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Fiel a su estilo combativo, la embajadora argentina en el Reino Unido, Alicia Castro, promovió el debate sobre las islas Malvinas en un país reacio a siquiera recordar el tema.

Interpelando al canciller William Hague, enviando ejemplares de Diálogos por Malvinas, reflexiones y acciones desde la embajada argentina en Londres/Malvinas matters, a los 650 parlamentarios británicos, interviniendo en medios y foros, la embajadora busca algo que, por el momento, parece imposible: que los británicos acepten negociar diplomáticamente sobre el futuro de las islas. Este foco no eclipsa la agenda positiva que une a dos países con fuertes lazos históricos que van de Charles Darwin a Borges y de Diego Maradona al cada vez más apreciado malbec. A tres años de asumir su puesto, el diario argentino Página/12 dialogó con la embajadora sobre el estado de las relaciones bilaterales.
–Usted llegó a Londres en marzo de 2012, después de que la Argentina no tuviera embajador por cuatro años. ¿Qué mensaje traía?
–Por instrucciones de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, mi primera tarea fue entregar dos notas dirigidas al entonces ministro de Asuntos Exteriores, William Hague, con propuestas de mayor cooperación. La Argentina ofreció el establecimiento de servicios aéreos regulares y directos entre Buenos Aires y las islas Malvinas. Más frecuencias de vuelos, operados por Aerolíneas Argentinas, para brindar a los habitantes de las islas una mejor conexión con el continente y con el mundo. También propusimos la reanudación de las negociaciones para revisar el mandato de la Comisión de Pesca del Atlántico Sur y cooperación para la conservación de recursos pesqueros con el fin de evitar su depredación.
–¿Qué respuesta obtuvo?
–Ninguna.
–Poco después tuvo un primer encuentro público con Hague que causó bastante revuelo durante el informe anual del Foreign Office sobre democracia y derechos humanos.
–Ese día no pensé que fuera a ocurrir nada extraordinario. El auditorio congregaba a embajadores, periodistas y activistas de derechos humanos. En el ejemplar del libro que se distribuyó, en el capítulo Territorios de Ultramar, pude ver un espacio dedicado a las “Falkland Islands”, nuestras islas Malvinas, situadas a 13 mil kilómetros de Londres y a 500 km de la Argentina continental. Cuando el secretario de Estado invitó a la audiencia a hacer algunas preguntas, sentada en primera fila, levanté la mano insistentemente, hasta que no pudo evitar darme la palabra. Entonces lo interpelé citando puntualmente la Resolución 2065 de la Asamblea General de Naciones Unidas que “toma nota de la existencia de una disputa entre los gobiernos de Argentina y del Reino Unido acerca de la soberanía de las islas Malvinas e invita a ambos gobiernos a proseguir sin demora las negociaciones”. Destaqué el reclamo de diálogo de toda la comunidad internacional y le pregunté directamente “¿está usted listo para el diálogo?, ¿le daremos una oportunidad a la paz?”. En ese momento el ministro me interrumpió groseramente y, sin responder a mis preguntas y visiblemente nervioso, se refirió vagamente a que el Reino Unido siempre respetaría la voluntad de los isleños. Ese encuentro, que fue rápidamente tomado por los medios e instalado en la primera página de los diarios locales e internacionales, marcó el tono de mi llegada a Londres. Me parece muy importante que se escuche la palabra argentina para quebrar el discurso hegemónico de los medios y la versión ficcional de la historia de la soberanía británica de las islas Malvinas.
–Pero el Reino Unido dice que los malvinenses tienen el derecho a decidir si quieren ser británicos o argentinos. ¿Hubo algún cambio al respecto en estos tres años?
–No tenemos un conflicto con los habitantes de las islas Malvinas, se trata de una controversia territorial. La gran mayoría de los habitantes de las islas Malvinas son británicos y pueden seguir siéndolo si así lo desean, pero el territorio en el que habitan no lo es. En derecho internacional, no toda comunidad humana establecida en un ámbito geográfico dado es titular del derecho de libre determinación, sino únicamente los “pueblos”. Los actuales habitantes de las islas Malvinas no son reconocidos como un “pueblo” por las Naciones Unidas ni han sido víctimas de una dominación colonial. Tienen muchos derechos, pero no el de decidir el destino del territorio en el que habitan. El gobierno del Reino Unido manipula el argumento de la libre determinación como una estrategia para eludir la obligación que le impone el derecho internacional de resolver la controversia por vías pacíficas y diplomáticas. Pero si bien no hay un cambio en el gobierno central, percibimos matices en las otras tres naciones que componen el Reino Unido. En Escocia y en Gales hay destacadas opiniones a favor del diálogo con la Argentina; en Irlanda del Norte el ministro primero adjunto, el histórico líder republicano Martin McGuinness, me ha expresado su convicción de que las Malvinas son argentinas. Además, se pueden percibir cambios significativos en la opinión pública británica. Acompañan nuestro reclamo importantes sindicatos del Reino Unido, organizaciones pacifistas, como la Campaign for Nuclear Disarmament (CND), que se pronuncia contra la militarización del Atlántico Sur, parlamentarios, académicos, intelectuales y ciudadanos que no se identifican con el imperialismo y el colonialismo, y una mayoría de británicos que sufren los ajustes económicos y no quieren ver dilapidados sus impuestos en el costoso mantenimiento de una base militar en unas islas remotas.
