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Escribo desde Túnez, donde participé del Foro Social Mundial, que por segunda vez se realizó en el país que inició la «primavera árabe», una semana después del atentado terrorista que asesinó a 21 personas. El primer hecho notable es que más de 50 mil participantes, llegados desde 121 países, no se dejaron intimidar por los extremistas y mantuvieron su participación como testimonio de la solidaridad con el pueblo tunecino, el país del Magreb que tuvo más éxito en la transición de la dictadura a la democracia. Un país pobre en recursos naturales, cuya principal industria es el turismo, que está en el centro de una región que fue cuna del capitalismo y siempre fue dominada por el comercio de recursos estratégicos, oro en el siglo XIV y petróleo en nuestros días.

La riqueza de su diversidad cultural es impresionante, y está presente tanto en el arte y la política como en la sociedad y la vida cotidiana. Aquí se amalgamaron durante siglos las culturas carta-ginesa (los pueblos bereberes y fenicios), romana, cristiana, árabe-musulmana (de Medio Oriente y la Península Ibérica), otomana, francesa. Aquí nació y escribió uno de los fundadores de las ciencias sociales modernas, Ibn Khaldun (1332-1406). Diez siglos antes, cerca de aquí, en la ciudad romana de Hipona (hoy Annaba, en Argelia) nació San Agustín, más allá de todo lo demás, un autor temprano del modernismo utópico y de la crítica anticolonial. Hoy, tal vez para sorpresa de muchos, las mujeres son el 31 por ciento de los legisladores en el Parlamento tunecino y, según los observadores más atentos, son también las mujeres quienes han defendido más eficazmente la transición democrática en Túnez. Es difícil escapar a la magia de este lugar.
Tal como en el primer encuentro del Foro Social Mundial (FSM) realizado en Túnez, en 2013, ahora el tema central fue la dignidad, un concepto amplio y de vocación intercultural, donde caben los derechos humanos de raíz occidental y las concepciones de respeto por el ser humano, sus comunidades y la propia naturaleza entendida como un ser vivo y fuente de vida, propias de las cosmovisiones indígenas y campesinas, así como del Islam coránico. Dentro de este tema general se produjeron los más diversos debates sobre las tres principales fuentes de la dominación y la opresión en nuestro tiempo –el capitalismo, el colonialismo (racismo, xenofobia e islamofobia) y el patriarcado–, debates a veces centrados en la denuncia, a veces en la propuesta de alternativas. A lo largo de los 15 años del FSM, algunos temas fueron ganando más centralidad: el avance aparentemente irresistible de la versión más antisocial del capitalismo (el neoli-beralismo basado en el capital financiero), que alcanzó a una Europa que se consideraba protegida; la escandalosa concentración de la riqueza –según datos de la respetada ONG Oxfam, las 85 personas más ricas del mundo tienen tanta riqueza como la mitad  más  pobre de la humanidad (3.500 millones de personas)–; la destrucción ambiental por la explotación sin precedentes de recursos naturales; la expulsión de campesinos de sus territorios ancestrales para dar lugar a la agricultura industrial y la apropiación de tierras en gran escala que requiere; la creciente invasión de semillas transgénicas y de productos genéticamente modificados (de la fruta al eucalipto) que priva a los agricultores del control de las semillas, destruye la bio-diversidad, mata a las abejas y daña la salud humana; el crecimiento de la violencia política y la necesidad de denunciar tanto al terrorismo como al terrorismo de Estado, que siempre ha recurrido a los extremistas para perseguir sus objetivos; el trágico deterioro de las condiciones de vida de los palestinos sometidos a la forma más violenta y salvaje de colonialismo por parte del Estado de Israel; la heroica lucha del pueblo saharaui por su independencia y liberación del colonialismo marroquí.
Quince años después del primer encuentro del FSM es tiempo de hacer un balance. El FSM les ha permitido a los movimientos sociales de todo el mundo conocerse mejor y articular sus luchas; los mejores ejemplos son, tal vez, Vía Campesina y la Marcha Mundial de Mujeres. Pero la verdad es que el mundo es hoy más violento, más injusto y más desigual, y muchos (yo mismo) piensan que el FSM debería haberse renovado en estos años y hacerse más intervencionista en la formulación de propuestas y políticas.
 Una cosa es cierta: el FSM ha demostrado que, mientras algunos dudan de que sea posible, construir otro mundo es urgentemente necesario.