La mareadora tormenta de insultos, ataques, mentiras y contradicciones que marcan cada día bajo el régimen de Donald Trump está llegando a niveles, otra vez, donde varios analistas y observadores se preocupan por la salud mental del
presidente, y a la vez se asombran por el grado de crueldad en las políticas impulsadas por este gobierno.
A lo largo de la pasada semana, el presidente ha provocado una crisis diplomática con otro país aliado, ha hecho declaraciones antisemitas al atacar a opositores a quienes acusó de antisemitas, vio hacia el cielo y proclamó “soy el elegido” y citó un mensaje de un ultra derechista que afirmaba que era algo así como el Mesías.
Y como suele hacer, el presidente se contradijo en varios temas, admitiendo que su gobierno está buscando promover medidas de estímulo económico al mismo tiempo que proclamó que la economía nunca ha estado mejor en la historia del país bajo su mando y por otro lado afirmó que está interesado en medidas para controlar las armas sólo para anunciar lo contrario poco después, entre otras cosas.
Mientras comentaba sobre su guerra comercial contra China entre periodistas, Trump insistió en que sólo estaba haciendo lo que presidentes anteriores deberían haber hecho hace tiempo, y afirmó “alguien tenía que hacerlo” y viendo hacia el cielo, concluyó –se supone que bromeando–: “Yo soy el elegido”.
Poco antes, el presidente ya había citado en un tuit a un ultraderechista y promotor de teorías de conspiración quien afirmaba que los israelíes piensan que él es “la segunda llegada de Dios” (los judíos no comparten ese concepto teológico), y “como si fuera el Rey de Israel”.
Por cierto, que Trump citara esto en un tuit, nutrió especulación de que el presidente no sólo se cree lo que dice de sí mismo –el mejor, más grande, más presidencial de todos los presidentes– sino incluso que es algún enviado de Dios.
De hecho, algunos sectores cristianos ultraconser-vadores expresan que Trump, aunque tal vez no es Dios, sí fue divinamente escogido para rescatar a Estados Unidos, y que oponerse a él sería igual que repudiar a Dios.
Mientras tanto, en asuntos más terrenales, luego de provocar una crisis diplomática con otro país aliado la semana pasada, en esta ocasión Dinamarca, porque se sintió ofendido por la respuesta negativa de ese gobierno para abordar una posible adquisición de Groenlandia –una noción que él solito se inventó y que casi todos pensaban al inicio que era una broma– resulta que la idea no fue algo nuevo. Un ex alto funcionario de la Casa Blanca reveló al New York Times que Trump había dizque bromeado en 2018 sobre canjear Puerto Rico –al cual ha despreciado abiertamente– por Groenlandia.
La idea fue bien recibida ahora por algunos puertorriqueños quienes medio bromearon que sería maravilloso deshacerse de su relación subordinada con Estados Unidos, y algunos hasta se bautizaron como “Vikingos caribeños”.
Crueldad
Hablando de canjear países morenos por blancos, el régimen de Trump continuó defendiendo sus nuevas iniciativas antimigrantes, sobre todo la de buscar detener de manera indefinida a menores de edad. Esto provocó una serie de denuncias de juntas editoriales (Los Angeles Times, Chicago Tribune), defensores de derechos civiles y otros.
“Parece no haber límite a la crueldad que Donald Trump y su gobierno están dispuestos a exhibir y cobrar cuando se trata de inmigrantes y solicitantes de asilo de América Latina”, escribió el columnista del New York Times Charles Blow.
Pero este observador y otros señalan que esto se traduce en más que solo odio contra migrantes. Blow escribe que la crueldad de Trump acompaña y nutre al deseo punitivo histórico de los conservadores estadounidenses. “Este insaciable deseo de infligir dolor tiene blancos particulares: mujeres…, minorías raciales, gente que es LGBTQ y minorías religiosas en este país, en corto, los castigos están dirigidos a cualquiera que no sea parte de, o que apoya a, el pa-triarcado supremacista blanco”.
¿Locura?
Con esta combinación de autoelogio con tintes mesiánicos, y la “defensa” de su Estados Unidos contra la “invasión” de “los otros”, se renueva el debate sobre si el presidente es un jugador político brillante que es maestro en manipular las palancas del poder para su propio beneficio y los intereses que lo apoyan, o si es alguien que siempre ha engañado a todos y que en el fondo no tiene la más mínima idea de cómo gobernar más que por berrinche y autopromo-ción.
Trump “ha perdido la capacidad de diferenciar entre él y el país, entre sus necesidades sicológicas y los intereses del país. Oponerse a él es ser ‘enemigo del pueblo’’’, advierte la columnista Jennifer Rubin del Washington Post.
Otros insisten en que lo que está manifestando es un problema mental serio.
El doctor Lance Dodes, ex profesor asistente de siquiatría en la Universidad de Harvard y colaborador del libro ‘‘El caso peligroso de Donald Trump’’ elaborado por 27 expertos en salud mental en 2017 aler-tando sobre el peligro “real y presente” de un presidente que padece de lo que algunos diagnosticaron como “narcisismo maligno”, dijo esta semana que la condición de Trump se está deteriorando.
Afirmó en entrevista con MSNBC que el presidente tiene “una necesidad fundamental de ser todo poderoso y no puede aguantar nada que lo rete. No puede aguantar nada que esté en desacuerdo con él, y cada vez que alguien lo rete, más loco se vuelve, más paranoico, y potencialmente más violento”. Concluyó: “piensa de sí mismo como un dictador, y todo se trata de él, nadie más importa”.
El proyecto ‘‘Duty to Warn’’ creado por expertos en salud mental cuando asumió el poder Trump para advertir de su estado psicótico y la amenaza para el país, indicó hace unos días que sus comentarios de esta semana son parte de su “narcisismo maligno –el cual está al fondo de la inhumanidad más viciosa en la historia. Sociopatía, paranoia y sadismo… vemos algo de eso ahora. Veremos más pronto”.
David Brooks