Escribe Juan Cameron.
Con la traducción de María Martoccia, Emecé Editores de Buenos Aires entregó el reciente 2006 una de las primeras y mayores obras del Premio Nobel japonés, aparecida por primera vez en 1925. Dicha colección contiene una serie de relatos, de fuerte contenido autobiográfico, que constituyen a la vez un magnífico retrato del mundo de un solitario y desamparado Kawabata.
Hay un sueño constante en la literatura universal, casi un motivo: la amada sobre un barco zarpa lentamente y desde el muelle su amante, desesperado no la alcanza. Mientras ella sonriente le hace señas, una mano la arrastra hacia el interior del puente y la puerta se cierra para siempre. Es el lugar común del abandono; casi un tango. Yasunari Kawabata tuvo sueños similares e historias que de tan reales lo marcaron desde la infancia y lo condujeron al consuelo de la escritura.
Huérfano de padre a los tres años, pierde a su madre meses después; y luego parten su hermana, sus parientes, sus cercanos. La soledad, la residencia en casa de familiares, la lectura de los clásicos y de la moderna literatura europea lo llevarán a convertirse en el sabio escritor reconocido, en 1968, con el Premio Nobel de Literatura. La bailarina de Izu, un relato escrito a los dieciocho de su edad, narra en varias historias, entre crónicas de vida, diario o cuentos donde la fantasía es casi una invitada de piedra, su infancia y juventud en un Japón dominado por la tradición, la superstición y el colapso histórico que habrá de venir al enfrentarse al mundo moderno.
La reedición de La bailarina de Izu rescata varias claves de su escritura y reescritura. Kawabata navega entre el recuerdo y la ficción y traza con perfección retratos humanos y de un entorno difícil e incomprensible. Escritos que supuestamente mantenidos desde su juventud narran los primeros años de su desarrollo, entregan al lector ciertas "indicaciones" sobre el hecho mismo de escribir aquellas anécdotas. Éste no podrá distinguir donde comienza o finaliza la mera invención. Pero, cualquiera sea el resultado de tal ejercicio, no podrá sustraerse a un escenario perfectamente descrito que lo involucra y enternece. Tal vez sea esa experiencia común del desamparo, del desarraigo, de la pérdida repentina y del ser solitarios entre la muchedumbre, el elemento que identifica y le hace propia su lectura.
Este fuerte vínculo nace de varias piezas claves. El relato que bautiza el libro, el de La bailarina, nos habla de la necesidad de amar, de la búsqueda inútil, de los límites impuestos; pero también de nuestras falsas concepciones: "Había aparentado ser una muchacha de diecisiete o dieciocho años. Más aún, la habían vestido como a una joven en su plenitud. Yo había cometido un error ridículo".
El relato que le continúa, Diario de mi décimosexto año, cuenta sobre la agonía y la muerte de su abuelo y muestra una temprana percepción sobre los individuos que transformará luego en sus personajes. Revisada (aparentemente) y vuelta a escribir en distintas épocas de su vida, la pieza sirve para dar cuenta sobre su personal proceso de creación en un ir y venir de recuentos de manera más o menos cinematográfica. Este recurso no le fue para nada ajeno. Kabawata fue también cineasta en su juventud.
Pero tal vez la pieza más lograda, en esos primeros años, sea Aceite, escrita alrededor de sus veinticinco para dar una respuesta de ámbito psicológico a su repulsión y franco rechazo al aceite de colza. En ese elemento se une, y lo entiende bastante más tarde, la pérdida de sus padres y los consecuentes ritos funerarioscon el sentimiento de desamparo y de desilusión que lo atravesará durante toda su existencia. Según María Martoccia, la traductora, en los temas elegidos "dispersos en una vasta obra que abarca casi cincuenta años de trabajo, resuenan ecos de la ilusión de la que somos presa. Y nos hablan del malentendido del amor, la esplendidez de los ríos, la luna y el pasto, de esa belleza inalcanzable que perciben mejor que nadie los moribundos de cuerpos amarillentos y olor nauseabundo".
Nacido en Osaka, el 11 de junio de 1899, es considerado el clásico moderno de la literatura nipona. También lo fue Yukio Mishima por supuesto, a quien enseñó y difundió en el gran mundo de las letras. Al terminar sus estudios, en 1924, funda la revista Edad Artística (Bungei Jidai), donde aparece por primera vez su ya clásica Izu no odoriko, una obra de profundo sentido lírico. Su gran tema, la soledad, que por lo demás practicó como una norma de vida, se encuentra en casi la totalidad de su producción, unas doce mil páginas entre novelas, cuentos y artículos, publicados. Entre aquellos figuran La bailarina de Izu (Izu no Odoriko 1926, versión en castellano 2006) País de nieve (Yukiguni, 1935) El Maestro de Go (Meijin, 1951) Mil grullas (Senbazuru, 1949) El sonido de la montaña (Yama no Oto, 1949-54) El lago (Mizuumi, 1954) La Casa de las Bellas Durmientes (1961) Kioto (Koto, 1962, traducida al inglés en 1987, 2006) Historias de la Palma de la Mano (versión castellana 2005), Lo bello y lo triste (Utsukushisa to Kanashimi to, 1964, en castellano, 2001) y Correspondencia 1945-1970 (2003).
Kawabata se suicidó en la ciudad de Zushi, el 16 de abril de 1972, a los setenta y dos años de edad. Una vida marcada por el intento, tal vez fracasado, de armonizar hombre y naturaleza: tanto como en el compenetrarse en la comprensión de la psicología femenina.
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