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Personas de tantas edades y todas las latitudes del país. La política y la fiesta, la efemérides y la comida compartida. La Presidenta evocó el camino trazado por el presidente Néstor Kirchner, vivó a la patria, dos veces. Empezó a irse, aplaudió y bailó.

El cronista debería darse por vencido de antemano, en una de esas. No podrá contar, en un doble sentido. La crónica no conseguirá abarcar todo lo sucedido en este 25 de Mayo que, como el de 1810, es culminación de una semana imborrable. Tampoco podrá ponderar cuántas fueron las personas de tantas edades y todas las latitudes de la patria que participaron.
Lo que sigue son apuntes sobre lo que vio en la Plaza histórica o por la tele, aderezado con relatos de fuentes con-fiables de aquellas que los medios no suelen tomar en cuenta. Gentes de a pie, una multitud autoconsciente, entusiasta y gozosa.
Consuelo menor o argumento válido: los números exactos valen menos que los rostros, que los cánticos, el fervor y la alegría compartidos.
El escenario de la Plaza y sus inmediaciones, como la cuidada preparación previa, armonizaron con la pasión de las multitudes. También con la aptitud de los argentinos para ayuntar a la política con la fiesta, a la efemérides con la comida compartida. Con los placeres incomparables de cantar en coro a voz en cuello, de bailar como se puede, de trenzarse en pogos vertiginosos, de sacarle chispas a bombos o redoblantes.
“El arranque” interpretó una bellísima versión tanguera del Himno. Al oído profano del cronista le sonaron a gloria los bandoneones en la parte instrumental previa al “sean eternos laureles”. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner lo entonó con la mano en el corazón y apeló al mismo gesto cuando se arrimó al micrófono.
Al final de su discurso les sugirió a todos los argentinos que se llevaran la mano al corazón para valorar cómo estaban en 2003 y cómo ahora. Una apelación a la racionalidad del votante, recurso de un oficialismo que confía en sus realizaciones... y que confía en ganar.
Por ahí fueron millones quienes pusieron cuerpo y alma en el Sitio de la Memoria, en el Centro Cultural Kirchner después de la apertura, los que presenciaron el traslado del itine-rante sable corvo de San Martín o los que cubrieron las adyacencias y la Plaza durante varios días. Por ahí unos cuantos se repitieron.
La mirada atenta, sí que limitada, del cronista percibe una preeminencia de personas de clase trabajadora o media, muchas familias con pibes chicos o bebés. Hay jóvenes y jovatos pero los sub 40, da la impresión, son mayoría.
Una muestra caótica y no científica conformada por paseantes pinta un mapa multicolor. Unos cuantos atravesaron centenares de kilómetros antes de fatigar el centro porteño. “Somos de Córdoba, de La Pampa, estudiantes de Corrientes, vinimos desde Santa Fe.” Llegaron de a dos, de cuatro, con amigos.
No hay saturación policial desafiando lo que aconsejan las reglas de seguridad tan en boga. En sintonía fina y en verba rústica: no se veían canas casi por ningún lado, se dispusieron en calles periféricas.
Otros datos también se repiten en los grandes actos kirchneristas. Personas sueltas o en grupo familiar, columnas imponentes cuyo número crece vez a vez. Artesanos que disponen sus productos en la calle, puestos de comida como para una hambruna masiva.
En días anteriores se exhibieron ferrocarriles, animales, plantas, objetos más surtidos y hasta delicados. Abrió sus puertas al público un Centro Cultural sofisticado. La paz y la buena onda campearon por sus fueros. No se ve un vidrio roto o un emprendedor callejero al que le hayan robado sus pertenencias. La mirada insidiosa de los medios dominantes hubiera propagado cualquier episodio aislado hasta que pareciera un saqueo, un acto de locura colectivo, la entrada depreda-dora de los bárbaros a Roma.
La fiesta se disfruta, se convive, se discurre. En esos momentos uno se encuentra, abraza, se fotografía y dialoga con otros a quienes no ha tratado personalmente. La expresión “compañeros” se deja entender y humedece los ojos.
Hay quien no participa, con todo derecho. Quien se enoja, es su posición. Quienes analizan la política, quienes leen la sociedad deberían estar a cubierto de prejuicios o rencores: tener la capacidad de comprender ciertos fenómenos. La calle y la Plaza siempre emiten mensajes. Los embelesados con los cacerolazos, la movida “del campo”, el 18 F deberían ser los primeros en atender a otras voces aunque discrepen con las melodías que entonan. Para un ideario tradicional todo se divide en primera y tercera clase, una regla ruin que no excepcionan las manifestaciones.
El eje que vertebró el discurso fue la evocación del camino trazado por el presidente Néstor Kirchner. Cristina lo fue enlazando con el ya clásico recorrido de las realizaciones, de las definiciones en política internacional, de los cambios de paradigma. A veces se desvió para responder cánticos: “yo también los escucho siempre” respondió de entrada, en algo que quiso ser más un signo de identidad política que una réplica cálida, de las que abundaron.
Habló una hora y cuarto, incurrió en un solo furcio (“las casas de la Puerta Rosada”). La muchedumbre la escuchó como a una conferencista casi todo el tiempo. El silencio atento se percibe, se deja tocar. Impresiona. La Presidenta es una gran oradora por cómo se expresa pero mucho más porque logra mantener la atención de los escuchas sin excitarlos mucho, sin ceder a la tentación de buscar vítores. Al repasar la lista de los candidatos con chances, más allá de otras facetas, uno intuye que los argentinos deberán olvidarse de mensajes presidenciales de esa calidad y densidad.
