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Un insigne poeta boliviano |
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escribe Víctor Montoya De Franz Tamayo (La Paz, 1879-1956), personaje de tendencias liberales en la cultura y la política, se sabe que su padre, consciente de la aguda inteligencia y la enorme capacidad asimilativa de su primogénito, le procuró una educación privada de humanidades, con asignaturas que incluían lecciones de piano, alemán, inglés y francés. Concluyó sus estudios secundarios en el Colegio Nacional Ayacucho de La Paz, obtuvo su título de abogado en un examen de excepción rendido en la Universidad Mayor de San Andrés y durante su estadía en Europa cursó estudios de filosofía, literatura y ciencias políticas, aparte de que aprendió el griego y el latín. A partir de 1910, compaginó su vocación literaria con su participación activa en la política. Su pasión por los problemas nacionales y sus deseos de terminar con el bandidismo gubernativo, lo llevaron a desempeñar numerosas tareas en la administración pública. Tanto sus simpatizantes como sus adversarios lo recordaban protagonizando memorables discusiones con el también poeta Ricardo Jaimes Freyre en el parlamento y con otros representantes del Partido Republicano de Saavedra. Sus poses y su retórica, capaces de deleitar, persuadir y conmover, lo destacaban como a un orador consumado y polemista temible. El 11 de noviembre de 1934, en plena Guerra del Chaco, fue elegido Presidente de Bolivia por imposición de Daniel Salamanca. Y si no asumió el cargo, a punto de ser investido, fue debido a un golpe militar que anuló la elección considerándola ilegítima. De todos modos, aquí surgen las preguntas obligadas: ¿Qué hubiera hecho el poeta desde la silla presidencial? ¿Hubiera acabado con la oligarquía minerofeudal, que por entonces ostentaba el poder político y económico del país? ¿Hubiera proclamado la justicia social para los desposeídos? La incógnita de esa historia no se llegará a saber nunca, aunque por todos es conocido que Tamayo no fue pobre sino un señor. Un gran señor feudal, dueño de haciendas y de indios, como irónicamente lo definió Tristán Marof. Más Todavía: Tamayo fue un burgués liberal (...) Un señor de sombrero de copa, un conservador de los privilegios de su casta y de su país. El político en Tamayo se frustró mucho antes de que empezaran las reformas de la revolución nacionalista de 1952. Nadie sabe exactamente cuáles fueron las causas que motivaron su alejamiento de la vida pública. Probablemente se debió a la desilusión que sintió por los políticos de turno o al fracasó en su intento por forjar un país con una visión que se extendía más allá de la mente chata de sus contemporáneos, quienes tenían la impresión de que Tamayo, acostumbrado a sentir el dolor metafísico ante los enigmas del mundo y sus asuntos, contemplaba la realidad montado sobre las nubes, como todo genio que no siempre encuentra la compresión entre el resto de los mortales. Franz Tamayo irrumpe en la literatura boliviana justo en el momento en que se desarrollaba el modernismo en la poesía latinoamericana. Los críticos aseveran que algunas de sus obras, aun perteneciendo al género dramático, se han analizado siempre como piezas líricas, debido a su gran carga poética tanto en la forma como en el contenido. De ahí que La Prometheida (1917), al lado de Scherzos (1932), Scopas (1939) y Epigramas griegos (1945), es una de las creaciones donde más resplandece el talento poético de Tamayo, no sólo porque representa una grandiosa tragedia humana, con personajes de la mitología grecoromana, sino también porque constituye una sinfonía lírica en la cual la musicalidad del idioma encuentra su más alta expresión, unida a una sinestesia, cuya imagen o sensación subjetiva, propia de un sentido, está determinada por otra sensación que afecta a un sentido diferente, como una suerte de disco cromático en el cual las palabras expresan la diversidad de los colores. Así como su poesía destaca por la cadencia de las palabras y la armonía musical, destaca también por las transgresiones literarias y su deslumbrante dominio del idioma que le permite, además de desnudar su alma de manera sabia y profunda, ensayar