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Víctor Rojas hace historia en la ciudad de Jönköping |
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escribe Anette Höglund En una ceremonia de concurrida asistencia, el 18 de mayo, fue presentado por la Comisión de la Cultura de Jönköping un libro donde se cuenta la historia de la ciudad y sus personajes. Uno de ellos es el escritor colombiano Víctor Rojas. Los suecos a quienes desde pequeños se nos inculca a llevar una vida contemplativa y sin grandes vicisitudes, vemos en Víctor Rojas la esencia de lo absurdo. Llegó a nuestras tierras hace más de 20 años y nos contó que había tenido que huir de su patria porque los militares le habían dibujado los círculos del tiro al blanco en su espalda, acusándolo de la manera más injusta y ruin de ser participe de uno de los crímenes más infames que se han cometido en Colombia. Hijo de campesinos desplazados por la violencia de los años 50, Víctor nació en una casa de inquilinato en Bogotá. Crecí derrotando fiebres y diarreas, nos dice en uno de sus relatos. Después de terminar la primaria, sus hermanos lo eligieron para que fuera él quien sacara la cara por la familia a través de los estudios. Pero ese deseo familiar se vio muchas veces en peligro, pues el elegido desde muy joven empezó a preocuparse por las difíciles e injustas condiciones de vida de la mayoría de sus coterráneos. Fue expulsado del colegio de secundaria por haber formado un movimiento estudiantil que propugnaba por mejoras sociales para los barrios paupérrimos de la ciudad. Una vez puesto de pies en la calle, no se echó a la vagancia sino que se dedicó a trabajar como mesero en un restaurante popular y a escribir poemas de amor. Dos años más tarde, bajo la promesa de nunca más volver a meterse en política, fue aceptado de nuevo en el colegio. Luego ingresó a la Universidad Nacional a estudiar leyes. Para ayudar a sostenerse y poder comprar los códigos que necesitaba, empezó a trabajar en la calle como tinterillo, valiéndose de una maquina de escribir portátil que su familia le había regalado en uno de sus cumpleaños. Al inicio de la carrera universitaria se vincula a las brigadas de alfabetización que en esa época impulsaba el sindicato de campesinos sin tierra. Esa actividad pedagógica lo puso al frente de una realidad aún más cruda. Si la vida miserable de los barrios del sur de Bogota era inaceptable, el sufrimiento de los campesinos pobres era inconcebible. Por eso empezó a militar en uno de los movimientos de la izquierda democrática de Colombia. Muchas veces amanecí detenido por escribir consignas en los muros de la ciudad y por pegar afiches, cuenta. Pero lo que más le encantaba era echar discursos electorales en las plazas públicas. Esos ejercicios democráticos que acá en Suecia los promueven y hasta los pagan, allá en Colombia son actividades de alto riesgo, denuncia al tiempo que recuerda a los miles de activistas de izquierda asesinados u obligados al exilio. Como él mismo, quien un día de mayo del 84 llegó al sur de Suecia, a Moheda, al campamento de refugiados políticos. Y seis meses más tarde, después de haber estudiado las horas reglamentarias de idioma sueco, se radicó en Jönköping. Acá cursó una carrera técnica corta, para poder entrar a trabajar en una de las fábricas de la ciudad. Cuenta Víctor que cada vez que tenía que madrugar para ir al trabajo, lo hacía lleno de entusiasmo, pues era tanto su respeto y admiración por la clase obrera que llegó hasta endiosar a los trabajadores. Esos seres que con sus manos y sudor habían construido una sociedad que lo maravillaba, una Suecia que nada tenía que envidiarle al Paraíso. Pero no tardó mucho en darse cuenta que esos rubios proletarios eran individualistas a rabiar y que en lugar de leer textos de filosofía política, se deleitaban en las pausas mirando revistas pornográficas. Cinco años laboró en esa fábrica, haciendo rollos de papel higiénico, al cabo de los cuales, y en vista de que no le eran reconocidos