“Tomala vos/dámela a mí/el que no salta/es de Clarín” fue hit en la previa y hubo oportunidad de bises durante el discurso. El cuestionamiento a los medios incursionó tres o cuatro veces. Será trending topic en diarios, radios o en la tele. Los mismos que anunciaron caos en el centro mientras los carteles del Gobierno de la Ciudad anunciaban las calles y avenidas cerradas “por evento de Nación”. La redacción es paupérrima, bien PRO. El reconocimiento tácito a lo sucedido es tan involuntario como interesante.
En las horas que precedieron el discurso, los ruidos y sonidos de la calle fueron eclécticos. El murmullo de lo que se parloteaba paseando o reconociendo algún amigo o compañero entre la muchedumbre. La música que irradiaban los parlantes. Las consignas de las columnas que sumaron la segunda marejada.
A eso del mediodía, el sonido más que ecléctico era sincrético porque mezclaba credos. Se entrecruzaba la música del Tedeum en Luján con las voces y temas paganos. El Aleluya de Händel, anunciado por el locutor en la Basílica, puso fin a la coexistencia.
Cristina Kirchner está en campaña y aspira a que “el proyecto” sea revalidado en las urnas. Nada exótico para una líder política de su talla aunque contradiga pronósticos de sus adversarios e incluso alguna fantasía autodestructiva de sus propios partidarios, ya olvidada.
No incursionó en la interna del Frente para la Victoria, hubiera sido desperdiciar ese marco.
Algo rotundo dijo sobre su futuro cuando interpeló a las cúpulas sindicales. Las exhortó a defender a sus representados tanto como en estos años: “si no lo hacen les voy a decir a los trabajadores que cambien de dirigentes”. Nula relación con una hipótesis de retiro a la vida familiar.
Fue una mención nítida pero menos recurrente que las consagradas a la muchedumbre. El porvenir, subrayó, recae en sus manos. “Este es un proyecto colectivo, no depende de una persona.” “Va a pasar lo que ustedes quieran que pase.”
Los argentinos asocian a las celebraciones con comer bien o, por ser más preciso, morfar. No hay acto sin oferta gastronómica acorde. Los vendedores de chipa o sanguches de salame y queso caseros compensaban con gritos una desventaja relativa con la competencia: los efluvios son la mejor propaganda.
La carne y el pan prodigados son la versión cotidiana de la oda a los ganados y a las mieses. El humito copa el medio ambiente. Tal vez los nutricio-nistas tendrán algo que decir... será el día después, no en las horas de festejo.
El cronista, propenso a las asociaciones libres, piensa en la “Ley de Say”, esa teoría económica que predica que la oferta genera la demanda. Una visión que subestima al consumo y nutre a la economía liberal o neocon. Uno la cuestiona a la zaga de teóricos o pensadores que respeta. Pero en días como ayer la crítica se podría poner en duda a primera vista porque parece que la oferta excita a la demanda: el humo induce la compra. Claro que, si se mira a fondo, “la demanda” llega predispuesta y provista con unos pesos en el bolsillo. Los vendedores no se equivocan, conocen el contexto. Un alivio para la heterodoxia: el acto convalidó el círculo virtuoso del consumo, tan caro a la narrativa K.
Cuando hay tanta gente, otros aromas ocupan el espacio público, menos mal que Eduardo Feinmann no fue de la partida: se hubiera indignado.
Cristina Kirchner citó a Fito Páez, aludió a Coqui Capitanich, Axel Kicillof y Juan Cabandié, mimos para los destinatarios. Puso en palabras su emoción que ya era palpable.
En los tramos finales dio la impresión de no dar con el crescendo del cierre o, quizá, de no querer llegar a ese momento. Ha de ser tocante estar ahí, en ese momento que no es una despedida pero sí el fin de dos mandatos.
“Cuidemos lo logrado”, exhortó. Luego se dirigió a los cuarenta millones de argentinos, incursionando en un breve autorretrato que dio cuenta de varias críticas. “No les pido que me quieran ni que me voten”, expresó. Una mano tendida a muchos “otros” en presencia de una Plaza desbordante que le da amor y votos.
Asumió que puede ser “antipaticona” y “soberbia” pero les pidió que refle-xionaran sobre lo conseguido por cada uno en estos doce años, como se apuntó líneas arriba. Vivó a la Patria, dos veces. Empezó a irse, aplaudió y bailó.
La traductora a lenguaje de señas se había prodigado como Mascherano en el partido contra Holanda.
Los fuegos artificiales cubrieron el cielo. Como la iluminación y el sonido, eran de primera. Nunca falta quien atribuye a la preciosa escenografía la gracia y el éxito del acto. Se saltean lo esencial: al pueblo presente y vivaz, la sal y pimienta de la democracia sin la cual la Plaza sería como una cancha vacía en una final.
Al cierre de esta nota, onda once de la noche, la Plaza está colmada, con recitales de música popular. Hoy será una jornada de trabajo, para los que disfrutaron la fiesta y para quienes no. Quien vivió y protagonizó la celebración, cada cual, cada uno, no la olvidará fácilmente. Tampoco al mensaje político que le puso broche.