inicio | opinión | notas | cartelera | miscelanea sueca | suplementos | enlaces 14-Diciembre-2007

Reflexiones desde adentro sobre la poesía latinoamericana
De viaje en la guagua lírica

 

escribe Lalo Barrubia

Entre el 27 de octubre y el 7 de noviembre de este año se llevó a cabo la segunda edición del festival rodante Latinale (www.latinale.de), donde doce poetas latinoamericanos recorrimos cinco ciudades de Alemania en un minibús simpáticamente apodado la guagua lírica, presentando nuestro trabajo. Esta historia comienza en realidad cuando los escritores y traductores alemanes Timo Berger y Rike Bolte abren un espacio virtual dedicado a difundir la nueva poesía latinoamericana (Latin.Log), donde hasta el día de hoy se han publicado textos de cien poetas con sus respectivas traducciones al alemán. En un par de años han logrado convertirlo en lo que es quizás el mayor evento de poesía latinoamericana en Europa.

Una nueva poesía latinoamericana
La búsqueda deliberada de lo más novedoso, de los trabajos de los más jóvenes, de lo más original, está relacionada a mí entender, no sólo con el interés personal de los organizadores, sino también con el valor que la innovación, las experimentaciones, la ampliación de los campos temáticos y de las herramientas formales y el emparentamiento con otras disciplinas ha tenido en la supervivencia y fertilidad de la poesía latinoamericana, en tiempos en que la cultura occidental se ha permitido darle gloriosamente la espalda a la poesía, o reducirla a ser estudiada en ámbitos académicos como puro fenómeno teórico. Y esto por el simple hecho de que no han encontrado la forma de hacerla rentable económicamente. A pesar del hueso duro que esto significa para nosotros los poetas y para la posibilidad de dedicarnos a nuestro trabajo, me pregunto a menudo si no es justamente allí donde reside la fuerza y el potencial de la poesía. Difícilmente nos vemos los poetas tentados de transar con nadie. ¿A razón de qué? Claro que igualmente hay quienes piensan y dicen las cosas más variadas, o los que se deleitan en el ejercicio del lenguaje sin pensar ni decir absolutamente nada. Sin embargo, lo que hace a la poesía rica y fuerte, y sobretodo lo que la hace ser escuchada o leída más allá de los laboratorios de los expertos ha sido más bien su relación y compromiso con la realidad, su capacidad de testimoniar el pensamiento, la sensibilidad colectiva, las vivencias cotidianas o los aconteceres socio-políticos, su capacidad de conmover y de identificar a la gente con su propias vivencias.

En la medida que la poesía no tiene un lugar en el mundo mercantil, también los procesos de transformación y de intercambio se producen de algún modo a pulmón, de forma discontinua, truncados o interrumpidos, constantemente limitados por razones económicas. Este hecho ha determinado durante años la limitada difusión de las obras poéticas fuera de sus países de origen, y la casi nula fuera del continente latinoamericano. Pero esta tendencia comienza a revertirse gracias a los actuales canales de comunicación masiva a través de la red, de los festivales latinoamericanos que se multiplican año a año, de la innovación formal y técnica, a la que cada vez es más fácil acceder materialmente y por último de la capacidad y el interés de hablar del mundo, la sociedad, la realidad en que se vive. De algún modo se han creado las bases para una comunidad poética transnacional latinoamericana por afuera de las oficialidades literarias de cada país.

¿Significa esto que la poesía latinoamericana del siglo XXI ha sufrido un vuelco hacia la protesta social y política? Pregunta difícil de contestar. Difícil es definir qué podría encuadrarse como protesta en un terreno como la poesía, donde a veces lo indirecto y lo relativo pega más hondo, y otra veces la crudeza y el descaro son lo más efectivo. En segundo lugar habría que definir qué entendemos por poesía latinoamericana.

Desde el Latinale

Desde Europa, en noviembre del 2007 podemos ver la poesía latinoamericana en el Latinale: un variado espectro de propuestas formales y escénicas, desde la clásica lectura, no por eso menos conmovedora y valiente, hasta distintas formas de performance, el video arte, el canto o el texto dramático.

El eje central del encuentro son dos noches a sala llena en el gran salón del Instituto Cervantes de Berlín, donde participan todos los poetas invitados. La primera noche se produce un clima especial, entre los discursos introductorios y los textos elegidos, la velada adquiere un tono de protesta, de demanda, de inconformidad, de posicionarse en una actitud de compromiso. Los personajes cargados de problemas y marginaciones como el inmigrante clandestino camino a los Estados Unidos de Amaranta Caballero (Méjico, 1973), el hijo de padre borracho de Damián Ríos (Argentina, 1969), un José María, con el arma al cinto y lleno de tristeza recordando canciones en quechua que pronto serán olvidadas por todos de Miguel Ildefonso (Perú, 1970), la mujer mapuche lavando a mano la ropa de sus patrones representada en carne y hueso por Héctor Hernández Montecinos (Chile, 1979) o mis propias mujeres estresadas detrás de cada necesidad cotidiana invaden el ambiente. Así mismo golpean los discursos sobre la difícil situación económica de los artistas en Ecuador de Paúl Puma (Ecuador, 1972) o sobre la humillante situación de los bolivianos en el mundo de Jessica Freudenthal (Bolivia, 1978) a propósito de lo sufrido por ella misma al serle negada la visa de acceso a Alemania para participar del festival.

La segunda noche, a pesar de percibirse una mayor variación de personajes, temas y perspectivas, persisten en colarse la muchacha que no puede pagarse la entrada al cine en el poema de Andrea Cote Botero (Colombia, 1981), un Washington Cucurto (Argentina, 1973) que quiere volverse fotocopiadora porque todo es de mejor calidad que la vida de uno, y entran en juego otros elementos como la diversidad sexual o el poema crudamente erótico, favoreciendo un tono en el que el descontento con la realidad y la reivindicación de lo que debe cambiarse están de todos modos presentes, rondando las palabras y su efecto sonoro a través del impecable sistema de sonido y la higiénica, estudiada infraestructura técnica y arquitectónica del salón.

Una actitud colectiva

Es posible que todo esto no alcance para definir una tendencia continental hacia cierto tipo de discurso o de actitud poética ni tampoco para sacar conclusiones sobre lo que pasa en América Latina. Pero sí sirve para oírnos y sentirnos a nosotros mismos formando parte de algo colectivo, dándole a la poesía un rostro, el rostro de los que sufren y de los que se transforman, de los que también pueden burlarse de ese sufrimiento, valerse del humor, de la imagen grotesca, de la diversidad formal, de la sorpresa, del grito. Y cuyo efecto no se agota en la originalidad en sí, en su formalidad de evento cultural, sino que logra reivindicar un lugar, el lugar en el que esos personajes crecen, viven, se desarrollan, la soledad o la pobreza, la frustración o la marginación, la violencia o la desvalorización. Una imagen de la poesía latinoamericana que traza una imagen de América Latina. La imagen de una sociedad donde la pobreza, la marginación, la inseguridad no son solamente sinónimo de ignorancia ni de alienación, una sociedad que se piensa a sí misma y que tiene la dignidad de hacer arte de su propia desesperación, de construir su propia ironía, y de mostrarlo al mundo, de trascender nacionalismos y encontrarse. Puede ser una imagen de tantas. Mi propia lectura. Puede incluso pensarse que los autores y los textos hayan sido elegidos deliberadamente. Pero sí es una voz que debe oírse, una campana donde las voces más jóvenes suenan con sorprendente potencia y con sobrada credibilidad y calidad poética.

Lalo Barrubia, es poeta y prosista uruguaya residente en Suecia.



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