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Otoniel Guevara, poeta salvadoreño |
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escribe Juan Cameron Guevara se ha hecho conocido a nivel continental por su participación en varios encuentros internacionales y por ser el organizador, a través de la Fundación Metáfora, del Encuentro Internacional de Poesía «El turno del ofendido» el que ya ha celebrado cuatro versiones. Pero más de allá de esta figuración, se trata de un poeta consagrado en la más actual poesía salvadoreña y en un continuador de la tradición libertaria del género en su país. Una selección de su obra fue realizada hace poco por el poeta Pablo Benítez bajo el título de Los juguetes sangrantes. Steven White afirmó, un par de semanas atrás durante una conversación celebrada en Viña del Mar, que Guevara es una de las mayores voces salvadoreñas de las últimas décadas, para luego ubicarlo en una misma línea con Roque Dalton y otras voces conocidas. A pesar de tamaño elogio por parte del colega norteamericano, el poeta guanaco sostuvo que, en todo caso, lo que más le gustaba de aquella ciudad chilena eran los palta mayo y los italianos, tipos de hotdogs muy consumidos en el país. El ancho humor de Guevara y esa costumbre de reírse a carcajadas y también de sí mismo fue formándose a golpes, tanto en la lucha interna, en la cárcel y en el exilio, del que retornó en 1992 luego de la firma de los acuerdos de paz. Y este carácter, a veces, parece ser representativo del mejor espíritu nacional. Su gran amigo, el poeta Amílcar Colocho, un héroe de la lucha popular, fue quien lo introdujo en la literatura y en el arte. La poesía del quetzaltequeño (quien reside hoy en San Salvador) registra la experiencia vital más que un simple compromiso político o humanista. Es comprometida, por supuesto, por que a sus cuarenta años la misma existencia lo ha conducido por este tipo de caminos. En sus versos, citados también como epígrafe de Los juguetes sangrantes, el volumen antológico en cuestión, señala: «Perdí toda inocencia y mis juguetes no dejan de sangrar/ Juego solo Vivo solo Muero solo/ A nadie perturbo con mi risa». Como integrante de aquella tradición, Guevara es muy respetuoso de aquella. Desde ya el encuentro internacional que su asociación dirige lleva el nombre de un libro de Roque Dalton, el querido poeta asesinado por la estupidez y la chatura, y cuyo cuerpo aún no es encontrado. En el reciente encuentro, además, se rindió un caluroso homenaje a los integrantes del grupo Piedra y Siglo en las figuras de Ricardo Castrorrivas, Julio Iraheta Santos, Rafael Mendoza y Luis Melgar Brizuela, sus sobrevivientes. Dentro de esa tradición contestataria es preciso mencionar a Oswaldo Escobar Velado, José Roberto Cea, Luis Armijo, Alfonso Kijadurías y muchos otros nombres que, desde los territorios de la figuración o desde el directo discurso, han encendido la poesía salvadoreña. La selección propuesta por Pablo Benítez reúne textos escritos entre 1984 y 2004 y publicados en cuatro libros del autor. En esta van apareciendo los motivos más recurrentes en Otoniel Guevara, que no son otros sino el amor, la lucha, la soledad de la campaña y la eterna cuestión ontológica que sacude al individuo: «Esta certeza de no saber me hace merecer un camino/ aunque sea de regreso/ bebiendo nuevas lluvias». Pero ante todo es el testigo y da cuenta de cómo se ha ido formando la imagen que rescata: «empezaron quitando las tejas// se llevaron los maderos/ doblegaron las espinas/ derrumbaron el cerro/ asesinaron el monte/ arrancaron la milpa/ sepultaron el pozo/ hundieron puñales en las huertas// talaron los árboles». Su testimonio no deja lugar a dudas; ese ocurrir queda registrado con la vibración del odio, más allá de la simple u obvia declaración del resentimiento; el poeta estuvo allí. Un texto escrito a los veintidós años, Campamento guerrillero, en los recovecos del volcán San Salvador da cuenta de la inmensa humanidad que a veces puede tocar su poesía: Hogar de piedras/ mi petate soy yo/ Mi colcha la estrella de la mañana/ -Colcha colectiva sos/ lucero guanaco- (...) Te llevamos cargando sobre el lomo/ Río de ríos/ Edificio portátil sos/ Con todo y Luna/ De seguro te llamás El Salvador». Como bien nos dice Víctor Rojas desde Jönköping, «Su palabra escrita es portadora de los grandes desafíos. Indudablemente su poesía conmueve y convence. Es denuncia y reto». Otoniel Guevara nació en la Hacienda Chanmico, en Quezaltepeque, el 10 de junio en 1967. Estudió Periodismo en la Universidad de El Salvador y en la UCA, en Managua. Es ganador de los Juegos Florales de Zacatecoluca, San Miguel, Ahuachapán, Cojutepeque, Apopa, Usulután y de los con cursos Roque Dalton, Alfonso Hernández, Juventud Literaria, Wang y otros. Participó en el Festival Internacional de Poesía de Medellín, en 1999, y en el de Costa Rica, en mayo pasado y ha representado a su país en eventos culturales en Centroamérica, Cuba, Estados Unidos, Argentina, Chile, Hungría, Eslovaquia y Colombia. En su bibliografía figuran El Solar (1986), El violento hormiguero (1988), Lo que ando (1992, 1996 y 1997), Lejos de la hierba (1994), Tanto (1996 y 2000), El sudario del fugitivo (1998), Despiadada ciudad (1999), Erótica (1999), Simplemente un milagro (2001), Cuaderno deshojado (2002), Isla ilegal (2003), Sosiego (2003), No apto para turistas (2004), Cuando la lluvia se teja de prodigios (2005) y Los juguetes sangrantes (antología, 2005). Figura también en las antologías Piedras en el huracán de Javier Alas, Alba de otro milenio de Ricardo Lindo, Este lucero chiquito de Augusto Morel, Paisajes poéticos de Silvia Elena Regalado, Den besjälade kulan de Víctor Rojas, Nueva Poesía Hispanoamericana de Leo Zelada y Poesía salvadoreña del siglo XX (español-francés), de Marie Poumier. En la actualidad dirige el suplemento cultural Tres Mil del diario Co Latino y preside la Fundación Metáfora, organizadora del Encuentro Internacional de Poesía El Turno del Ofendido, congreso que anualmente se realiza en su país desde el año 2004. |
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