–El Reino Unido sostiene una posición similar respecto de Gibraltar. En más de 300 años nada cambió en el diferendo con España a pesar de que es socia en la Unión Europea.
–Los casos son distintos desde el punto de vista histórico, político y jurídico. El Reino Unido devolvió Hong Kong a China en 1997 sin consultar a sus cinco millones de habitantes. En una gran reestructuración de la política mundial, más de 80 antiguas colonias que comprenden unos 750 millones de personas han obtenido la independencia desde la creación de las Naciones Unidas. En la actualidad, menos de dos millones de personas viven bajo el dominio colonial en los 17 territorios no autónomos que quedan en el mundo, y que se tratan, como la cuestión de las islas Malvinas, dentro del Comité de Descolonización. El Reino Unido mantuvo negociaciones con la Argentina sobre la soberanía de Malvinas entre 1966 y 1982. Pasaron más de 30 años y casi dos siglos desde la invasión británica en 1833. La Argentina nunca renunció a su reclamo de soberanía. Es chocante que el gobierno del Reino Unido, que negoció con una sangrienta dictadura militar, se niegue hoy a dialogar con un gobierno democrático reconocido en el mundo por sus políticas de derechos humanos. Soy optimista: un día la Argentina ejercerá la soberanía sobre las islas Malvinas. Nuestra tarea es acortar los tiempos. Y sé también que ese día los habitantes de las islas Malvinas tendrán una vida mejor. Se beneficiarán con vuelos regulares al continente; tendrán acceso a un sistema de salud y a la educación universitaria pública y gratuita; podrán elegir a sus autoridades como cualquier provincia argentina, mientras que hoy su ilegítimo “gobernador” es designado por el gobierno del Reino Unido en Londres; podrán elegir a sus representantes al Congreso nacional; podrán obtener un pasaporte argentino y mantener, si así lo desean, su nacionalidad y su identidad británicas.
–La relación bilateral no es sólo Malvinas, es históricamente clave desde antes de nuestra independencia, pero tuvo un cambio radical a partir del nuevo panorama internacional que surgió después de la Segunda Guerra Mundial y el afianzamiento de Estados Unidos como primera potencia. ¿Cómo se ha avanzado en otros aspectos de la relación?
–Fuertes lazos culturales, económicos y sociales unen históricamente a la Argentina y el Reino Unido. Muchas de nuestras tradiciones en el campo de la literatura, la arquitectura, el diseño y el deporte se han emparentado inseparablemente. Todo lo que viene de la Argentina interesa a los británicos, desde los viajeros históricos –Chatwin, Darwin– hasta el incremento sostenido del turismo. En los últimos años, el comercio bilateral se duplicó en volumen y valor. En 2014, ascendió a 1.400 millones de dólares, con una balanza comercial positiva a favor de nuestro país. Hoy nuestros principales productos de exportación son harina y pellets extraídos del aceite de soja, maíz en grano y frutas frescas y vinos, siendo el tercer mercado mundial para el malbec. Nos han visitado los gobernadores de Mendoza y de Chubut, así como Miguel Galuccio, director ejecutivo de YPF, despertando un gran interés en inversiones en materia de energía, turismo y vitivinicultura. La agenda de nuestra embajada no trata sólo los aspectos conflictivos de la relación bilateral. Compartimos y promovemos entre el público británico distintas expresiones artísticas y creativas de nuestro pueblo. La cultura es el mejor medio para cambiar las percepciones de un país.
–Este es un año electoral para el Reino Unido y Argentina. ¿Ve algún cambio a la vista en la política bilateral?
–La Argentina ha hecho notables avances políticos en el reclamo por Malvinas en los últimos años de consolidación de la integración regional. Este firme reclamo, que ahora alcanza un nivel global, constituye para Argentina una política de Estado. Respecto del Reino Unido, los partidos en pugna quieren mostrar un progreso en la relación con América Latina, un apetecible mercado. Sostenemos que este avance no puede darse sólo en materia económica. Es necesario que el Reino Unido dé una muestra de compromiso político con Latinoamérica disponiéndose al diálogo y la negociación con Argentina sobre la cuestión Malvinas.