sus estudios académicos, se declaró analfabeto. Como tal fue enviado por cuenta del patrón a estudiar en una de las escuelas para formación de trabajadores. Allí aprendió de nuevo las tablas de multiplicar, pero sobretodo entró en contacto con la literatura sueca y empezó a escribir sus primeros cuentos. Con la narración Los bosques de Moheda, ganó un concurso convocado por la Radio Sueca Internacional. Un par de años después vuelve a ganar otro concurso de cuento, pero esta vez es en la capital de Noruega. También por esa época empiezan a aparecer poemas suyos en diferentes diarios y revistas de Suecia. Pero no es sólo la actividad literaria la que le toma todo su tiempo. Con un grupo de suecos funda el Movimiento 1 de Mayo y empieza una época de intenso debate político a través de la columna de opinión de los periódicos de la ciudad. El Movimiento 1 de Mayo hizo luego alianza con el Partido de Izquierda y llegaron a tener siete concejales en Jönköping. A la par del desarrollo literario y político, Víctor entró a estudiar Trabajo Social en la Escuela Superior de Jönköping. Y ante el asombro de sus compañeros de clase, se inscribió también en la carrera de Ciencias de la Literatura de la cual obtuvo una maestría de la Universidad de Gotemburgo. Allí se apasionó por el análisis de la Saga de Islandia y las metáforas de los vikingos. Lo hice porque me sentía mal escribiendo sin tener conocimientos literarios y además, porque era un pecado no hacer dos carreras, sabiendo que en Suecia la universidad es gratuita, confesó en una entrevista. En 1996 debuta como narrador con el libro Los suicidas no van al cielo y un año más tarde con el poemario bilingüe Poemas para un pájaro ciego. Es el año en que fue premiado por la ciudad de Jönköping y por la Federación de Escritores de Suecia como el autor extranjero del año. Todo parecía indicar que Víctor Rojas se iba a dedicar el resto de su vida a la literatura pues se alejó bastante de la actividad política. Pero de pronto estaba trabajando como docente en la Escuela Superior de Jönköping. A los estudiantes de enfermería les dictaba el curso de Encuentros culturales en el campo de la salud y a los de literatura sobre la formación del realismo mágico en Latinoamérica. También me hacía cargo de algunas horas del curso de Sueco para Creadores, comenta. Pero no sólo eso, sino que en compañía de la traductora Maria Kallin fundó la editorial Simon Editor, con la cual ha publicado alrededor de 25 libros, en su mayoría traducciones de poetas suecos al español. Es precisamente por su trabajo como traductor que la Real Academia Sueca le otorgó en el 2004 uno de los premios que concede cada año a los escritores. Soy el segundo colombiano que es premiado por dicha institución, dice entre sonrisas. Desde hace 5 años Víctor se desempeña como inspector de libertad vigilada en el Departamento de Criminología de Suecia. Su trabajo consiste en investigar a los delincuentes que han sido llamados a juicio y a partir de esos perfiles personales, hacer una propuesta de sentencia a los tribunales. Tiene que moverse a diario entre jueces, fiscales, abogados y establecimientos penitenciarios. Estudié Derecho en Colombia para terminar administrando justicia en Suecia, dice con ironía. Sin embargo, en Suecia muy pocos conocen esta faceta laboral del escritor. Tal vez porque no es usual que un extranjero desempeñe un cargo de esos o también porque nadie puede concebir cómo una persona puede trabajar de tiempo completo y aun así alcanzar a publicar un promedio de dos libros por año. En resumidas cuentas, a Víctor Rojas le ha bastado vivir la mitad de su vida en Suecia para pasar a formar parte de la historia de la ciudad de Jönköping. Es por esa razón que le pregunto que cual es su verdadera patria, si Colombia o Suecia. Él me contesta parafraseando al escritor Ivar-Lo Johanson: la patria es el lugar donde uno se quita el sombrero. Anette Höglund, concejal socialdemocrata |
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