nuevos giros idiomáticos y técnicas literarias sin precedentes. Como todo hombre universal, con un vasto bagaje cultural y una hipersensibilidad a toda prueba, cultivó la mayoría de los géneros y en todos ellos fue innovador y creativo. Sus libros, escritos en verso y en prosa, abordan temas con un alto valor ético y estético. En ellos revela la fuerza de su inteligencia, su amplio conocimiento de las ciencias filosóficas y las artes en general. Algunos lo consideran el poeta boliviano por excelencia, mientras otros lo tratan como al vate iberoamericano digno de ser conocido, leído y difundido más allá de sus fronteras nacionales. Por otra parte, es preciso señalar que el poeta andino, aunque empapado de una sabiduría grecolatina, no dejó de rendirle homenaje a su ascendencia escribiendo, a veces con un dejo de melancolía y pesimismo, versos que reflejan el espíritu de los habitantes del kollasuyo y la geografía física de una nación enclavada entre las cumbres nevadas de la cordillera andina, sin acceso al litoral, rodeado de llanuras y de selvas. Estaba convencido de que había una profundidad y grandeza en el espíritu aymara y en los enigmas telúricos del altiplano. Por eso mismo, con una dicción impecable y una intuición natural para el manejo del lenguaje figurativo, en su poesía elevó un canto sinfónico a las virtudes y costumbres de su raza, a las imponentes montañas, a las pampas yermas y, por último, a la belleza de un país mágico y secreto, que Tamayo supo interpretar por medio de su inteligencia innata y sus metáforas, como quien posee una personalidad prodigiosa que deja estelas por doquier. Si bien es cierto que su búsqueda de un lenguaje efectivo, basado en las lenguas clásicas y modernas, lo convirtió en un innovador del arte poético, es cierto también que el manejo excesivo de un vocabulario rebuscado, lleno de neologismos y voces extrañas, lo convirtió en un poeta casi impenetrable para la mayoría de los lectores, pues, paradójicamente, siendo uno de los poetas bolivianos más renombrados, es uno de los menos leídos. El hermetismo de Tamayo, de manera consciente o inconsciente, ha contribuido a que su poesía sea poco conocida en el continente americano y casi desconocida internacionalmente. Sus obras no han circulado debidamente, ni siquiera en las bibliotecas públicas ni académicas. Y, claro está, menos entre los lectores que por razones económicas no tienen acceso a la literatura en general, y menos aún a los libros de poesía; un género apreciado apenas por un reducido círculo de lectores acostumbrados a pasarse los libros de mano en mano, de reunión en reunión, de tertulia en tertulia. De sus trabajos en prosa es necesario citar Horacio y el arte lírico (1915), Proverbios sobre la vida, el arte y la ciencia (2 vols. 1905-1924) y, como no podía faltar, su polémica Creación de la pedagogía nacional (1910), conformada por una serie de 55 editoriales publicadas en El Diario de La Paz, y que, contrariamente a lo planteado por Alcides Arguedas en Pueblo enfermo, aborda con lucidez aspectos de la educación boliviana desde una perspectiva indigenista y nacional; se trata de un auténtico ensayo filosófico que, por su trascendencia y por el impacto que tuvo -y sigue teniendo-, merece un análisis profundo y una nota aparte. Alejado del compromiso político, y ante la necesidad de seguir transmitiendo su erudición a través de los versos, se recluyó en su casa solariega de la calle Loayza y se entregó a la soledad, rechazando los compromisos y el trato con la gente. No obstante, por mucho que murió rodeado sólo por sus seres queridos, su obra quedó para siempre en el corazón palpitante de un pueblo que, en honor a la verdad, sabe reconocer y defender a los hombres cuyas mentes iluminadas son el mayor orgullo de una nación en busca de su propio destino. Tamayo fue el poeta más grande de Bolivia, un defensor de la raza aymara, un estadista honesto y un ejemplo para las generaciones de ayer y de siempre. Su incursión en la política, casi en desmedro de su creación literaria, no impidió que su gran legado de intelectual trascendiera como una luz brillante en la tierra que tanto ocupó su tiempo y su talento. |
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