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Una afrenta a la memoria del presidente Salvador Allende y a los miles de chilenos asesinados, torturados y desaparecidos durante la dictadura norteamericano-pinochetista, constituye el llamado que realizó la presidenta del Senado Isabel Allende Bussi para que el gobierno de Michelle Bachelet manifieste su “preocupación” por la detención del alcalde de Caracas Antonio Ledesma.

La hija de Salvador Allende no fue la única concertacionista en unirse a la campaña vergonzante destinada a validar un nuevo golpe de Estado en Venezuela. También lo hizo el senador Juan Pablo Letelier, hijo de Orlando Letelier, ministro de Defensa del gobierno de la Unidad Popular, asesinado por la DINA en Washington en 1976. Este senador calzonudo e indigno de la historia de su padre, también ha manifestado su “preocupación” por Leo-poldo López, otro consumado golpista, que al igual que Antonio Ledesma, es elevado a la categoría de “mártir” por la prensa al servicio de Estados Unidos.
Ambos dirigentes han señalado que la detención de Ledesma no contribuye a generar el clima de diálogo que Venezuela requiere, el cual, según sostuvo también el vocero del gobierno de Bachelet, Álvaro Elizalde, Chile ha ayudado a impulsar. ¿Se referirá al apoyo que dio el gobierno de Ricardo Lagos al golpe de Estado de 2001 contra Hugo Chávez? ¿A la continua injerencia de la Democracia Cristiana chilena en los asuntos internos de Venezuela? ¿Al reciente viaje de Sebastián Piñera para reunirse con la oposición golpista de ese país?
Estamos frente a la hipocresía y el oportunismo de aquellos que han legitimado y administrado el modelo neo-liberal impuesto por el imperialismo yanqui, a través de la dictadura pinochetista. La trama golpista urdida en Venezuela, sus actores, métodos y objetivos son idénticos a la asonada de Chile en 1973, e Isabel Allende, Juan Pablo Letelier y José Miguel Inzulza  –este último desde el púlpito de la OEA– no trepidan en apoyar en forma miserable. Nada dijeron cuando las fuerzas golpistas asesinaron al diputado chavista Robert Sierra y su pareja. Han guardado un silencio pusilánime cada vez que el imperio actúa impunemente para cautelar sus intereses en Venezuela, Argentina y en el mundo entero.
En sus últimas palabras antes de morir, Salvador Allende dijo: “quiero que aprovechen la lección: el capital foráneo, el imperialismo, unido a la reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición, la que les señalara el general Schneider y que reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas, esperando por mano ajena reconquistar el poder, para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios”.
Hoy su hija Isabel defiende –en Chile y el mundo– un modelo de acumulación capitalista sin precedentes en la historia. Es parte de una coalición política que ha gobernado durante los últimos 25 años, de rodillas frente a los intereses de Estados Unidos y de la casta empresarial del país. Cautelando un modelo inmoral donde el 1% de los chilenos se apropia del 31 % del Producto Interno Bruto, y en el cual a la clase política a la que ella pertenece, también le toca parte en la tajada. Paradojalmente, Isabel Allende, que aspira a presidir el Partido Socialista y en un futuro cercano a ser candidata a la presidencia de la república, defiende las granjerías y privilegios de una sociedad de clases, contra la cual su padre luchó hasta la muerte.