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Ella, la abuela, empezó a buscarlo en cuanto supo que su hija Laura había dado a luz en cautiverio. Él, el nieto 114, tras todos estos años, pudo finalmente encontrarse con Estela de Carlotto, la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, en un encuentro privado que fue celebrado en público.

Una parte importante y crucial de la historia que conmueve a Argentina en estos días tiene que ver con la ciencia que lleva años dedicada a identificar a los restos de desaparecidos durante el régimen militar argentino (1976-1983) y a los hijos de desaparecidos que fueron apropiados.

Como parte de un procedimiento que la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI) y las Abuelas de Plaza de Mayo han perfeccionado con los años, Ignacio Hurban se acercó voluntariamente en junio pasado porque tenía dudas sobre su identidad y se prestó al análisis genético en el Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG) que acaba de confirmar su parentesco y su nombre: Guido Montoya Carlotto.

El Banco custodia las muestras genéticas que aportaron 310 familias que buscan a nietos robados durante el régimen militar, y con ellas se contrastó el ADN de Guido.

Pero para dar una idea de lo extraordinario de este resultado positivo basta un dato: cada año, la CONADI ha estado enviando a cerca de mil personas que podrían ser familiares de desaparecidos al BNDG para estudios genéticos, como explica Víctor Penchaszadeh, genetista y uno de los impulsores de este banco de datos genéticos.

«Lamentablemente la inmensa mayoría de los casos han dado negativo», dice Penchaszadeh.

Penchaszadeh participó en los años 80 en la creación del llamado «índice de abuelidad», una fórmula auspiciada por Abuelas y que sirve para identificar personas a partir del ADN de sus abuelos.

El primer resultado de este índice fue en 1984, con la restitución de Paula Eva Logares. Pero aunque con Guido ya suman 114 los nietos recuperados, aún falta encontrar a alrededor de 400 más.

Se calcula que por lo menos 500 mujeres estaban embarazadas en el momento de su desaparición forzosa, o sea que debe haber otros tantos niños nacidos en centros clandestinos de detención.

«Lo más difícil ha sido siempre la localización de un caso», explica  Penchaszadeh.

«El análisis genético es lo más simple, hoy en día. Hace treinta años era más complicado porque el ADN no se podía analizar de forma directa, no había la tecnología adecuada. Pero en los 90 el análisis pasó a ser muy común en muchos ámbitos».

Laura y Oscar, los padres

Laura Carlotto y Oscar Montoya eran militantes de la organización Montoneros y desaparecieron en 1977, víctimas de la represión ilegal en Argentina.

Laura Estela Carlotto fue secuestrada el 26 de noviembre de 1977, con dos meses y medio de embarazo.

Su compañero, Walmir Oscar Montoya, desapareció también a fines de noviembre de 1977.

Según los testimonios, Laura estuvo prisionera en el centro clandestino de detención llamado «la Cacha» en la provincia de Buenos Aires y el 26 de junio de 1978 dio a luz un niño al que llamó Guido en un hospital militar.

Dos meses más tarde fue asesinada y en 1985 sus restos fueron exhumados en el cementerio de La Plata y analizados por otra organización científica modelo: el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). Clive Snow formó a un equipo pionero de antropólogos forenses en Argentina.

A pedido de la Comisión Nacional sobre la Desaparición Forzada de Personas (CONADEP) y las Abuelas de Plaza de Mayo, una comisión de expertos estadounidenses había llegado en 1984 a Argentina, ya en democracia, para asistir en el trabajo de exhumación de cadáveres sin identificar enterrados de forma irregular.

«El que encabezó esa misión fue el legendario Clive Snow, antropólogo forense fallecido hace un par de meses, y él fue el que examinó los restos de Laura y concluyó que había estado embarazada y que había tenido un parto», relata Penchaszadeh.

Según el relato de la propia Carlotto, fueron las estrías en la pelvis de Laura las que indicaban que Guido había nacido. Fruto de aquel estudio forense, Estela de Carlotto también supo que la habían matado por la espalda.

Iniciado y entrenado por Snow, el EAAF se convirtió en un grupo pionero en la aplicación de la ciencia forense en la documentación de violaciones de derechos humanos.

Las abuelas impulsaron un método científico basado en pruebas de ADN para identificar a sus nietos.

Desde 2003, también incluyeron el análisis de ADN en su trabajo y han creado la Iniciativa Latinoamericana para la Identificación de Desaparecidos.

Mientras que el BNDG conserva el material genético de las familias que buscan a los niños apropiados, el banco de sangre iniciado por el EAAF tiene como objetivo la identificación de los restos de los padres de estos niños y de otras personas desaparecidas entre 1974 y 1983.

Este es el caso de  Walmir Oscar Montoya, el padre de Guido, cuyos restos habían sido enterrados en una tumba sin nombre a finales de 1977 y pudieron ser identificados en el año 2009 gracias al equipo de antropólogos forenses.

Así que entre el trabajo científico del Banco y del EAAF, y tras años de búsqueda incansable, el hijo de Laura y Oscar al fin sabe quién es y sus abuelas pueden abrazarlo.

«El ADN de Guido no sólo fue comparado con el de la familia Carlotto sino también con el ADN de Oscar Montoya que estaba en posesión del Equipo Argentino de Antropología Forense; hay una colaboración muy directa entre los dos organismos», cuenta Penchaszadeh.

Además del trabajo de los antropólogos forenses para la identificación de desaparecidos en Argentina, su tarea ha trascendido fronteras.

Desde 1986, el EAAF ha colaborado con su especialización en cerca de 30 países de América, África, Asia y Europa.

Gracias al trabajo de las abuelas, se ha restituido la identidad de 114 nietos.

Por su parte, los instrumentos y los científicos del Banco, que hoy está en proceso de traslado a una nueva sede, continúan con la misión iniciada por Abuelas y esperan el momento preciado de un nuevo resultado positivo; uno como el del nieto 114, recibido con inmensa alegría por Penchaszadeh, estrechamente vinculado a la historia y el presente del Banco y de las Abuelas.

«Es más justicia, más felicidad, más memoria», dice el genetista. «Es la inmensa satisfacción de haber contribuido como genetista a que la ciencia de la genética que estuvo en el pasado asociada a injusticias, explotación, racismo, a genocidios y a holocaustos y a discriminaciones, hoy en día sea una ciencia de la vida, que está dedicada a la vigencia de los derechos humanos, en este caso específicamente el derecho a la identidad».