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Los planes de Washington para desestabilizar al Gobierno cubano han chocado con la apertura de la isla y la influencia cada vez menor de la disidencia. La agencia estadounidense Associated Press parece decidida a hacer públicos todos los planes del Gobierno de EEUU. Su primera gran revelación fue que Alan Gross (el estadounidense preso en La Habana) había traficado con sistemas de comunicación tan sofisticados que eran de uso del Pentágono y la CIA.

Además demostraron que para realizar esas operaciones había cobrado cientos de miles de dólares de Washington, con lo cual se resquebrajó la imagen del desinteresado cooperante judío que arriesga la libertad para dar acceso a internet a su comunidad en la isla.

Tiempo después, AP publicó la existencia del programa Zunzuneo, una especie de Twitter diseñado especialmente para influir en la situación política interna de Cuba mediante mensajes de móviles. Llegaron a unas 40.000 personas dentro de la isla. El plan consistía en enviar informaciones interesantes pero políticamente inocuas para ganar credibilidad en un público al que, posteriormente, se le irían filtrando materiales dirigidos a influir en la situación interna cubana con el fin de “promover la democracia”.

Ahora, la agencia pone sobre el tapete que después de la captura de Gross, la Administración de Barack Obama infiltró en Cuba a grupos de jóvenes latinoamericanos –de Costa Rica, Perú y Venezuela– para fomentar la oposición. Lo hicieron escondidos tras la tapadera de programas de salud.

El senador demócrata Patrick Leahy, titular de la comisión que supervisa el presupuesto de la Agencia de EEUU para el Desarrollo Universal (USAID, por sus siglas en inglés) declaró que la fachada utilizada es “peor que irresponsable” porque “nunca debería sacrificarse el suministro de programas sanitarios o cívicos en favor de objetivos de espionaje”. Sin embargo, los falsos cooperantes resultaban un muy buen negocio porque se les pagaba un salario ínfimo y si caían presos no se convertirían en un problema para la Casa Blanca. Mejor aún, crearía conflictos entre La Habana y los Gobiernos de la región.

Récord de castigos

A pesar de que los políticos cubanoamericanos lo tachan de blando, Obama es uno de los presidentes más activamente anticastrista. Ya es suyo el récord –global e individual– de multas a empresas extranjeras que negocian con Cuba, aplicando castigos de miles de millones. En operaciones encubiertas tiene también un buen average, aunque difícilmente pueda igualar a sus predecesores de los años 60 con el Plan Mangosta, las conspiraciones para cometer asesinatos, apoyar a grupos armados internos y organizar posibles invasiones.

El gobierno de Obama sí buscó una solución para apoyar y promover la oposición interna después de que la fiscalía del Congreso comprobara que el dinero enviado a los grupos anticastristas de Miami se gastaba en esa ciudad en chocolates, abrigos de cuero y sierras eléctricas. Había que saltarse a los cubanoamericanos si se quería que los recursos llegaran realmente a la disidencia interna. Así debe de haber surgido la idea de contratar estadounidenses y latinoamericanos para llevar a Cuba los equipos de comunicaciones y recursos financieros.

Desde su campaña electoral quedó claro  que Obama es un hombre que sabe moverse en el ciberespacio y usar las redes sociales con fines políticos. Nadie debería sorprenderse de que haya habido una Primavera Árabe y de que esa misma táctica se intentara usar contra La Habana.

En el caso cubano no se debe culpar al mandatario del fracaso. En realidad jugó desde el inicio con pocas probabilidades de éxito. Intentar una guerra cibernética en un país que apenas tiene desarrollado internet es como encargar a los marines la invasión de Bolivia. Además se lanza al ruedo sin percatarse de los cambios que se están produciendo en las dos orillas del estrecho de Florida, como las reformas de Raúl Castro y su acercamiento a los más importantes e influyentes empresarios cubanoamericanos como Fanjul, Bacardí o Saladrigas.

La apertura migratoria también golpeó los planes de Washington. Hoy los disidentes han perdido hasta la más mínima presencia porque pasan muchísimo tiempo fuera de Cuba, sea estudiando periodismo en Florida o haciendo giras propagandísticas por Europa. Incluso la prensa anticastrista de Miami refleja que “tras la reforma migratoria del Gobierno de Raúl Castro se ha creado la tendencia al desarrollo de una disidencia viajera, que ha logrado ampliar sus horizontes internacionales, al tiempo que ha visto reducida su influencia en la isla”.

Por si todo esto fuera poco, la Casa Blanca debe enfrentar ahora su propia oposición interna que crece rápidamente. Desde una Hilary Clinton que deja solo a Obama con el embargo a Cuba hasta aquellos que le señalan a la prensa dónde tiene la USAID enterrados los esqueletos.