las mujeres, independientemente de su condición social continuaron siendo discriminadas.

Cambios en la sociedad y en las mentalidades
Desde el último cuarto del siglo XIX hasta la crisis de 1929 el proyecto de las oligarquías latinoamericanas se expresaba en dos conceptos: "orden" y "progreso". En ese marco, nuestros países fueron integrados a la economía mundial como productores de materias primas para la exportación hacia Europa a cambio de manufacturas.

Las políticas económicas del liberalismo, trajeron las inversiones extranjeras en la agricultura, minería e infraestructura y con ello los primeros empréstitos marcaron con una huella indeleble el futuro de los países. Los ferrocarriles abrieron las puertas al interior inhóspito de las nuevas repúblicas y facilitaron -junto con el pertrechamiento de los militares- la reducción de la población autóctona y la reacomodación del medio rural.
Nuestras sociedades entraban por la puerta grande a la modernización promovida por el capitalismo. Bancos y otros edificios públicos, teatros, museos, salones en estilo art nouveau transforman el perfil colonial de las capitales. La creciente clase media con mentalidad europea, pasa a ser consumidora de educación , servicios de salud, entretenimientos, periódicos además de mercaderías y objetos suntuarios, a la vez que reclama y asciende en la escala hacia una mayor participación en la toma de decisiones. Al borde de los beneficios del impulso "civilizatorio", quedan las grandes mayorías compuestas por la población pobre del medio rural y de las ciudades.

Se aprecian tímidos avances en la legislación referida a los derechos de la mujer y una adaptación en cuanto al lugar que esta debía ocupar en la sociedad. Desde los últimos años del siglo en varios países habían comenzado a abrirse las puertas de la educación superior a las mujeres, sobre todo en aquellas profesiones consideradas adecuadas a las señoras respetables. A las maestras se suman las primeras médicas y dentistas y no sin escándalo abogadas A su vez la industrialización generaría la demanda de mano de obra tanto en la producción como en la administración: telegrafistas, dactilógrafas, taquígrafas, se convierten en profesiones femeninas.

Para las clases menos privilegiadas y principalmente para la afroamericanas e indígenas, quedaron los oficios menos valorizados. Poco y nada cambió su situación. Siguieron trabajando en el servicio doméstico, de vendedoras ambulantes, lavanderas, cocineras, de prostitutas o en el campo.

Las mujeres se organizan
Ya a comienzos del siglo XX coexisten en varios países del continente organizaciones de mujeres anarquistas, socialistas y liberales, divididas por sus intereses de clase. En sociedades como la peruana donde la mayoría de la población es de origen indígena o la brasileña, con un alto cupo de afroamericanos, tanto las barreras étnicas como las de clase pusieron trabas a la creación de movimientos amplios de mujeres.

Aún así, en 1910 tuvo lugar en Argentina el primer Congreso Internacional de Mujeres, donde se reunieron cerca de doscientas activistas provenientes de todo el continente, para demandar la igualdad jurídica, el sufragio y derechos sociales, incluyendo en estos, la educación, el empleo, la atención de la salud y el bienestar. Posteriormente se continuaron realizando congresos similares en otros países, a los que acudían fundamentalmente mujeres de clase media, profesionales, trabajadoras, dirigentes sindicales, socialistas.

La lucha por el sufragio femenino, por ejemplo, iniciada en tiempos de la I Guerra Mundial se prolongaría hasta la década de los años 60. Excepto en unos pocos casos, que incluye Brasil (1932), Uruguay (1932) y Cuba (1934), el voto femenino fue demorado hasta los años posteriores a la II Guerra Mundial, siendo Paraguay el último país que lo garantizó en 1961.

Lo que puede una revolución
Puede afirmarse que a partir de la segunda mitad del siglo XX, el único país donde sí hubo cambios de carácter permanente dirigidos a abolir la discriminación de la mujer tanto en la ley como en la práctica, es Cuba.

Las mujeres cubanas se incorporaron a la lucha revolucionaria muy temprano. Tal es el caso de Haydée Santamaría, cofundadora en 1952 del movimiento contra Batista. Celia Sánchez una de las primeras mujeres en empuñar las armas, siendo la principal promotora de la creación del pelotón femenino "Mariana Grajales". Vilma Espín, por su parte, se incorpora en 1958 al Ejército Rebelde, destacándose en la coordinación del movimiento clandestino de Oriente con el frente.

Tras el triunfo del 1 de enero de 1959, desde los primeros años, se dedican grandes esfuerzos dirigidos a lograr la igualdad plena entre hombres y mujeres y garantizar un acceso equitativo a la educación y al empleo. Las mujeres se incorporaron masivamente a la Federación de Mujeres Cubanas (FMC). Movilizadas, las cubanas participaron de igual a igual en las campañas de alfabetización, en el trabajo voluntario, en los comités de defensa de la revolución. Miles de mujeres, empleadas domésticas, prostitutas y analfabetas tuvieron la oportunidad de acceder a la educación y se produjeron mejoras sustanciales en las condiciones de vida.

La FMC promovió la incorporación social plena de las mujeres, la educación sexual y el derecho al aborto voluntario, hasta lograr en 1975 la aprobación de un Código de Familia, revolucionario en su momento, pues estableció, entre otros aspectos, la responsabilidad y deber de ambos miembros de la pareja en el cuidado, protección y educación de los hijos.

En tanto, en el resto del continente, las mujeres se adhirieron a las organizaciones revolucionarias que hicieron eclosión en las décadas de los años 60 y 70. De esa forma asumieron la lucha armada, ocuparon puestos de responsabilidad, dirigieron tropas, prestaron apoyo logístico, compromiso que no pocas veces las llevó a perder la vida. En el enfrentamiento contra la tiranía de Anastasio Somoza en Nicaragua, la participación femenina fue in crescendo al punto que ya en los finales de la guerra uno de cada tres combatientes era mujer. Proceso similar se dio en el caso de El Salvador. Uno de los relatos testimoniales más elocuentes del papel que jugaron las mujeres en estos tiempos, fue brindado por Rigoberta Menchú de Guatemala, la que recibiera más adelante el Premio Nobel por la Paz.

En 1994, la irrupción del Frente Zapatista para Liberación Nacional, además de traer al tapete la situación de los pueblos indígenas en México, plantea a través de la Ley revolucionaria de Mujeres, el pleno derecho de éstas a la participación en la lucha, y a obtener derechos como a la salud, la alfabetización, el empleo y salario justo, la libertad de elegir compañero y la cantidad de hijos que desee tener. Emanadas todas estas de las consultas que, junto a otras, realizara la Comandante Ramona en el seno de las comunidades indígenas.

Ramona, quien murió en 2006, fue una de las representantes más destacadas del EZLN desde los primeros años de vida pública del movimiento. Durante el levantamiento zapatista fue la encargada de dirigir desde el punto de vista estratégico la toma de San Cristóbal de las Casas el 1 de enero de 1994. Participó en los Diálogos de San Andrés, y fue la primera representante zapatista en llegar a la Ciudad de México en 1996.

La demanda privada se hace pública
La crisis política en las sociedades del Cono Sur tiene su correlato en la profunda crisis económica que se avecina en los años 60. El modelo económico basado en la sustitución de importaciones, imperante desde los años 30, llegaba a su fin. Las limitaciones del mercado interno asi como la injusta distribución del ingreso trababan inexorablemente su continuidad. La espiral inflacionaria y la fuga de capitales a través de los pagos de la deuda externa levantaron olas de protesta.

Las luchas estudiantiles y del movimiento obrero de los años 60, así como las experiencias de lucha armada, que tuvieron lugar en Uruguay, Brasil, y Argentina, demandaban cambios estructurales en la sociedad y la economía. Las mujeres tampoco entonces quedaron afuera.

El Chile de Salvador Allende contó con el recurso de las mujeres trabajadoras, que apoyaron y defendieron el primer gobierno socialista elegido por vía democrática en el continente.

Instauradas las dictaduras militares a partir de 1973, las mujeres pasaron a actuar y dirigir los movimientos de resistencia y al igual que los hombres fueron víctimas de las detenciones arbitrarias, desapariciones y torturas. En Uruguay, más de un millar de mujeres fueron condenadas a largos años de encarcelamiento en el Penal de Punta de Rieles. En Argentina sumaron decenas de miles de desaparecidas.

Estas violaciones a los derechos humanos perpetrados por los militares llevaron a que principalmente las mujeres reclamaran por la vida de sus seres queridos llevando su demanda privada a la esfera pública. El mayor ejemplo de esto lo constituyen las Madres de Plaza de Mayo, quienes en reclamo por sus hijos y nietos desaparecidos, desafiaron con sus marchas y denuncias el poder militar y abrieron una brecha por la que pudieron expresarse los movimientos populares.

Neoliberalismo y movimientos sociales
Las democracias formales que siguen al período dictatorial, surgen debilitadas por la situación económica derivada del abrumador peso de la deuda externa y con una legitimidad cuestionada por la impunidad que se impone e impide que se haga justicia en los casos de violación de los derechos humanos, perpetrados por los militares.

En los años 90 se ensancha la brecha entre los ricos y los pobres y se llegan a niveles de pobreza que superan el 50% de la población, incluso en países ricos en recursos como Brasil y México. Las políticas de corte neoliberal implementadas bajo la presión del Fondo Monetario Internacional, conducen al debilitamiento del Estado. Se deterioran los téminos de la economía de los países y nuevamente el peso de la desocupación y la pauperización recae sobre los sectores menos privilegiados.

La falta de inversión del Estado en salud y educación contribuyó definitivamente al deterioro de la situación de los sectores menos favorecidos. El neoliberalismo golpeó con dureza a las mujeres, quienes en gran número pasaron a engrosar los sectores informales de la economía o a ocupar los trabajos peor pagos y más insalubres, como es el caso de las maquilas.

Aún así, se produce un fenómeno de mayor participación de las mujeres en la vida pública a través de las nuevas formas organizativas que surgen a partir de reclamos puntuales como por ejemplo ollas populares, iniciativas barriales e infinidad de movimientos sociales que conforman nuevos ámbitos junto a otras formas tradicionales como ser sindicatos o la militancia política y en los que las mujeres pasan a ser dinamizadoras. Cientos de miles de mujeres manifestaron su oposición, justamente porque fueron ellas, las que debieron pagar el precio más alto por la privatización y los cortes a los subsidios gubernamentales en la comida, la educación y el cuidado médico.

En Brasil, el Movimiento de Trabajadores Sin Tierra (MST) -creado en 1985- constituye uno de los ejemplos organizativos con continuidad más altos del continente. En el las mujeres participan activamente no sólo en las tomas de tierra y movilizaciones sino también en la dirección a nivel local y nacional. En Bolivia y Ecuador la adhesión de la mujer indígena a la lucha en defensa de sus derechos y de los recursos naturales se manifiesta en la creación de numerosas organizaciones y coordinadoras que contribuyeron conciensudamente en esos países al triunfo de Evo Morales y Rafael Correa. En tanto, en Venezuela, las mujeres experimentan una verdadera mejora de su calidad de vida a través de los programas sociales implementados por la revolución bolivariana (Barrio Adentro, Misión Robinson, Vuelvan Caras), y la apertura de posibilidades a través de iniciativas como la del Banco de la Mujer.



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